A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

miércoles, 29 de abril de 2020

Nuestros valores emocionales y espirituales...








El conjunto de normas y valores con los cuales hemos sido criados y educados, son a lo largo de nuestra existencia, una especie de registro o de herencia colectiva, pues ha sido transmitida de generación en generación, incluso inyectada, a través de muchos esfuerzos, por parte de nuestros padres, familiares y educadores. Y hablo de esfuerzos porque, para algunas personas, el seguir normas, que parecen absurdas a corta o temprana edad, ha ocasionado más de una refriega o colapso familiar momentáneo, cuando el vástago se rehusaba a seguir la normas que le eran impuestas por sus mayores. Pues no hay algo que haga salir más rápido nuestra condición de rebeldía innata, que el tener que acatar órdenes o consejas... Me incluyo en ello, aunque el ser rebelde no fue nunca mi característica más peculiar, al contrario, lo que mis padres dijeran era para mí Ley... No obstante, debo reconocer, que en más de una ocasión me revelé contra alguna que otra norma que me pareció injusta o inapropiada para el momento en cuestión, y también debo reconocer que muchas veces tenían razón y yo estaba equivocada...

Ahora bien, cuando llegamos a la edad adulta y nos enfrentamos a nuestras propias decisiones y a nuestros propios retos, de qué hacemos alarde? o con qué nos basamos o ayudamos a la hora de la toma de decisiones trascendentales?, pues nada más y nada menos que a nuestro sistema de creencias, valores y determinación. Los cuales han sido inyectados en nuestra alma a través de años de entrenamiento, esfuerzo y convicción de nuestros mayores, pues no sólo lo aprendieron sino que también lo sufrieron en carne propia, y ello los llevó a perfeccionar lo aprendido y a transmitirlo a sus vástagos, nosotros.

Obviamente, a lo largo de los años, nosotros mismos hemos ido añadiendo valor a lo aprendido y aportado un mucho o un poco de nuestra propia cosecha, es a lo que yo llamo: evolución emocional.  Fíjense que no digo madurez emocional, porque como dijera una de mis profesoras de Microbiología, Rosa Merson: 

- ¨Los humanos evolucionamos no maduramos, pues sólo los frutos maduran para después podrirse...¨-

Por supuesto, me niego a pudrirme... jajajaja

Así que hoy, armados del conjunto de valores emocionales y espirituales que hemos ido cosechando a lo largo de nuestras vidas, nos enfrentamos cada día a situaciones, personas o respuestas, que posiblemente ponen a prueba nuestra forma de pensar, sentir o enfrentar las consecuencias de lo realizado. Aquí confieso que me llama poderosamente la atención la actitud de algunos seres humanos que, llegados a una edad determinada, deciden o expresan su necesidad de que otros lo hagan felices... Yo me opongo sistemáticamente a esto, por algo muy simple para mí, y es que nadie tiene el poder sobre mí para hacerme o no feliz... Yo soy feliz a mi manera, con las cosas o las situaciones que yo aprecio y valoro. Y reconozco que la mayoría de esas cosas no tienen valor económico alguno... Pertenecen al ámbito de las cosas normales y cotidianas de cada día, como el poder despertar cada mañana; ver la luz del amanecer; sentir la brisa de la mañana o las pequeñas gotas de lluvia sobre mi rostro limpio; caminar descalza por un jardín o por la orilla de una playa; escuchar las risas de los niños; sobre todo la de mis nietos; abrazar a la gente que quiero y sentir esa unión de corazón a corazón; hacer reír a alguien con una de mis ocurrencias, aunque sea una payasada, pues hago muchas, a sabiendas de que con ello voy a obtener una carcajada salida del alma del otro que me escucha... Eso amigos lectores me hace muy feliz...

Puedo y lo hago, si está en mis manos, compartir esa alegría de vivir que tengo, con todos, no soy mezquina en eso, pero no puedo y creo que no tengo la capacidad de hacer feliz a nadie, sería iluso de mi parte creer que la felicidad de otro ser humano está en mis manos, no, pero puedo equivocarme, no soy infalible, y tampoco tengo una lámpara mágica con un genio que me ayude a resolver las cosas del mundo que me rodea.

Sí deseo para todos y cada uno de las personas que conozco, aprecio y quiero lo mejor del mundo, la mayor felicidad posible y también para todos los demás... Sin embargo, siendo honesta conmigo misma, sólo puedo actuar basada en los valores emocionales y espirituales que poseo. Por tanto, me equivoco al pensar que lo que a mi me da felicidad, pueda ser la fuente de la misma para los otros... A lo largo de mi vida, fui cambiando la prioridades, las necesidades también cambiaron y ahora, en esta etapa de mi vida, es la familia lo más importante, los hijos, nietos, amigos, los compañeros de trabajo o de estudios, la gente a la que conozco, independientemente sean cercanos o no, los animales, las ONG con las cuales interactúo, la gente que está en ella, mi comunidad, mi país de adopción o mi tierra allá en el otro continente...

Los bienes materiales, por los que la gente es capaz de matar, ocupan un tercer o cuarto lugar en mi vida, por la sencilla razón de que ya no me representan, no necesito demostrar nada a nadie, tampoco me los voy a llevar en el último viaje de mi vida, para ese no necesito nada, ni siquiera este instrumento físico que llamamos cuerpo, se queda aquí como todo lo demás... Sólo nos vamos mi alma y mis recuerdos, aprendizajes, amores y sentimientos compartidos y lo aprendido y enseñado... Todo lo demás, nunca me ha pertenecido, han sido sólo instrumentos de la Providencia para cumplir con la misión encomendada...

Por ello, doy tanta importancia a los valores emocionales y espirituales, son en realidad mi mayor tesoro, y espero poder compartirlo el tiempo que esté entre ustedes... No porque sean los mejores, no, sino porque en alguna medida les pueden ser de utilidad. Todo lo que podamos aprender, por muy humilde que sea, siempre nos va a permitir crecer como seres humanos.

Actuar en consonancia con nuestros principios y escala de valores es el mejor ejemplo de vida que podemos trasladarle a nuestros seres queridos e interlocutores. Siendo siempre honestos con nosotros mismos, pues podemos engañar al otro, pero a nosotros nunca... Qué sacaríamos de esto?... Nada...

No podemos o no debemos olvidar jamás que somos una especie de espejo, que muestra a los otros cómo actuar o cómo reaccionar ante cualquier estímulo externo... Por ello para mí es tan importante el ejemplo de vida que transmito, porque, cuando pase el tiempo, lo que la gente recordará serán esas pequeñas cosas, tan sencillas, pero tan hermosas como una sonrisa, una mirada cálida y amorosa, un apretón de manos o un abrazo genuino de corazón a corazón...

Si logramos sembrar un hermoso recuerdo, creo que nos sentiremos alegres y felices de haber cumplido en parte con la Misión de vida encargada...

Dios nos bendiga amigos lectores.


Mireya Pérez








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