Hay vidas que nos parecen idílicas al principio, pero con el devenir de los años, y viéndolos o teniendo noticias de ellos, te das cuenta con dolor, que no es oro todo lo que reluce... Y te asombras cuando ves la historia completa, como si pudieras ver su vida desde la cámara de un dron especial que se llama Tiempo. Ese tiempo que lo descubre todo, y que como aparador o vitrina expone a la vista, todo el dolor y las miserias o tristeza humanas, pero también nos muestra las cosas hermosas, logros y espectativas de personas maravillosas que brillan con tal luz que te dejan deslumbrados y agradecidos por esa visión, que ilumina tus retinas y te llenan de dulces recuerdos.
Hoy les voy a contar la historia de una niña que nunca se conformaba con lo que tenía, que era mucho, y armaba berrinches por lo que no tenía y envidiaba...
Unas almas perdidas.
Hace ya muchos eones de años, en una familia de escasos recursos nació una niña preciosa de hermosos ojos grandes, piel de nácar y boca roja como la grana. Como era la más pequeña de una familia numerosa, siete hermanos, la llamaron Lucero, y era la niña más adorada y querida del mundo. Sus padres aunque mayores, le daban todos los caprichos y sus siete hermanos la cuidaban con esmero y adoración.
Pasaron los años y Lucero fue al colegio, pero quería siempre ser el centro de atención como en casa, pero aquí ya no era la consentida, era una más, y ella se resistía. Siempre llegaba del cole con la cara contraída de la rabia, y sus hermanos la acariciaban para apaciguarla, le ayudaban con las tareas y hasta incluso, más de una vez, la hicieron por ella.
Y fueron pasando los años, la niña se hizo adolescente y no hacía amigas, era huraña y siempre se quejaba en casa de la más mínima situación, y los padres para consolarla le daban todos los caprichos, porque ahora gracias al trabajo de todos, la situación económica de la familia había ido creciendo hasta el punto de que eran ya unos comerciantes e industriales reconocidos en su comarca, y la niña podía caminar por la calle principal del pueblo, vestida siempre a la moda y con mirada despectiva, mofarse interiormente de aquellas chicas que querían emular a las modelos de la época, pero claro no tenían el dinero y ella sí...
Lucero creció pensando que la vida le pertenecía, y que sólo bastaba con desear algo, para que todos corrieran tras sus caprichos, nadie le dijo nunca que no, ni le pusieron trabas a sus sueños desbocados, lo que quería lo tenía, y así creció sin valorar el sacrificio, el trabajo, y mucho menos la familia, porque para ella, eran unos pobres tontos que cumplían sus caprichos, pero amarlos como hermanos y padres, pues no... ellos solo eran el medio para obtener lo que se merecía, por derecho de cuna y por ser la menor.
Un buen día, al salir de una cafetería tropezó con un chico que llevaba unos libros en los brazos, y le gustó aquel joven alto de ojos azules y cabello negro como ala de cuervo, se sonrojó al cruzar su mirada con él, y luego de un - lo siento- cada uno siguió su camino. El chico, sin que Lucero lo supiera, trató de indagar quién era, porque le habían gustado sus enormes ojos negros y la melena de cabello negro que llevaba a mitad de espalda. Pero cuando sus compañeros hablaron de ella, se le quitaron las ganas, las referencias no eran buenas, salieron a la luz, los más recónditos secretos que nadie podía esperarse de una joven con tan buen aspecto: su mal carácter, su desden hacia los demás, su egoísmo, su falta de consideración y la forma en que trataba a sus padres, sobre todo a su padre, a quien consideraba un perdedor...
Todas las veces en que Lucero trató de encontrarse, como al descuido, con aquel joven, se sorprendía de que ni siquiera la mirara, y cruzara la calle sin mostrar algún gesto de reconocimiento... Y llegaba a casa llena de furia, y la pagaba con lo primero que viera: un jarrón de la abuela, una puerta del zaguán, o la madre que alarmada del berrinche salía de la cocina, su lugar preferido, y angustiada y asombrada recibía de su hija las palabras más duras y crueles, que un ser humano podía recibir, y entonces ella, bajaba la cabeza y regresaba a la cocina, abría la llave del fregadero y lloraba en silencio el dolor que esa criatura le había provocado, pero nunca decía nada y seguía soñando en que algún día, un buen hombre se enamorara y su Lucero pudiera ser feliz.
Pasaron los años, y las compañeras del cole, una a una se fueron casando y Lucero sin novio... Cada vez era más amargada y hacía comentarios crueles sobre cada una de las chicas que habían encontrado a su otra mitad, y los hermanos se daban la vuelta y regresaban a su trabajo o a sus casas, pues ellos también se habían casado, y las esposas no habían podido entablar amistad con ella, pues siempre las despreciaba con algún gesto o con algún comentario, hasta que dejaban de intentarlo, y se conformaban con verla en las dos fechas importantes de la familia: La noche de Navidad y el día de las madres, durante el resto del año, ellas invitaban a los suegros, pero a Lucero no.
Lucero se hacía cada vez más rencorosa y pensaba para sus adentros que nadie la quería, porque la envidiaban, porque envidiaban su ropa, su belleza, sus zapatos y bolsos siempre al ritmo de la moda. Sin darse cuenta de que cada vez más era repudiada y evitada por la gente, nadie la quería, y los pocos que aún lo hacían, como sus hermanos y padres, la veían con dolor, pues la habían mal criado tanto, que nada la podía contentar y se apenaban por ellos y por ella.
Las hermanas mayores pensaban sin cesar la forma de encontrarle marido, y creyendo que esa sería una buena solución, acudieron a buscar los servicios de una casamentera especializada que vivía en otro pueblo. Hicieron la cita, agarraron un taxi y se fueron a hablar con Doña Manolita, era una mujer muy sagaz y conocía a mucha gente de buena posición y estaba acostumbrada a buscarle pareja a gente que o bien eran muy tímidos, o no tenían tiempo, y así se había labrado su fama.
Escuchó con atención los comentarios de las hermanas, vio con atención las fotos que le habían entregado y de repente se le prendió el bombillo cerebral y le vino a la mente la imagen de un hombre, no tan joven, pero que tenía buena posición y necesitaba una esposa, pero vivía en la Capital. Sin embargo, haciendo cálculos mentales pensó para sí, que aunque había cierta diferencia de edad, la chica era perfecta para él, pues lo que quería era tener un hijo, no tenía muchas espectativas con respecto al carácter de la futura esposa, solo que pudiera darle un hijo que heredara sus bienes el día de mañana...
Doña Manolita no les dijo nada, y quedó con llamarlas cuando hubiera encontrado alguien especial para esta chica y las despidió después de haber conversado por un tiempo relativamente corto. Las chicas regresaron al pueblo con algo de esperanza, pero sin atreverse a soñar mucho, y no dijeron nada ni a sus maridos y mucho menos a la madre que se hubiera puesto nerviosa de solo pensar en este plan tan arriesgado.
Al cabo de quince días, las hermanas recibieron noticias de Doña Manolita, en efecto creía haber encontrado a la pareja ideal, pero vivía en la capital, y tendrían que asistir a un evento benéfico que la empresa familiar de él apadrinaba, les pidió la dirección para hacerles llegar la invitacion, junto con los detalles en cuanto a protocolo y tipo de indumentaria que debían llevar a la fiesta. Las hermanas no cabían de contento, y empezaron a trazar su plan. No le dirían a Lucero ni a su madre de lo que se trataba, pero a sus maridos si se lo contaron,y ellos entre escépticos y esperanzados, las apoyaron, así que Lucero de repente se vio envuelta en un trajín maravilloso de citas con la modista, peluquería y atuendo especial para un viaje a la capital ,donde nunca había ido... estaba feliz, y se notaba en el brillo de sus ojos negros, quien no la conociera diría que era una de las mujeres más bonitas y dulces del mundo...
Llegó el día del viaje, tomaron el tren que las llevaría a la ciudad y luego en taxi hasta el hotel. Una vez que descansaron, las tres se dirigieron al centro de la ciudad para pasear y conocer un poco los museos y parques, llegaron a la hora de la cena, se bañaron y durmieron cada una con los pensamientos en el evento que mañana se llevaría a cabo. Para Lucero era un evento que desconocía, pero esperaba ver a gente importante, de las que salían en la revistas de más divulgación y así poder lucirse luego en el pueblo de haber conocido a gente relevante, no como esos pueblerinos tontos y atrazados..
La mañana se fue rápido, luego de bañarse, vestirse y desayunar, se fueron a la peluquería donde tenían una reservación, las arreglaron y maquillaron a las tres, y en verdad, quedaron muy bien, sobre todo Lucero, quien se veía espléndida con ese peinado que le habían hecho, pues hacían resaltar lo negro de su cabellos con el nácar de su piel y esos grandes ojos negros, parecía una princesa de cuento, y cuando se pusiera el traje malva que había escogido, se vería espectacular!!!.
Llegaron a las nueve de la noche en un coche con chofer que habían alquilado para la ocasión, pues las hermanas no conocían la capital y no querían perderse en una noche tan especial como esta. En la entrada estaba el hombre más importante de sus vidas, quien las saludó atentamente, quedándose unos segundos mirando a la joven del traje malva... era tal como Doña Manolita le había dicho, quizás un poco joven, pero elegante y algo altiva, sería interesante conocerla... La noche apenas comenzaba, pero ya en varias cabezas se amolinaban pensamientos diferentes, en las hermanas cierta esperanza, en el industrial algo de espectativa, Doña Manuela satisfecha porque había dado en el blanco y Lucero feliz porque conocería gente de la alta sociedad y tendría algo de que vanagloriarse al llegar al pueblo. Muchos sueños y espectativas... Pero nadie conoce el destino y a veces es muy bueno y otros es un desastre...
Vicente de Laguna, el joven terrateniente e industrial no perdió ocasión, y una vez se acabó todo el sistema protocolario de la noche, cuando ya había bailado con la presidenta de la ONG que organizaba la cena y baile benéfico, se acercó a la joven Lucero y la invitó a bailar, y ella embelesada aceptó, sin darse cuenta de la alegría disimulada de sus hermanas. Don Vicente bailó y conversó con la joven, y aunque notó que era una chica inesperta y algo pueblerina, era elegante, hermosa y sabía comportarse, cosa que en su medio era importante, así que fue haciéndose una idea, y le pareció la mejor de todas. Bailaron dos piezas y luego la escoltó hasta la mesa donde sus hermanas estaban sentadas, ella se las presentó, y luego de una breve conversación se excusó para atender a otras damas del comité, con la promesa de que en otro momento volvería a invitarla a bailar, y Lucero sonrojada dijo que si, muy bajito...
Durante la velada bailarían varias veces y conversarían mucho, sobre todo de ella, que era su tema preferido, y Vicente solo miraba esos ojos negros tan expresivos... Si, pensaba, definitivamente esta es la chica, creo que encajará perfectamente en mi vida, y si tenemos dos o tres hijos, mejor que mejor, y sonrió, sin que Lucero tuviera en cuenta las expresiones que pasaban por su cara. Sólo estaba extasiada de que alguien tan importante la hubiera escogido para bailar y conversar varias veces en esta noche mágica.
A la una de la noche, las chicas se fueron, la fiesta aún continuaba, pero ellas estaban cansadas y no querían tampoco dar a entender nada, y mucho menos a los jóvenes que se habían conocido hoy. La hermanas, mientras el chofer las llevaba de vuelta, soñaban con la boda de estos chicos y Lucero con los chismes que iba a poder contar cuando llegara a casa. Vicente de Laguna, por su parte, vio cuando las chicas se fueron, y anotó mentalmente que tendría que decirle a su secretaria que enviara una ramo de flores a la habitación del hotel de Lucero, para agradecerle la velada e invitarla a almorzar. Ya resuelto su problema, siguió siendo el anfitrión perfecto durante lo que quedaba de fiesta.
A las diez de la mañana siguiente llegó un hermoso ramo de rosas con una tarjeta de Don Vicente de Laguna invitando a Lucero a almorzar, si confirmaba la cita, la pasaría a buscar al hotel a la una en punto. Sólo tenía que decirle al mensajero que sí, y él la pasaría buscando a la hora acordada.
Y así tuvieron varias citas, durante esos cinco días que estuvieron en la ciudad, el industrial la iba a buscar y luego de almorzar, salir de paseo o cenar, la llevaba de regreso al hotel, no sin antes darle las gracias por su compañía. La joven se sentía muy alagada, sobre todo cuando escuchó al pasar por el Living del hotel, los comentarios de unas damas que estaban esperando a alguien en el recibidor, sobre lo guapo y adinerado de su acompañante.
Cuando llegó el momento de partir de nuevo al pueblo, Lucero se despidió con algo de congoja de su ilustre amigo, pues no se atrevía a pensar otra cosa, mientras las hermanas en un segundo plano, observaban con deleite los cambios que se iban dando, don Vicente, por su parte, las acompañó hasta el tren y las ayudó con el equipaje, despidiéndose después a la vieja usanza, besándoles la mano.
Durante el trayecto casi no hablaron, cada una inmersa en sus propios pensamientos, pero al fin llegaron al pueblo y luego a casa, donde le contaron a la madre lo bien que les había ido, lo que habían conocido y sobre todo la fiesta y la presencia de Don Vicente de Laguna. La madre extrañada, miró a la mayor de las hijas, y esta sólo sonrió a medias, tratando sin poder, tranquilizar a su madre, conociéndola como la conocían, sabían que su madre mañana cuando estuviera sola se iría a casa de una de ellas, para conocer y ampliar la información, ella era una mujer de hogar, pero no era tonta, y estas dos hijas suya, tramaban algo, y ella debía saber qué.
Pero no hizo falta, pues al día siguiente, sin esperarlo, a su puerta llegó un coche último modelo con chofer, y un caballero elegante se bajó del mismo, era don Vicente de Laguna en persona. La madre cuando abrió la puerta se quedó asombrada de la elegancia y porte del hombre y se imaginó que este era el joven del cual habían hablado sus hijas. Lo hizo pasar y luego de sentarse frente a él y habiéndole ofrecido una taza de té, comenzaron a hablar de todo y de nada, el joven cada vez que podía miraba al descanso de la escalera a ver si veía pasar a Lucero, pero nada, hasta que la madre con voz dulce le dijo que Lucero estaría al llegar, pues había ido a una diligencia, pero estaría seguramente en una media hora de vuelta.
Don Vicente estaba impaciente, pero esta señora tan amable no le hacía preguntas necias, al contrario, se veía que a pesar de vivir en un pueblo, tenía cierto grado de soltura, y los cabellos entrecanos, daban a entender que en algún tiempo fueron tan negros como el de su hija menor. Pero la mirada era diferente, esta mujer tenía una mirada serena y abierta, e infundía mucha paz, y el hogar sin tener muchos lujos, se notaba que era acogedor y tenía cierto aroma a jazmín y azahar, el cual provenía del patio central de la casa, donde el limonero y los naranjos florecidos, competían por inundar de fragancias el recinto familiar.
Lucero no tardó en llegar,y se quedo sorprendida al reconocer al visitante, su sonrojo no pasó desapercibido a ninguno de los dos ocupantes del salón y la madre, con discreción los dejó no sin antes despedirse del visitante y decirle que estaba en su casa. Don Vicente, saludó a Lucero con un beso en la mejilla, y la joven se sonrojó más si cabe, y acto seguido se sentaron a hablar, de muchas y diferentes cosas, empezando así una amistad, que los llevaría con el tiempo a un noviazgo, que no llegó al año, pues el quería casarse al día siguiente de conocerla, pero tampoco la quería asustar, y así, poco a poco la fue conquistando, y aunque nunca estuvo ciego a los defectos de Lucero, si confió en que con el tiempo y la llegada de los hijos cambiaría.
Diez meses después de conocerse, Don Vicente de Laguna, pidió formalmente la mano de Lucero a sus padres, en una ceremonia familiar, donde su propia madre estuvo presente, todos se quedaron admirando el hermoso anillo que Vicente puso en las delicadas manos de Lucero, era un anillo familiar, con el que todos los primogénitos de la familia, le habían pedido matrimonio a sus esposas en las 10 generaciones que tenían memoria, por tanto el valor, era inapreciable, pues era un anillo antiguo, con más valor emocional que cualquier otra cosa. Y Lucero estaba encantada, lo enseño a todos y radiante agradeció a Vicente con un beso en la mejilla, sonrojada hasta más no poder. Su padre la miró con orgullo, y su madre con esperanza, porque tenía la ilusión de que esta unión cambiara para siempre a este dulce tormento que era su hija menor. Fijaron la boda para principios de primavera, y así al cabo apenas de un año, Vicente y Lucero unieron para siempre sus vidas.
Tenían todo para ser felices, eran sanos, tenían una excelente posición social, iban a ser padres por primera vez, pero Lucero quería que Vicente dejara todo y saliera corriendo hasta la casa señorial, en cuanto ella diera el primer suspiro, y al principio, lo hizo, pero después vio con pesar cómo nada la convencía o la aplacaba, si no cumplía sus caprichos, le gritaba, agarraba alguna figura y la rompía, o simplemente lo sacaba de la habitación matrimonial. Al principio Vicente creía que era parte del embarazo, pero luego de dar a luz, se había vuelto más irascible, y no era una madre dedicada, al contrario, no quiso darle pecho, para no estropear su figura. Luego cuando tenía al niño en brazos si este echaba un buche y manchaba su blusa o su vestido, se lo entregaba a la nany, sin mucha displicencia y salía corriendo a bañarse para quitarse ese olor a buche que tanto le espantaba, y Vicente se fue volviendo un hombre triste, solo su trabajo y los poco ratos que tenía para jugar con su hijo lo hacían feliz. Su matrimonio no, era un tormento, y aunque pensó en el divorcio, cuando habló con los abogados, le dijeron que le saldría muy costoso, el 50% nada más y nada menos. Y decidió aguantar. Ya no volvería a pisar su habitación de casados, y establecería su propia habitación en otra ala de la casa.
Cuando estaban en presencia de amigos y familia, trataban sin lograrlo de parecer un matrimonio feliz, pero a nadie se le escapaba el carácter cada vez más amargado de Lucero, y el tono cetrino de la cara de Vicente, y la casa parecía más un mausoleo que un hogar. Y el niño Daniel, crecería sin amor maternal, ayudado por las nanys y por sus profesores, y a su padre lo vería algún que otro fin de semana, porque ahora viajaba mucho, siempre solo, y el tiempo corría...
Pasaron 25 años desde que Vicente abandonó el lecho nupcial, y Lucero, aunque seguía siendo una mujer hermosa y elegante, no podía disimular su voz amarga, sus ojos como témpano de hielo y el carácter duro y cruel con el que trataba a todos, incluso a su hijo, que se graduaba de ingeniero y se iría al extranjero para una especialización.
Ella había empezado a tomar pastillas para los nervios, pastillas para dormir, pastillas, pastillas... Nada la consolaba, tenía odio a la vida, odio a ese joven, su hijo, al que no conocía casi, odio a su marido que la tenía prisionera en esa mansión gris, y odio a si misma, porque nunca había logrado ser feliz, nunca hizo amigas, sus hermanas habían hecho cada una sus vidas y ella tampoco había vuelto al pueblo, sus hermanos ya eran abuelos, y tampoco la visitaban, y sus padres habían muerto hacía ya algunos años. No era una mujer devota, así que tampoco tenía el consuelo de la oración, y cada vez estaba más amargada, hasta que un día, en un berrinche que agarró con uno de los jardineros, le dio un ictus, y la llevaron de emergencia a un hospital, tuvo suerte y salió del coma, después de varios días de estar en terapia intensiva, pero ahora tenía secuelas, y debía aceptar que dos enfermeras contratadas para tal fin, la ayudaran día y noche.
Vicente, que la contemplaba sin que ella lo observara, con su cabello totalmente blanco, la miraba con tristeza y lamentaba no haberse divorciado tantos años atrás, nadie en esa casa fue jamás feliz, y ahora tenía que estar cerca, el si creía en Dios, el rezaba por ella, y por ellos, pero la vida no era fácil, y a pesar de todas sus posesiones materiales, lo que más había ansiado en su vida, una familia y un hogar, no lo había conseguido, y ahora era muy tarde..
Y así, a pesar de todas las cosas buenas que la vida les podía ofrecer, la felicidad no había tocado a sus puertas, y tres vidas se habían perdido, por el dinero, por el qué dirán, y por no tomar decisiones a tiempo. Vicente resignado, solo esperaba que su hijo, ahora ya en el extranjero haciendo el Master, tuviera mejor suerte y fuera feliz, él y su mujer nunca lo fueron.
Es como ven, una historia desdichada, real, pues los personajes existen, los he conocido y después de tantos años, me da mucha tristeza por ellos, porque teniendo todo lo que los bienes materiales pueden dar, no han tenido o conocido el amor, ese sentimiento tan fuerte, hermoso, generoso y vital, que inunda de alegría y armonía la vida de la gente. Pero eso no se puede comprar, existe en abundancia, pero no tiene precio y sólo se puede ganar desde el corazón puro, amable y generoso.
Dios nos bendiga siempre, y ojalá les lleve el consuelo a estas tres almas perdidas, se los deseo de todo corazón. Pero cada quien tiene un camino, y a lo mejor, a la vuelta de la esquina esté el consuelo para ellos y su liberación.
Mireya Pérez.
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