La vida nos presenta cada día retos importantes que afrontar, cada quien según el lugar que ocupa, su nivel de evolución espiritual, su entorno, sus capacidades, y un largo etc.
Para cada uno de nosotros, será diferente, así como la forma en que lo enfrentemos y lo ataquemos o no. Aún dos personas de una misma familia, ejemplo: padre e hijo; frente al mismo problema, cada uno de ellos tendrá una visión y una forma diferente de resolverlo o afrontarlo.
¿Por qué es esto?. Influye mucho, cuán implicados estemos en el problema o situación, la experiencia de vida o ausencia de ella, y sobre todo la perspectiva. Cada uno de los involucrados puede llegar a ver o percibir un problema o circunstancia vital de forma diferente, incluso, vivir o perecer, a veces son así de dramáticos los sucesos que se pueden presentar.
Los sabios dicen que en el momento en que se presentan estos problemas u oportunidades (para crecer como seres espirituales), debemos evaluar todas las variables que le acompañan y si está en nuestras manos debemos resolverlo, pero que si una vez evaluado, vemos que es imposible, por nuestras circunstancias o situaciones, lo dejemos en las manos de Dios, El sabe mejor que nadie cuándo es el tiempo y cómo debe ser resuelto o no.
Aunque en el momento nos sintamos abandonados de la mano de Dios, porque la prueba nos parezca demasiado dura o cruel, también es cierto que nunca nos dará algo con lo cual no podamos batallar. A veces, es para el crecimiento y fortalecimiento de nuestra alma, otras para que seamos ejemplo de vida para otros o simplemente era algo que tenía que ocurrir para que todos juntos evolucionáramos a la vez.
¿Dónde podemos encontrar las claves para resolver estos problemas?. La mayoría de las veces están delante de nuestros ojos y no las vemos, porque estamos ofuscados o demasiado preocupados; otras en cambio, sólo se pueden buscar en el recogimiento y en la oración, ahí Dios nos dará la fuerza y la entereza para luchar, para aceptar o para resignarnos a los hechos, aunque nos duela muchísimo, aunque creamos que el dolor nos va a matar... Pero no hay dolor que nos mate, a menos que sea una enfermedad muy avanzada, y aún en esos momentos, la enfermedad puede ser menos dolorosa, si entregamos ese dolor al Señor, si hacemos el sacrificio de entregar ese dolor, para auxiliar las almas de aquellos que sufren más que nosotros. Pues aunque no lo crean, siempre hay personas que están pasando por situaciones más duras o precarias que las nuestras, y muy posiblemente ni se quejen, porque han perdido las fuerzas para luchar y se han entregado al dolor, o lo han aceptado como ¨parte del paquete todo incluido¨de la vida.
¿En qué grupo estamos?. Por mi experiencia de vida, a veces he estado en el de los luchadores, y en otros casos en el de los resignados. He aprendido que hay cosas que están en mis manos, y las realizo, pero si están más allá de mis fuerzas, de mi entendimiento, entonces, dejo de poner obstáculos, y me entrego completamente a la voluntad de Dios, y Confío plenamente, aunque el dolor venga como un añadido a la situación, pero en ese momento entiendo, que por más que me esconda, que huya, que reniegue o que luche, siempre prevalecerá la Ley de Dios, y lo que ha de ser será... No me queda ninguna duda.
Hace dos años, la vida me puso una prueba más, la que creía más difícil de todas, sin embargo, y a pesar de mi dolor, la medicina para mi alma llegó en la sugerencia de una amiga para que escribiera sobre mi experiencia y mi lucha por ese hijo que he perdido..., y me puse a escribir, estuve dos meses escribiendo a cada rato, las ideas que me venían a la mente, los recuerdos dolorosos y la lucha constante, sin resultados aparentes...
Fue un ejercicio de catarsis, poner en blanco y negro lo que habíamos luchado, lo que nos sucedió y a lo que nos enfrentamos como familia y como madre, en particular. Luego, cuando mi amiga lo leyó, se le puso la piel de gallina y me dijo que tenía que publicarlo, al principio pensé que no iba a tener ningún valor, pero ella me dijo que sí, pues a pesar de ser un libro vivencial, tenía un mensaje de esperanza y ya cuando lo registré en la Sociedad de Autores, y conversé con el editor, le añadimos dos partes más: las cartas a mi hijo y los poemas que escribí para él y por él, siendo Alma de mi alma, el que ha llegado más hondo a propios y extraños.
Así surgió Mi Hijo Pródigo, y hoy gracias a las amigas, a los amigos, a mis niñas y a la gente que se va interesando, el mensaje del libro va llegando, de un lugar a otro del planeta. No se cuántos libros he vendido, no reviso a ver cuántos ni en donde, el mensaje está ahí, en el Universo para ayudar, para tender la mano y para ayudarme a mí también, porque yo también necesito de vez en cuando, esa palmada, esa palabra de aliento y ese ¨cuenta conmigo¨, que me han hecho llegar, por diferentes medios, aquellos a los que les ha llegado el mensaje y la promesa. Dios los bendiga a todos.
Y sigo luchando, en dos frentes distintos, y a veces hasta en tres, pero lucho con fe, con esperanza y con todo el amor que tengo para dar y el que recibo de diferentes fuentes y maneras...
Los ángeles del camino, como yo los llamo, aparecen de vez en cuando, donde menos lo espero, y me traen noticias, esperanzas, apoyos, algunas risas, un abrazo, una palabra de aliento. Yo los acepto con humildad, porque a pesar de todo, soy una mujer bendecida con la bondad de la gente, con su humanidad, con su apoyo, su amistad. Incluso aquellos que no me conocen, me hacen llegar sus palabras de aliento. Y yo continúo mi camino, a veces muy empinado, tanto que no creo que voy a poder, pero luego cuando he dado dos pasos más, me doy cuenta que he sido más fuerte de lo que pensaba y sigo adelante, respiro el aire que me llega, acepto lo que se presenta y pido a Dios las fuerzas para afrontar el siguiente tramo.
Nunca estoy sola, aunque lo parezca, a mi alrededor hay gente que en silencio, sin hacer mucha bulla, están ahí para apoyar, para dar ánimo, para prestar su hombro y darme apoyo moral, para darme el consuelo del momento y para traer de vez en cuando, alguna nota de alegría y de esperanza. Pues se que cuando llegue al camino plano, que en todos los caminos los hay, estarán ellos para llevarme en volandas si me he caído o si me he quedado dormida...
Además tengo al mejor capitán del mundo, mi Señor, que siempre está ahí, que nunca nos ha abandonado, que me conoce mejor que nadie, que sabe hasta dónde puedo llegar y hasta dónde no, y en esos momentos, sin darme cuenta, mi cuerpo entra como en un letargo, como si me dijera:
_Ahora descansa, que Yo sigo trabajando y ayudándote_, y cuando vuelvo en mí, me siento renovada, las cosas no son tan grises, ni el dolor tan grande que no pueda continuar.
No soy mejor, ni peor que otros o que ustedes, así que si yo he podido sobre ponerme a la angustia, al dolor y a la pena, todos podéis hacerlo, yo no tengo nada de especial, tengo sangre roja en las venas, como todos, necesito alimentos y aire para respirar y vivir, como todos, Confío en Dios por sobre todas las cosas, y a él me aferro en busca de perdón y ayuda.
Buscad en vuestro interior, en esa conversación íntima entre vosotros y el Señor, sé por propia experiencia que nuestra súplica será escuchada; la respuesta vendrá cuando estemos preparado para ella, pero sobre todo, cuando esa respuesta sea la que más conviene a nuestra alma para su evolución. Porque a veces pedimos cosas que no nos van a hacer bien, al contrario, quizás hasta puedan hacernos perder el alma, y eso no lo va a permitir el Señor.
Que Dios nos bendiga a todos y cada uno de nosotros.
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