En estos días pasados, una de mis amigas y su esposo, a quienes conozco desde hace más de 45 años, me invitaban a participar en un¨juego¨para divulgar y compartir a través de Facebook, durante siete días, fotos y recuerdos de mi vida de casada, casi llegamos a los 41 años juntos... Pero yo me consideraba fuera del lote, pues ahora soy viuda. Su respuesta fue, que yo seguía siendo parte del lote de amigos casados y aún enamorados, que era el hermoso mensaje a compartir.
Razonando esa breve frase, tienen razón, porque aún ahora a eones de distancia, seguimos unidos en el alma, en los sentimientos, en el recuerdo de los hijos y en el amor hacia ellos y nuestros nietos.
Se preguntarán por qué titulé este Post de Hoy de esa manera, y la razón es sencilla, en mi experiencia de esposa y novia de mi marido, nuestros tiempos y nuestros pensamientos funcionaban a dos tiempos: el suyo y el mío. A veces descompasados, otras al compás, pero siempre en armonía, uno al lado del otro, aún cuando en un momento dado no estuviéramos ni siquiera en la misma sala, pero yo sentía su presencia, y creo que él también la mía.
La relación de pareja no siempre fue todo lo idílica que pensábamos que sería cuando dimos los primeros pasos, después de salir de la Iglesia Chiquinquirá donde nos casamos; podría decirse que era una unión muy rara, pues yo era muy joven y el me llevaba doce años, pero a pesar de las diferencias, siempre buscamos ese punto en común, y con el tiempo, con cariño, con amor, con afecto y comprensión fuimos andando cada uno de los caminos que nos tocó transitar: buenos, buenísimos, menos buenos, duros y difíciles... Pero lo hicimos agarrados de la mano, confiando uno en el otro, hasta el momento en que tenía que partir.
Creo que una de las cosas más hermosas, a parte de nuestros hijos, fue nuestra relación de amistad, para mí es y será siempre, el mejor amigo que he tenido. Cada vez que él me miraba, aunque yo tratara de esconder algo, me conocía tan bien que enseguida descubría lo que me pasaba o me atormentaba y a un gesto, me tendía la mano y cuando yo la agarraba, sentía que había llegado a puerto seguro, sentía que a pesar de todo, de alguna manera, a su lado estaba a salvo, yo, la mujer águila que defendía con uñas y garras a los míos, me convertía en un tierno mirlo blanco en sus manos...
Siempre recordaré las palabras del Profesor Breddy, qepd, quien allá por el año 71 nos decía que cuando conociéramos a un chico y nos enamoráramos, debíamos no sólo enamorarnos de él como tal, sino también de sus defectos, pues con ellos viviríamos toda la vida, y déjenme decirles que fue y es cierto.
Mi esposo era un fumador empedernido, y cada vez que me abrazaba, lo hacía sólo con un brazo, pues en el otro tenía el cigarrillo entre sus dedos. Yo me mofaba y le decía: pobre mi marido... estoy casada con el manco de Lepanto, haciendo alusión a Miguel de Cervantes...
Hoy a casi diez meses de su ausencia me conformaría con uno de esos abrazos incompletos... Pero la vida es así, hay que aceptar lo que tenemos y mirar hacia adelante, con una sonrisa, pues hemos vivido, hemos tenido un sueño en la piel, y cantado más de una Nana...
Demos gracias a Dios por todo lo que nos ha dado y nos da cada día, gracias por el amor, por la amistad, por los hijos y por los nietos, por la gente que estamos conociendo, por la que hemos conocido, y por el mañana, que no sabemos cual será su sino, pero que esperamos que sea maravillosa, llena de luz, de alegría y de gratitud.
Dios nos bendiga a todos y cada uno de nosotros, que bendiga vuestra unión y que nos dé alegría y optimismo para cada día.
Mireya Pérez
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