Desde hace mucho tiempo vengo escuchando a la gente sobre cómo debería actuar, qué hacer o qué decir... Paradójicamente, yo acepto a la gente tal como es, y jamás se me hubiera ocurrido decirle a alguien querido que cambiara su forma de ser, de sentir o de pensar. Porque eso sería, según mi criterio no aceptar al otro como es, y yo amo a la gente tal cual es y por lo que es en sí misma. No me interesan los bienes materiales, pero si su forma de comportarse ante los retos de la vida y la forma en que enfrentan los retos que pone la vida a diario, eso si es importante, porque yo aprendo a través de la vivencia no sólo personal, sino de las vivencias de los otros que la comparten conmigo.
Dicho esto, hace ya unos días que tengo en la cabeza la imagen concreta de un techo de cristal, que permite ver las estrellas en una noche clara, pero también puede oscurecerse por las nubes o por el mal tiempo...
También el techo de cristal, para ser efectivo debe tener una base matemáticamente calculada a fin de que pueda soportar la lluvia, el frío, el viento, la nieve si está construido en una zona donde pueden haber heladas o clima adverso.
Y si en vez de un techo real de cristal o de vidrio templado, se tratara de nuestro techo espiritual.
¿ Entonces, cuáles deben ser las características que debe tener nuestro techo a fin de que podamos soportar todo lo que nos combate día a día, y aún así, seguir completos, impolutos, perfectos, con la mirada alegre y limpia, con la frente serena y en calma, con la sonrisa a flor de piel y la esperanza de un niño que sabe que después de Navidades vienen los Reyes Magos y premiarán su esfuerzo del año con el juguete soñado?.
La respuesta no es fácil, sin embargo pienso que la respuesta está dada en cuanto más fieles seamos a nosotros mismos, en cuanto más flexibles seamos a la hora de abordar las distintas inquietudes que se nos presentan, en nuestra capacidad para soltar las amarras y dejarnos llevar, a donde quiera que Dios nos señale el camino, en el amor que compartimos y ofrecemos a manos llenas, en los ratos de felicidad compartida y en alegrarnos por la felicidad de las personas que amamos, sin ser egoístas, porque hay que reconocer que la felicidad se puede compartir, mas no se puede exigir, y a veces aunque nos duela, la persona que amamos no es feliz a nuestro alrededor, pero si en otros horizontes, y dejar fluir es la decisión más difícil y la más generosa de todos. No hay cabida para el egoísmo, solo la generosidad a manos llenas, puede hacer feliz a los seres que amamos y a aquellos a quienes respetamos como a nosotros mismos.
Me imagino el cristal de mi solárium , como el de una casa en la campiña inglesa, por dentro acogedor con un asiento y una mesa para tomar el té entre las flores del recinto, mirando el atardecer que va cayendo poco a poco, y las nubes que corren en el horizonte llevando su preciosa carga de agua y rocío a otros parajes de la comarca, mientras en mi interior hay ese rico sabor a hogar y a calor humano. Quizás haya una fuente pequeña de agua, tintineando dentro del recinto, regalando su hermoso sonido acompasado a las flores que mimosas engalanan el mismo. A veces el estruendo de la lluvia exterior no dejará escuchar el armonioso vaivén de la brisa y el murmullo de las flores al abrir sus pétalos al nuevo día, pero cuando afuera se hace la paz y reina el silencio, dentro se siente acogedor y no hay sensación de miedo ni de zozobra, todo es calma y alegría.
Sin embargo, el techo es de cristal, y por tanto es susceptible a ser dañado, pero ni las flores, ni el agua de la fuente, ni la mujer que bebe el te, tienen miedo, se sienten protegidas y acunadas bajo este manto de estrellas y bajo la claridad de la bóveda celeste que se asoma cada día.
La mujer ha ido templando el cristal hasta hacerlo fuerte dentro de su fragilidad, ha estudiado cada arista del mismo, y fortalecido los cantos y sus cuadraturas, los vitrales de múltiples colores que forman la fachada Norte y la puerta del Sur este, y las ventanas que se pueden abrir para dejar entrar la brisa fresca y depurar el aire... Ella ha trabajado en su techo de cristal, sabe que siempre será frágil, pero lo cuida y lo protege y siempre está pendiente para que nada perturbe la paz de su interior.
Todos tenemos un techo de cristal, unos quizás tengan apenas una claraboya, que no los deja mirar más allá de su espacio limitado, otros tendrán un techo amplio abovedado, donde poder observar las estrellas, que les permite soñar y dibujar horizontes cercanos y lejanos... Cada quien tiene sus puntos fuertes y sus puntos débiles, y creo que si trabajamos sobre aquello que nos debilita y nos resta energía, podremos afianzar las bases que soportan nuestro mirador celestial y hacer de él, un espacio íntimo, sereno, tranquilo, a donde poder viajar con la imaginación y encontrar la inspiración para crear, construir, desarrollar y emitir nuestra ideas y por sobre todas las cosas, compartirlo con las personas que amamos, sin miedo a que el techo de cristal se rompa en mil pedazos, porque sus bases son sólidas y están construidas sobre el amor a nosotros mismos y al prójimo.
No temamos por tanto, mostrar que tenemos puntos débiles, conozco a gente que se especializa en encontrarlos, al contrario, seamos lo suficientemente valientes y seguros de nosotros mismos como para reconocer nuestras flaquezas, pero también nuestra fortalezas, lo que nos hace únicos y especiales. Un diamante en bruto, con aristas y brillo interior capaz de dejar sin aliento al más avezado artesano escultor.
La vida nos pondrá en el camino ese artesano maravilloso capaz de esculpir el más hermoso diamante que brillará jubiloso en el techo de nuestra bóveda celestial. Y su luz alumbrará a miles de seres que necesitan de esa luz clara y diáfana. Todos tenemos un camino que recorrer y una responsabilidad para con los demás seres humanos a los que contactamos a veces un sólo instante, otras veces por un espacio de tiempo, pero nadie pasa por la vida sin dejar una huella o un mensaje. Procuremos que el nuestro sea de amor, de sinceridad, de gratitud, de honradez, de honestidad. Esa es la gran misión.
Que Dios los bendiga
Mireya Pérez.
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