Uno de los males modernos, aunque ha existido desde la antigüedad, es el Maltrato a la Mujer, que hoy está tipificado por leyes Nacionales e Internacionales como Violencia de Género.
Sin embargo, y a pesar de todo lo que se ha avanzado en materia de protección a la mujer, pareciera que todavía tenemos mucho que trabajar y empezar desde lo básico y primordial: La Educación de nuestros hijos, la construcción de valores morales fuertes y sobre todo, trabajar sobre la idea de que un ser humano no es propiedad de nadie, mucho menos de los padres, hermanos o familiares masculinos.
Sin embargo, aunque no lo crean, la violencia de género no es sólo física, de la cual conocemos y hemos visto muchos ejemplos, quizás demasiados...
La violencia de género puede llegar a ser ¨sutil¨, tanto, que sin dejar apenas huellas externas, mas que una sombra de tristeza o miedo en la mirada... Se extiende a lo más profundo de la psique femenina, minando lo más sagrado de un ser humano: la Confianza en sí mismo. Esto lamentablemente sólo lo conocen, aquellos que han sufrido bajo el dominio del ¨castigador¨a lo largo de su vida.
Hoy, con el permiso de alguien a quien amo profundamente y quiero, voy a contarles la historia de una mujer: La Doncella en el serrallo. Está basada en hechos reales, no es ciencia ficción, esto ocurrió y lamentablemente, su historia es similar a muchas de las que hemos escuchado y visto. Aunque estemos en el siglo XXI y no estemos en presencia de una persona inmersa en una sociedad diferente a la occidental. Ella es una mujer occidental, católica, practicante, madre y compañera.
Esta ha sido su vida, espero que sirva de alerta para aquellos que, sin darse cuenta, maltratan a su pareja, creyendo que así llevan bien las riendas de su relación, sin ser conscientes del daño emocional que están infringiendo o así lo esperamos todos, porque es muy cruel hacer daño a ¨sabiendas¨...
...Aunque a veces creamos que los tiempos en que se arreglaban los matrimonios y se concertaban las dotes, han pasado a la historia. Todavía hoy en día existen lugares en la tierra, donde esos usos y costumbres siguen siendo una norma social no escrita, que se niegan a dejar atrás gentes que no se encuentran perdidas en la geografía de tu país, al contrario, a veces las tenemos a la vuelta de la esquina, en el piso de al lado, en la familia, de amigos de nuestros hijos...
Hubo una vez, en un universo lejano una joven viuda con varios hijos, dos varones y una adolescente. La joven mujer vivía preocupada por su prole y su futuro. Las buenas amigas siempre le aconsejaban sobre qué hacer y cómo vivir, de acuerdo a los cánones de la sociedad de esa época.
_ No basta con ser honesta- le decían_ Hay que parecerlo...
_ Es un peligro tener a una niña tan pequeña, sin padre que la proteja_ decían otras...
Y así, en cada reunión fueron socavando y minando los ánimos de la joven viuda, que poco a poco empezó a ver a su única hija con unos ojos diferentes, sin notar ni percibir que la ¨niña¨podría ser el consuelo de su vida, al contrario, viendo cada vez que topaba su mirada en ella, que podría darle ¨sinsabores¨ como sus bien intencionadas amigas le habían dicho...
Los varones eran distintos, eran tratados de otra manera por la madre: uno tenía el color de cabello del padre, el otro su sonrisa y ambos apuntaban maneras , quizás llegaran a estudiar y tener carrera, soñaba la pobre mujer...
Mientras tanto la niña crecía, recogida entre las paredes de la vieja casa, otrora alegre y cantarina, sólo encontraba consuelo en los libros que leía, que le prestaban en la biblioteca del colegio o en el parque cerca de casa.
La niña soñaba con los paisajes que describían, aprendía en silencio palabras nuevas, vocablos, el diccionario era un gran compañero... Ella, sin saberlo, intuía que más allá de las puertas de su casa, existía un mundo que no conocía, que quizás nunca conocería, pero ella, en su mente, viajaba y disfrutaba de las descripciones que hacían los autores que iba descubriendo...
En algún momento cerca su cumpleaños número 16, una mañana, de repente, su madre le dijo que había un joven que quería conocerla. No pertenecía a su núcleo de amigos de la infancia, no, de hecho hacía tiempo que ya no tenía contacto con algunos de ellos, y la joven aceptó lo que su madre había preparado, sin tomar conciencia de lo que esa simple visita trostacaría para siempre sus sueños de niña y adolescente...
Sin saberlo, su destino había cambiado para siempre.
El joven en cuestión, era un hombre mayor, tenía para aquel entonces cerca de treinta años, no era viejo, pero comparados con los escasos 16 de la joven, era mucho mayor, en todos los sentidos de la vida: Era un hombre que había vivido, que sabía lo que buscaba y que se aferraría a la juventud y pureza de la joven, como aquel que se aferra a un tesoro inesperado...
Cuando lo vió por primera vez, se sintió invadida, no sabía de qué, algo como de miedo, como de respeto... El al verla, vio en ella lo que había buscado con tanto afán: la inocencia del rostro juvenil, los ojos negros profundos y el hermoso cabello negro, largo, casi hasta la cintura de la frágil joven, que le daba una aspecto delicado y muy femenino. Le gustó lo que vió y lucharía para ser el único hombre de su vida...
Su madre miraba a uno y otro y sonreía, todo iba saliendo como le habían aconsejado sus amigas:
_ Es lo mejor que te puede pasar..._ decían socarronas_
_ Este joven en un profesional serio y responsable, que cuidará de tu hija y la hará su esposa...
La doncella no se atrevía a levantar la mirada, pues sentía sobre su rostro la intensa mirada del joven, que se había enamorado nada más verla, esa misma tarde...
Así empezó el tiempo de cortejo, su madre se aseguró de que sólo viera a este joven acompañada, la acompañaba a todos sitios y cuando alguien de su antiguo entorno juvenil llamaba por ella, les decía que no estaba, que se había quedado en casa de alguna amiga, y así poco a poco fue cerrando el cerco, hasta que por fín, antes de que la chica entrara a estudiar la Universidad, fue pedida en matrimonio y casada ese mismo año. Tenía apenas 18 años y tendría sobre sus hombros de niña-mujer, toda la responsabilidad de una casa, un marido, estudios y si Dios quería hijos también.
El hombre la amaba, pero la celaba de cualquiera, poco a poco durante su vida, la iría apartando, de forma sutil, pero inteligente, de todo aquello que no fuera él y su familia. Incluso, cuando llegaron los hijos, celaría el amor de madre que ella les daba, nunca había suficiente para él. Ella, convencida de que no era lo suficientemente buena, lucharía por darle lo mejor que podía, en la esperanza de que así, valoraría toda la entrega y dedicación que ella ponía en cada simple detalle de su vida en común, pero el hombre no se dejaba doblegar, cualquier intento de la joven por salirse de las normas o reglas establecidas, era sepultada bajo la mirada fría, el desdén en las palabras o algún objeto que rompía a propósito, sabiendo que a lo mejor era un recuerdo, pero hasta de los recuerdos la celaba...
Ella jamás se quejó, no tenía con quien desahogar sus penas, y su autoestima estaba tan maltratada, que durante mucho tiempo, casi veinte años, estaría convencida de que ¨no era lo suficientemente buena¨para merecer algo mejor en su vida. No había posibilidad de divorciarse, su madre se lo había dicho muy claro una vez:
_ En nuestra familia no hay divorcios_ y si lo piensas, me aseguraré de que no tengas a donde ir_ Así lo hizo...
La joven tuvo que bajar la cabeza, aprender a sobrellevar su vida y esperar que sus hijos nunca supieran el dolor que ella padecía... Luego vendrían los devaneos del hombre con otras mujeres, las llamadas que estas hacían a su casa, y la voz del hombre diciendo:
_ Esas son tus amigas, que te tienen envidia...
Pero ella sabía que era verdad, y el amor se fue apagando, siendo sustituido por la resignación, y la entrega a su trabajo, a su casa, a sus hijos. Sin un reproche, sin un atisbo de dudas, todo por sus hijos, por el ejemplo de vida que debía darles.
Un buen día el hombre enfermó, tuvo una enfermedad larga, dolorosa, difícil, pero ella lejos de abandonarlo a su suerte, le acompañó en cada tramo del camino, hizo de tripas corazón y curó sus heridas, se armó de valor y a pesar del dolor propio, pudo darle ¨tiempo de calidad¨y ¨calidad de tiempo¨...
Sus hijos y ella lloraron su pérdida, no se sintió para nada liberada, al contrario, sentía mucha pena por él. Era una víctima más del Síndrome de Estocolmo, pues había sido secuestrada por amor, y aún así no se daba cuenta...
Hoy la doncella es una mujer madura, sus negros cabellos son casi blancos, los sigue peinando en un rodete detrás de la cabeza, no se maquilla, tiene ese halo de serenidad que la inunda y quien la ve, jamás sospecharía lo difícil que fue su vida, y lo que está luchando para emprender una nueva. Lee y sonríe ante las páginas de algún libro, porque recuerda a la joven que fue y sabe que nunca recuperará esa luz que la habitaba, pero reza, confía y espera la llegada de los nietos, de los hijos, que jamás conocerán su propia historia, la que ella vivió en soledad, en silencio, sin apoyo de los que en su momento debieron haberla cuidado y protegido y no lo hicieron. Por eso ella hoy protege y cuida, conversa con los jóvenes y a su manera trata de darles el ánimo que ella no recibió en su momento y forma parte de algunas ONG que auxilian a la mujer, es su misión y ella lo sabe...
Esta es mi amiga, alguien a quien he acompañado gran parte de su vida, y sin embargo, no reniega de ella.
Espero que este cuento les muestre cómo a veces, sin saberlo, estamos haciendo daño a alguien que sólo nos pide un poco de amor y si no lo sienten, pues déjenlos volar. Nadie debería jamás mendigar amor, no tiene sentido, y mucho menos aceptar en silencio lo que ella aceptó. Pero ya pasó, el tiempo pasa y los años van quitando el dolor sustituyéndolo con nuevas alegrías y sueños por cumplir, sin importar que no tenga juventud, pero sí ganas de vivir.
Dios nos bendiga amigos y amigas.
Mireya Pérez
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