Dicen, y es cierto, que el primer amor nunca se olvida... Muchos pensarán que se trata de la primera ilusión, de la época de adolescentes o estudiantes, pero para una chica, el primer gran amor de su vida, es su padre, el hombre, que sin saberlo, o imaginarlo, marcará para siempre, el patrón o modelo de Padre, Esposo, Hijo, Amigo, que pueda tener su hija el día de mañana. Si como a mí, se le pierde al inicio de la adolescencia, esa imagen será todavía más fuerte y un ejemplo o ídolo difícil de destronar.
No creo que a mi padre se le hubiera pasado por la mente, alguna vez, el que dejaba un listón muy alto, casi difícil de superar por cualquier ser humano, mucho menos por un chico o joven de la época, aunque a decir verdad, yo tuve algo de suerte en ese sentido.
Mi padre fue, a decir de todos, un gran tipo, amigo de sus amigos, madrero, adoraba a mi abuela, su madre, hermano mayor, consejero, compinche de sus hermanos, el mejor tío de sus sobrinos, alegre y juguetón, pero siempre padre y enamorado de su mujer, de aquella chica rubia de ojos azules, que un buen día conociera cuando hacía la mili en Santa Cruz de Tenerife, allá por los años 40.
Tuvieron seis años de amores por carta, la pidió en matrimonio y sin haberse visto en seis años, aquel chico valiente, se presentaría un martes para casarse el sábado... Por supuesto, los 20 años de matrimonio, fueron el noviazgo que no vivieron y era una pasada verlos en su día a día, en cómo resolvían sus pequeños conflictos y cómo nos regalaban su amor, su ejemplo, su capacidad para entendernos y para adaptarse a cada uno, pues éramos tres niños con necesidades diferentes...La tragedia de tener una hija enferma, con una enfermedad rara, lejos de alejarlos, los unió más y cuando ella falleció, yo tenía 10 años, volcaron todos sus recursos emocionales y humanos a hacer de nosotros dos, unos niños felices, llenos de amor y comprensión.
Mi padre tenía la capacidad de ver en mi rostro, cualquier cuita, cualquier desasosiego, él lo leía y me ayudaba, a su manera, suave y cercana a llevar esa angustia a puerto seguro y a entender que todo, absolutamente todo pasaría... Sí, en algo tenía razón: el dolor pasa... No porque se olvide, sino porque se va atenuando con el tiempo, y la memoria selectiva hace que sólo recordemos los momentos dulces, las sonrisas, lo que se ha compartido en felicidad, lo hermoso de haber vivido, aunque apenas se haya disfrutado de todo lo que se pudo haber hecho.
Hoy hubiera cumplido 95 años, y habría sido el hombre más feliz del mundo, creo que a pesar de lo corto de su vida, lo fue, a su manera, a la nuestra, y yo, como hija suya, me siento orgullosa de haber sido su hija, por lo que sembró en mí, por el ejemplo que me dejó, por los valores que inculcó, por esa manera que tengo de enfrentar la vida, siempre con una sonrisa, a pesar de que las lágrimas se asomen de vez en cuando. Esa es una de sus herencias, también el de ser un ratón de biblioteca, siempre tenía un libro entre las manos, una obra por hacer, algo por crear... Yo soy parte de ese legado y tu nieta y bisnieta también...
Padre mío, te quiero, te amo, te respeto, siempre y mientras tenga un hálito de vida y de luz en esta mirada que tanto se parece a la tuya.
Feliz cumpleaños en el Cielo, conociendo tu carácter alegre, sé que debes estar preparando una buena jarana allá arriba, con tus hermanos y amigos, ya sois un grupo grande y mi madre, se sonreirá de verte en tu ¨salsa¨...
Mi primer gran amor, hasta siempre padre mío...
Tu hija
Mireya
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