A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

lunes, 11 de abril de 2016

En recuerdo de mi madre...


Qué podemos decir los hijos de una madre, sobre todo de la nuestra, generalmente todas las palabras de elogios son pocas, pero hay madres de madres, y la mía ha sido y fue muy singular.

En primer lugar, porque al quedarse viuda con 40 años, agarró y se ciñó bien ajustados los pantalones, y a fuerza de hilo y aguja, nos sacó adelante, teníamos apenas 15 y 11 años, y de repente, la casa que siempre estaba llena de amigos y conocidos, se llenó de soledad, pero sí abundó el trabajo, mamá se hizo sus clientas poco a poco, con cariño, con tesón, con mimo, con esfuerzo, ¡cuántas noches cosiendo hasta las 11 o 12 de la noche!, ¡cuántas madrugadas frías, cosiendo o pespuntando un traje!, los días más ajetreados, eran los de las citas para probarse, pues mamá cocía a las medidas de sus clientas, así que los vestidos, pantalones, chaquetas y trajes de fiesta, quedaban hechos como un guante. Los viernes y sábados era un frenesí de entregas, y cuando la cosa aflojaba y el volumen de costura no era suficiente para cubrir los gastos, se iba a una fábrica y pedía un lote de costura para hacer en casa y luego entregar.

Nunca tuvimos lujos, pero tampoco faltó el plato de sopa o potaje, ni el segundo plato, ni la fruta, el cambur o plátano o la papaya o lechosa. Pero el amor lo dio a raudales, claro que era exigente, había que estudiar, y si ya había cumplido con mis deberes, siempre había algún libro que leer, de los de mi padre, como solía decir. 

Lo que más lamento es que no me quisiera enseñar a cortar, coser sí, modestia aparte, puedo hacer casi todo, pero cortar directo a la tela, diseñando o esquematizando las medidas directamente, sin patrones, no. Esa era una de sus cualidades más apreciadas. Cosió hasta los 74 o 76 años, tenía alma de chiquilla, como solía decir, y yo que siempre me he vestido muy clásica, todavía tengo trajes hechos por ella, que lucen como el primer día, y parecieran que son nuevos. 

Eso lo aprendí de ella, a cuidar las cosas, todo no se puede planchar directo con la plancha, a veces hace falta un pañuelo o un trozo de tela humedecido para planchar y darle un aspecto de planchado profesional. E incluso, los pantalones oscuros, con una hoja de periódico y la plancha, quedan con los filos impecables....

Mi madre siempre fue la clase de mujer que te decía las cosas de frente, usaba mucho una frase:
_ No soy escaparate de nadie_ y era cierto.

Tenía muy claras sus prioridades, aunque a veces chocaran con las tuyas, pero se aferraba a sus principios y creencias y no la sacaba nadie de ahí.

Tuvo las manos y uñas más bonitas que he visto en mi vida, pero se fueron llenando de callos, por las tijeras y el dedal, de tanto cortar y coser...

¡Cuántos 24 y 31 de diciembre, lleno de trajes de fiesta que entregar!, y las clientas esperando, otras mandaban a los esposos, los choferes, etc. En ese piso humilde, se mezclaban las clases sociales caraqueñas, desde la inefable Ramona, que era una negrita simpática, que trabajaba en una ¨buena casa¨, hasta la señora encopetada del Caracas Country Club... Todas buscaban a Carmen Nola, para que les hiciera trajes como los de Vogue, Hola, Chanel, etc., y ella era feliz, todas esas clientas la querían, la llenaban de halagos, y hasta hace muy poco años atrás, todavía la llamaban para darle un saludo.

Tuvo un carácter dulce, pero a la vez tenaz, se ponía sus metas y luchaba por ellas. Creía mucho en sí misma, no se amilanaba ante nada ni nadie. Si alguien creó algo, ella lo podía hacer igual o mejor y lo hacía.

Fue una madre cariñosa, entregada, sacrificada, honesta, sincera, responsable y devota. Creía en la gente, porque ella era fiel reflejo de la mujer sana, y conciliadora, de ella aprendí a no pelear, a seguir siendo la novia, aunque tuviera 30 años de casada o más...

A pesar de que mi madre se quedó viuda un 8 de Julio del 1971...Todos los días, sin faltar uno solo, al llegar las tres de la tarde, se levantaba de la mesa de coser, se bañaba, se arreglaba y se pintaba los labios, para que mi padre, cuando llegara del trabajo, la viera siempre linda y dispuesta con su sonrisa, con esos ojos azules maravillosos, llenos de luz y de un infinito amor.

Ahora te has ido, pero lo hiciste a tu manera, sin alboroto, en tu casa, rodeada de tus recuerdos, de cada rincón de esas cuatro paredes, donde fuiste la mujer más feliz del mundo, sin tener lujos ni riquezas... pero eras millonaria en amor, y lo entregaste a raudales.

Te amo madre mía, me has hecho mucha falta en este tramo del camino que he cruzado sin tu presencia, pero ahora que estás en el Cielo, sé que tus oraciones, tus besos y abrazos, seguirán acunando mis sueños.

No te digo adiós, sólo hasta luego, porque allí donde tu estás, el tiempo no se mide con relojes humanos, y por ello, lo que nos parece lejano en el tiempo, se vuelve mañana en un sólo plis plas.

Gracias mami, por todo lo que me enseñaste, aún por los regaños, que también los hubo, pero tenías que moldearme a tu manera de ver y sentir, y yo te doy las gracias por ello.

Siempre en mi alma, mis recuerdos y mi corazón, solo te digo: 

¡ Hasta pronto!!!!


Tu hija

Mireya



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