Todos los que han atravesado por este camino coinciden en algo que es común, y a la vez diferente para cada uno de los que lo viven, y es que se pasan por distintas etapas, a veces unas enlazadas con las siguientes, otras en cambio, como si se tratara de lecciones especiales, donde nos descubrimos como alumnos no precisamente avanzados, más bien a regañadientes, porque en ocasiones pareciera que hemos retrocedido cuando ya pensábamos que esa etapa en particular la habíamos superado.
En lo particular me he casi derrumbado al ¨darme cuenta¨de que apenas faltan ya, casi mes y medio para cumplir el primer año de esa ausencia, que aunque conocida desde el principio, nunca se está lo suficientemente preparado cuando nos encontramos con el hecho como tal. Ahora me descubro pensando en la misa del primer año, y me derrumbo, no lo puedo evitar, el alma se me pone chiquita, como si se diera cuenta de lo poco importante que es el tiempo, pues pasa sin darnos cuenta, los días se suceden unos a otros y los meses le siguen en carrerilla, y uno en la borrasca, a veces completamente firme, otras tambaleante, aunque la máscara que he construído es tan buena, que pocos se dan cuenta de lo que ocurre detrás de la mujer que soy o que aparento ser.
Gracias a Dios mis días están ocupados en el servicio y atención a otras mujeres, que como yo, han pasado por una enfermedad que está minando a muchas mujeres, estamos asombradas de la cantidad de casos y de las edades tan tempranas en las que se están presentando; como mujer afectada y superviviente al cáncer de mama, me asombran los casos de mujeres de 20, 25 e incluso menores a esa edad, que están luchando contra este enemigo silencioso que aparece para darnos ¨una lección de vida¨. Pero también debo agregar, me sorprende aún más el empuje de nuestras mujeres por salir adelante y superarse a sí mismas, son unas grandes luchadoras, estamos muy felices por ellas y por nosotras.
Cuando miro hacia atrás en el tiempo y me sitúo en los días previos a la partida de mi esposo, me asombro del coraje y de la entereza con la que enfrenté esa etapa, no sólo por él, sino también por mí, aunque tenía miedo de no estar a la altura de las circunstancias, pero con el tiempo se da uno cuenta de que la reacción que tuvimos es la que debíamos tener y de que todo lo que hicimos fue lo mejor, no sólo para la persona que debía hacer su último viaje, sino también para el que acompaña y reconforta.
No puedo evaluar mi duelo, ni creo que nadie pueda hacerlo de forma objetiva, siempre habrá quienes pensarán que debe hacerse de una forma u otra, pero sólo el que transita este camino, entiende y comprende cada rescoldo del camino e intuye que esa era la forma en que debía hacerlo y no otra. Porque el duelo se vive de forma individual. No es lo mismo el duelo que siento yo como esposa, que el que siente mi hija, por ser hija. No puedo ni quiero cuantificarlo, es especial y diferente para cada una de nosotras, y así debe ser.
Este duelo me ha hecho evaluar todas y cada una de las caras que tiene esta etapa, como si de un prisma con muchas facetas, se tratara. Todas y cada una de las caras emiten su propia energía y su propia luz, puede que en momentos, como en estos días pasados, me lleve a sentir tristeza y melancolía profunda, sin siquiera asomarme a la depresión, ni lo quiero...
La depresión me parece en realidad, uno de los males de este siglo que transitamos, o quizás es que los médicos cuando la persona se siente abatida, triste y desolada, crean que eso es una depresión y la llenen de pastillas que les va minando la alegría de vivir, y que las va sumiendo en una especie de sopor o de somnolencia que las mantiene alejadas del mundo. No se lo deseo a nadie.
Así que aquí estoy hoy, parada en esta vereda del camino, mirando lo cerca de las fechas, y por el otro lado, asombrada de todo lo que ha sucedido en mi vida, desde el punto de vista positivo, en este tiempo. Y me consuelo de poder hacerlo parada en mis pies, fortaleciendo mis piernas, dispuesta a caminar y transitar el camino que debo hacer, que sólo me pertenece a mí, aunque cuento con el apoyo de una serie de ángeles que están en mi vida, que van acercándose o que llegarán para acompañarme, instruirme o simplemente para decirme que siga adelante, siempre con la vista en el horizonte, a veces sumida en mis recuerdos, otras con las lágrimas suspendidas en mis pestañas, pero valiente, entera y reconfortada.
Gracias a todos y a todas. Aunque a veces me recluya en el silencio de los días, tengo presente el que debo compartir y escribir, no sólo para mi alegría de compartir, sino también para aprender, para enseñar y para rezar en grupo, de una forma sencilla, muy mía, pero que he venido haciendo en casi tres años, desde que comencé esta andadura guiada por mi esposo.
Dios los bendiga y me bendiga a mi también.
Mireya Pérez
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