A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

miércoles, 1 de julio de 2020

Tercer día de Fiesta Patronal emocional... Toca crecer..aunque no quiera...


Creo que para todos nosotros, existen momentos en nuestra historia personal, que nos cambian la vida para siempre... Para algunos es un accidente, para otros una enfermedad, algún cambio fuerte en nuestras vidas, o como a mí, el fallecimiento de mi padre cuando apenas él tenía 48 años de edad y yo quince.

Mi vida tuvo un giro completo de 360º cuando él falleció. Su desaparición causó cambios terribles en nuestras vidas, la primera y principal, su ausencia, la segunda, la retirada paulatina de la familia y amigos cercanos, la tercera y quizás más importante, el tener que ser a esa corta edad de 15 años, la encargada de mi casa, de mi hermano y de todo en la administración de mi hogar, pues mi madre sólo tuvo un objetivo: Salir adelante sola y con dos niños...

Para mi madre, yo era el capitán del barco, lo primero que hizo fue llevarme al centro de la ciudad, darme una moneda y decirme que debía encontrar la manera de regresar a casa, sin ella decirme cómo... Me dejó en la zona más atestada de gente que yo me podía imaginar, apenas recordaba que cerca de allí estaba la Catedral de Caracas y la Iglesia de San Francisco, donde muchas veces acompañé a papá a misa. Así que, temblando de miedo, esa niña que yo era, toda vestida de negro, pues llevaría luto cerrado por mi padre durante dos años, rezando en mi interior, me dirigí hacia esa zona y luego, animada le pregunté a una señora por dónde se encontraba la parada de busetas de Carmelitas, era la que pasaba más cerca de mi casa. Ella muy amable me explicó y supe llegar a la parada, subirme a una de ellas y en aquel julio de 1971, comenzar lo que sería mi andadura como jefa de una casa, dejando mi niñez y mi adolescencia para siempre. Mi madre me prohibiría llorar, sentirme triste y menos desfallecer. Debía estudiar, gracias a mis madres del colegio, pude seguir y terminar el bachillerato en él, y luego ir a la Universidad. Pero para mi hermano que era un niño, las cosas fueron difíciles, yo sería de ahí en adelante su segunda madre, y aún hoy a 49 años de la ausencia de mi padre, él me sigue  llamando mami y pidiendo mi bendición...

Mamá siempre pensó que el único que se había quedado huérfano era él, mientras que yo, también su hija, era el " hombre de la casa" y por tanto, fuerte, muy a pesar mío...

Atrás quedarían las muñecas, los fines de semana con mis amigas, las salidas al cine, o cualesquiera otra actividad similar, mi madre se encargaría poco a poco de ir haciendo que mis tareas, no sólo escolares, sino de casa, fueran absorbiendo cada vez más mi vida, hasta que en diciembre de ese año, al salir de una fiesta en Navidad, a la cual me llevaron las hijas de los padrinos de mi hermano, conociera por casualidad al hombre que posteriormente se volvería el centro de mi vida, mi esposo...

No voy a hablar de mi noviazgo, creo que en algún post de hace unos cinco años, debo haber comentado sobre él, pero sí les puedo asegurar, que a partir de ese 26 de diciembre de 1971, aquella niña, comenzó a crecer a pasos agigantados... Me cuidarían mucho más, mi circulo se haría cada vez más cerrado, pero sin embargo, tengo que reconocer que mis amigas, las de siempre, estuvieron a mi lado, en cada piedra del camino, para hacerme reír, para darme un consejo o simplemente para hacerme sentir que no estaba sola.

De ahí en adelante mis alas empezarían a sufrir la metamorfosis de la cual hablo en mi próximo libro... Al encuentro de Las Águilas...

En diciembre del 74, me casaría y al cabo de tres años y medio nacería mi primera hija, cuatro años después mi hijo, y a mi corazón llegarían a lo largo de mi vida, mis grandes tesoros, esas amigas e hijas e hijos putativos a quienes quiero y respeto como míos...

Viendo esa parte del camino, me siento agradecida, humildemente agradecida por todo, aún por las cosas que no fueron del todo, como lo esperábamos, pero lejos de quejarme por la esquinas o de buscar salidas fáciles, aprendí a llevar mi cruz, con una sonrisa en los labios y en la mirada, y a plantarme ante la adversidad, como la guerrera que soy y como en una obra de teatro de Alejandro Casona, decir que: Los arboles mueren de pie....

La música siguió siendo importante en esa etapa, algunas canciones se convertirían en especiales, porque eran para mis amores, mi esposo y mis hijos, cada uno de ellos tiene más de una, que sólo es para ellos, otras canciones me recordarían quién soy y hacia dónde voy... jajajaja, no sería yo si no fuera así...

Comparto con ustedes alguna de ellas, espero que les guste.

Gracias y que Dios siga iluminando nuestro camino.

Mireya Pérez








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