A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

lunes, 9 de junio de 2014

Un ejemplo a imitar...



Cuando uno habla de ciertas personas que forman o formaron parte de tu historia vital, no es fácil hacerlo con justicia, porque el amor o el des amor hace que no seamos fieles o justos a su vida. Hoy yo quiero mostrarles el ejemplo de una mujer, adelantada a su tiempo, moderna, elegante, sencilla, observadora, generosa, pero con orgullo de casta, que amaba a sus hijos, pero que por educación de la época que le tocó vivir, no podía demostrarlo como lo hacemos las madres de hoy día, que somos unas besuconas, abrazamos a nuestros hijos cada vez que están a distancia de un te quiero, y si es a los nietos, ni hablar.

Esta mujer, alta, elegante, siempre de punta en blanco, que iba dos veces a la semana a la peluquería, porque siempre debía mostrar una imagen impecable, era mi suegra, pero no de las suegras mete me en todo, no, ella fue para mí un gran ejemplo de vida, y hoy voy a hablarles de algo que se podía hacer en los años 60 y 70, pero que no podríamos ni sospechar en hacerlo en pleno siglo XXI.

Pues bien, mi suegra, siempre trabajó, desde muy joven, primero haciendo y bordando primorosos manteles bordados a mano, los famosos manteles de Manila, pero hechos en La Palma. Ella y sus hermanas, bordaban con primor y hacían verdaderas maravillas, luego cuando la gente empezó a emigrar a América, ella y su esposo se en rumbaron  hacia Venezuela, que era la tierra prometida para muchos españoles y canarios.

En Caracas,comenzó a trabajar para Selemar, y trabajaría para esta empresa durante 30 años, llegando a ser la encargada de la tienda principal, de la más grande. Pero no contenta con trabajar hasta las 7 de la noche de lunes a sábado, en su casa atendía también a algunas chicas que querían hacerse su traje de novia, y en eso era una maravilla, todavía guardo su álbum de trajes de novias, que muy gentilmente le regalaban después a ella, en recuerdo de ese día feliz. Trabajó con tesón y sin quejarse, siempre dispuesta a complacer a las clientas, entendiendo lo que querían y mimándolas, así hasta 1997.

Pero no es de esta característica de la que quiero hablarles, era el de acoger a la gente, si alguien de su familia, tenía que venir a Caracas, terminaban alojados en casa de mi suegra, si se había dañado el baño y había que hacer obras, ahí estaba mi suegra ofreciéndoles venir a casa a bañarse si les hacía falta, su apartamento, casi era un parador, y ella feliz, no la molestaba nada, creo que le gustaba tener gente a sus alrededor y si eran las sobrinas, mejor que mejor, cuando las chicas regresaban a sus casas, su tía, las había provisto de algunas prendas nuevas, bien hechas por ella, o compradas en el gran almacén, pero nadie se iba con las manos vacías.

Sin embargo, su obra que más me llamó la atención fue, la caridad, en los años 60 y primeros de los 70, Caracas todavía era un poco pueblerina, sana, y ella, no tenía miedo en agarrar a un pordiosero, que hubiera estado viendo por algún tiempo cerca de su iglesia El Corazón de Jesús, sin que, de buenas a primeras, hablara con él, y sin saber por qué y sin miedo a que le pudiera pasar algo malo, lo llevaba a su casa, lo hacía bañarse, le buscaba ropa entre las ropa de mi esposo, o de mi cuñado, que todavía estaban solteros, y se las daba para que se vistiera, le daba de comer y alguna muda más de ropa, y luego lo llevaba de nuevo a la calle, y le decía: -Felipe ( fue un maestro, que de buenas a primeras se dio a la bebida, y su familia, a pesar de todos los intentos, no lograron sacarlo de ese mundo), que sea la última vez que te vea yo en la puerta de la iglesia con esas fachas..-. Y luego, cuando el tiempo pasaba, ella lo buscaba, le llevaba comida, ropa y medicinas, cuando le salió una gangrena en un pie, hasta que un día desapareció.

Cuando Caracas fue cambiando, y a partir del 74, la emigración cambió, ya no era tan seguro meter en tu casa a un extraño, así, que de ahora en adelante, habría dos señoras : Guillermina y Yolanda, que vendrían a su tienda, y ella de la mercancía que había quedado de alguna temporada, las vestía, les daba comida, llamaba al restaurante o fuente de soda que estaba debajo de su tienda y pedía que pusieran en su cuenta el almuerzo en un envase para llevar y cubiertos de plástico, para estas dos señoras. Y cómo se ponía cuando aparecían sucias, las llevaba al baño de los dueños de los locales, y las hacía bañarse y cambiarse de ropa, incluyendo ropa interior, y les decía: - y que no me entere yo, que han  vendido  la  ropa  para comprar caña (alcohol), y ellas, muy astutas, le decían: - no doñita, yo la guardo, no se enfade, que yo voy a cuidar esta ropa tan fisna que me ha dado-.

Su lema personal creo, era que bajo su techo, no habría lujos, pero el que tocara a su puerta, siempre podía contar con un plato de sopa o comida  caliente y una manta y almohada donde dormir. Y yo, la he hecho mía, así cuando vivía en Caracas, si alguna amiga quería venir a casa y quedarse el fin de semana, todos contentos de tenerla con nosotros, y cuando en un momento dado, alguna amiga de mi hija, necesitó de nuestro apoyo y ayuda, en casa estuvo todo el tiempo que necesitara, hasta poder independizarse, y si salíamos a algún sitio, ella también venía con nosotros, era una hija más. Si nos encontrábamos con algún conocido, la presentábamos como si fuera una hija más, y eso también pasó con mis alumnas, si necesitaban ensayar las gaitas y no había salón de fiestas donde vivían , pues yo les ponía a disposición el salón de música de mi casa, y se llenaba de 30 muchachas y como 15 mamás que venían a acompañarlas, y me acostumbré a que mi biblioteca de mi carrera fuera un acordeón, con la entrada y salida de libros prestados para hacer trabajos, aunque ya no estuvieran dando clases conmigo.

Fue una gran maestra para mí, y al final de su vida, cuando yo menos me lo esperaba, me dejó su legado, algunas cosas, ya están en poder de su única nieta, las otras, soy yo su albacea, hasta que la nieta las vaya a necesitar.

Yo, la niña que la obligó a quitarse el luto por la muerte del esposo y luego de su madre, la que le pidió que usara colores alegres, para que al llegar los nietos, la recordaran , como era, moderna, elegante, coqueta, impecable, con un corazón de oro, pero con una vida espiritual mucho más grande, de lo que yo pude atisbar, durante el tiempo que vivió entre nosotros.

Se que desde el Cielo, debes estar loca de contento de ver a tus bisnietos, y reconocer en tu nieta todos esos dones, con los cuales la dotaste.

Que Dios te Bendiga, nosotros nunca te olvidaremos.


Mireya Pérez



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