Dependiendo del país en el cual vivamos o hayamos crecido, las costumbres y tipos de actividades que se realizan al llegar este último mes del año, cambian de una región a otra. Pero para todos los seres humanos, sin distingo de raza, condición económica o social, es también un mes de reflexión sobre lo que han hecho en el año, sobre las metas o sueños cumplidos y las metas o logros que quieren alcanzar en el año venidero.
Independientemente de si el año ha sido bueno o no, este mes es para reflexionar y tomar conciencia de muchas cosas, la más importante, que todavía hay mucha vida para compartir, familia a la que amar y amigos que nos acompañan en este viaje que llamamos vida.
Los que hemos emigrado a otros países, por distintas razones, tenemos, como comprenderán, el alma partida en dos: por un lado, los recuerdos y las añoranzas típicas de las cosas que vivimos, de los aromas, de las comidas, de las risas compartidas en familia y con amigos y amigas, que en la mayoría crecieron con nosotros, en lo individual y en lo colectivo; por el otro lado, los lugares por conocer en el país que nos ha acogido, en los amigos y amigas que vamos haciendo, en la siembra de nuevas ilusiones, y el aprendizaje que nunca nos abandona, pues siempre estamos hambrientos de aprender y conocer, de saborear y comprender, de enseñar y adaptarnos a estas nuevas circunstancias, que siempre son un nuevo reto, el más antiguo del mundo, el reto de adaptarnos al nuevo medio ambiente y volver a sonreír, si es que en algún momento perdimos la sonrisa.
Somos afortunados en realidad, aunque nuestra fortuna no se mida en monedas humanas, pues la riqueza de la que les hablo, reside en ese bien inmaterial y hermoso que es la Amistad. Qué maravilloso es poder decir que hemos creado lazos de amistad, por dondequiera que vamos, que Dios nos ha dado el regalo más hermoso, después de la vida: el poder llegar a la gente y que la gente nos acepte, que nuestros brazos se abran de par en par, y podamos abrazar y ser abrazados, Eso, amigos lectores y lectoras es algo que no tiene precio.
Cuidar a los amigos y amigas, tanto antiguos como nuevos, es algo hermoso, es como cuidar el jardín, ser El Jardinero Fiel que cuida con esmero y amor infinito, cada semilla sembrada, cada planta que emerge de la tierra abonada con esmero, de las flores que saldrán en la primavera, aunque nosotros empecemos a llegar al otoño de la nuestra, pero aún así, estamos agradecidos porque nuestro viaje ha sido fructífero, porque no hemos arado en el mar, porque en nuestro peregrinar, hemos podido sembrar, cuidar y cosechar frutos maravillosos: familia, hijos, amigos.... y pare de contar...
Algunos autores dicen que los amigos que hacemos a lo largo de nuestra existencia, son la familia que hemos escogido o que nos ha escogido, y la metáfora es acertada, pues a veces, por distintas razones, las familias se separan, se disgregan, pero los amigos no, están ahí, incluso, cuando la distancia nos separa de un continente a otro, de alguna manera nos llega el mensaje de esperanza, de compañía en ¨aparente soledad¨, pues en realidad nunca estamos solos, si la Fé es una de nuestras fuerzas motrices. Siempre para el que profesa una Fe, Dios está con cada uno de nosotros, y a esa Fe nos agarramos en los momentos más difíciles que alguien pueda imaginar.
Por ello, amigos y amigas, somos seres bendecidos, cada uno dentro de su ámbito, de su espacio personal y humano, pero unidos de forma indeleble a través de ese brazo infinito que es la amistad, las distancias físicas carecen de sentido, pues contamos hoy con medios cada vez más sofisticados que nos permiten a golpe de un click, conectarnos y comunicarnos, por tanto, no hay distancia, si nos sentimos unidos emocional y afectivamente a los otros, y eso es algo muy valioso que debe ser cuidado, protegido y amado de una forma inmaterial, pues no hay forma de demostrarlo, sino sólo en aquellos momentos en lo que nuestras palabras de aliento, o nuestros abrazos son necesarios, ahí es cuando en verdad demostramos el afecto, la ternura y el amor de hermano emocional que mostramos a los otros.
Sea pues este mes de Diciembre, donde esperamos la llegada del Niño Jesús, de Santa Claus o de Papa Noel (no importa en realidad el nombre que le damos), un tiempo para la unión familiar, para el reencuentro de las familias, de los amigos, de la gente que queremos, donde no haya diferencias, sino armonía, amor y felicidad en cada hogar e incluso en los sitios donde trabajamos.
Dios nos bendiga a todos.
Mireya Pérez
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