¡Cuán difícil es, hoy en día, vivir en armonía!...
Los días se suceden, uno tras otro, la vida en las ciudades es agitada, y la gente siempre anda corriendo de un lado para otro, tratando de ¨vivir¨, de sobrevivir e incluso de respirar... Pareciera que si no corremos, que si no estamos acelerados, quizás no podamos alcanzar aquello que tanto ansiamos, o cumplir con nuestros sueños, o los de aquellos que han cifrado su vida en la nuestra.
No sabemos que, al correr como desaforados, perdemos instantes y momentos mágicos y maravillosos, que están sucediendo a nuestro alrededor y que no los captamos, por estar siempre corriendo detrás de ¨la zanahoria imaginaria¨ de nuestras preocupaciones. A veces la vida, nos para de golpe, y zas, nos demuestra que no debemos correr, que lo que debemos hacer es ¨caminar y respirar¨...
Así que, en el momento en que nos dan el ¨parón¨, nos damos cuenta de lo inútil y pueril que fueron nuestras preocupaciones, nuestras dudas, nuestras angustias, y entendemos de repente, las pequeñas grandes verdades que nos tiene la vida, como aprendizaje...
Una de esas grandes verdades se refiere al Amor, en letras mayúsculas, no se refiere al amor de pareja, no, sino al Amor en cada momento e instante de nuestras vidas: desde la educación y buenos modales al saludar o llegar a un sitio, conocido o no; a la educación y ¨elegancia¨para hablar y conversar con un extraño; al pedir una información, al solicitar la ayuda de una persona que trabaja en alguna oficina estatal, y aunque sabemos que nuestro aporte ciudadano, paga su salario, aún así, le tratamos con respeto y le damos gracias por su pronta respuesta y buen servicio.
También es una forma de Amor, el cómo nos dirigimos a la gente que conocemos, incluso en aquellos momentos cuando estamos molestos y hasta incluso ¨muy enfadados¨ con esa persona amiga, compañero o pareja, que ha hecho algo, o creemos que ha hecho algo que nos ha molestado en grado sumo y nos ha sacado ¨literalmente¨de nuestras casillas...
Quizás no hayan reflexionado en cómo responden, en cómo levantan la voz e incluso gritan al otro, o lo hacen callar, y en su ofuscación no ven la mirada del otro, no notan cómo de repente esa persona herida, se pierde, se apaga, no entiende el por qué, si les decimos que los amamos, hoy les maltratamos... Las palabras hieren más que el peor insulto, aunque ustedes nunca lo hayan pensado así. Una palabra dicha sin levantar la voz, pero dicha con una entonación diferente, puede herir más que una puñalada certera....
Dice el refrán:
_ Somos esclavos de lo que decimos y dueños de lo que pensamos..._
Las palabras una vez salen de nuestra garganta, de nuestra voz, llegan al otro y pueden transformarse en ¨un antes y un después¨... Lo peor es que muchos de los que han sido ofendidos, no saben cómo curar esas heridas emocionales y se recubren, poco a poco, de una coraza, que se irá haciendo cada vez más rígida, hasta el punto que dejarán de contactar con el mundo, o se perderán de los pequeños grandes milagros que la vida nos puede ofrecer.
¿Están acaso perdidos para el Amor?... No..
La gente necesitará hacer, en estos casos, un estudio de su Yo, tendrán que buscar en su Yo interior, las fuerzas para recuperar la fe perdida, en los seres humanos, en la gente que le rodea, en el que ¨un día le maltrató¨... Pero si el daño emocional fue desbastador, tendrá que reunir fuerzas y alejarse en el tiempo y en el espacio, para lograr salvar su integridad física y moral.
Poner distancia del otro o de los que nos hieren, es a veces lo único que se puede hacer, aunque eso signifique estar solos, sin nadie alrededor. La soledad es a veces una buena consejera, pues nos ayuda a reconciliarnos con nosotros mismos, y una vez se han cerrado las cicatrices y la ¨piel¨se ha recuperado, podemos de nuevo volver a mirar, a escuchar y a sentir, sin miedos, sin temor al dolor, muy posiblemente, ese nuevo Yo que surja del retiro emocional, será mucho más fuerte, sereno y capaz de enfrentar los pequeños grandes problemas que se puedan presentar.
Cuando te sientes sano y seguro, miras al mundo con otros ojos, ya no tienes lágrimas que difuminen el paisaje, incluso, descubres colores que antes no habías visto. Pero sobre todo, te das permiso a ti mismo para creer de nuevo en la gente, aceptar las ¨diferencias¨y apreciar lo que nos iguala.
Es entonces, cuando descubres que el Amor es Armonía, que es paz, que tiene luz propia, que se expande como los rayos del sol, que te llena y te complementa, que te hace libre y por supuesto jamás te pone cadenas. Cuando amas a manos llenas, a todo y a todos, te sientes libre de respirar, de pensar, de opinar, no temes ofender o ser ofendido, reconoces en el otro o en los otros, sus diferencias y sus semejanzas, y te sientes feliz en tu piel, en tu edad cronológica y mental, en tu entorno y lo más importante de todo: ¨te das permiso para experimentar y aprender¨, sin agobios, sin temor a ser criticado, a ser observado. No, eso te abandona para siempre, porque después de esa etapa dolorosa, la persona que emergió es cada vez más segura, más sincera consigo misma y se reconoce a sí misma como el ser humano que es.
Busquemos pues, amigos lectores, esa Armonía de Amar, en todos y cada uno de los capítulos de nuestra vida, no sólo en el plano familiar y de pareja, no, también en el ambiente en que nos desarrollamos, desde el ámbito laboral hasta el general. Hagamos que esa Armonía se transmita con el sólo mirarnos, con el sólo cruce de una mirada a un extraño en la calle... Estoy segura que habrán notado, sin darse cuenta, que la gente que se cruza en nuestro camino, a veces esconde la mirada, pero hay muchos que nos miran de frente y ¨pareciera que nos han saludado¨con la mirada... y sí lo hicieron, recuerden qué sintieron en ese momento, y la respuesta posiblemente haya sido: Paz.
Hoy quiero para todos nosotros esa Paz, esa Armonía del Amor, en cada uno de nosotros, que seamos mensajeros del amor sin género, razón social o psicológica. La vida nos pondrá en el camino, todo aquello que nos haga falta para crecer, para evolucionar y aprender. Pero también seremos maestros y aprendices, todo el tiempo. Desde el amor y la confianza, la generosidad y la amistad, la entrega y el buen hacer.
Dios nos bendiga a todos nosotros.
Mireya Pérez
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