A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

viernes, 10 de abril de 2015

Los celos y la envidia, dos sentimientos destructivos...






Nunca en mi vida he podido entender a la gente que ¨cela¨y que  ¨envidia¨ a los demás, cuando sobre todo la persona envidiada siente que no tiene nada que pueda ser envidiado.

Pero una amiga, que ya no está entre nosotros, me explicó que a veces, la envidia no es porque una persona tenga más dinero u otras cosas, sino que la gente puede envidiar incluso, siendo uno pobre, la actitud que se tenga ante la vida, que eso los mata, porque no nos ven derruidos, sino prestos a ayudar, con una sonrisa siempre en el rostro y en la mirada, pues muy pocas personas son capaces de transmitir con la mirada, la bondad, la alegría y el amor, y eso es causa de que las personas puedan envidiar en alguien, que quizás no tenga bienes materiales, pero si un corazón generoso, abierto y limpio...

Por eso hoy voy a contarles un cuento de mi cosecha sobre estos sentimientos destructivos y la innecesaria y torpe actitud que esto genera en la vida de quienes no pueden aceptar las diferencias y desean lo que otros tienen, simplemente por el hecho de ser ellos mismos.

¨ Hace ya algún tiempo, en la Plaza grande de Roma, donde las palomas blancas viven a su antojo y revolotean entusiastas ante la salida al balcón o a la plaza del Hombre Santo que habita en ese edificio tan singular, donde día tras día transitan miles de personas en una peregrinación constante, ocurrió un hecho que dejó atónitos y extrañados a los que en ese momento estaban sacando fotos...

De repente y sin aviso ninguno, se escuchó un sonido desgarrador, alguien logró captar, sin darse cuenta, el momento en que un Gavilán y una Gaviota atacaban en el aire, cada uno por un flanco, a una pobre Paloma Blanca, que volaba descuidada, hacia el suelo de la plaza, quizás en busca de las migas de pan, que la gente suele darles, y que tanto les gustan a estos colombófilos.

El caso es que el cuerpo inerte de la paloma cayó en la plaza, y ninguno de sus agresores fueron tras su presa, sólo habían querido destruirla... acabar con esa pobre criatura, cuyo único ¨pecado¨ había sido atreverse un día domingo acercarse a las manos del Santo Padre, y revolotear con alegría, por la sonrisa recibida, eso había acabado con su paz, pues desde ese mismo día, las palomas que habitaban los tejados y cornisas, se burlaban de ella, y las gaviotas escuchaban extrañadas, ese aparente milagro, y como son unas ladronas, querían ese protagonismo, pero nunca el hombre llevaba pan o pescado que pudieran robar, no daba alimentos, entonces ¿ Por qué esa paloma tonta había hecho eso?...

Pero el cuchicheo de las palomas no dejaba de sonar en la mente de las gaviotas, que no sabían cómo acabar con esa ¨tontería¨... Pero un día, un Gavilán llegó a la zona, y escuchó el parloteo de las palomas y sintió curiosidad por conocer a ese raro ejemplar, y durante días estuvo acechando a ver si reconocía, entre tantas, a la paloma que había llamado la atención, y descubrió que era una pequeña paloma blanca tímida y simple, pero  con un algo que la hacía diferente, así que decidió que en cuanto se pusiera a tiro, se convertiría en su desayuno.

Y una mañana de primavera, el Gavilán y la Gaviota, sin haberse puesto de acuerdo, cada uno por su lado, atacaron a la vez, a la pobre paloma blanca, pero ninguno de los dos, después de haberla atacado y matado, tuvieron la desfachatez de reclamar la presa, algo en su fuero interno les dijo que habían hecho mal, y por eso, el cuerpo sin vida de la paloma tímida, quedó inerte en el suelo de la Plaza de Roma...

En el Cielo, sin embargo, el corazón del Águila que hace algún tiempo la había rescatado, lloró y derramó una lágrima, pero el Señor le dijo que no se preocupara, porque ahora estaba entre ellos y siempre sería feliz...¨

Como habrán leído, la razón de los celos y la envidia, no era ninguna, la pobre paloma blanca sólo era feliz cuando podía ver al Hombre Santo, y no le había hecho daño a nadie, pero la envidia de las demás compañeras, y sus celos, hicieron que dos personajes que suelen ser cazadores por naturaleza, hicieran algo contrario a su ser, atacar y destruir, por el solo hecho de hacerlo, ninguno reclamó la presa para sí, al contrario, cada uno voló de nuevo a su medio natural, sin siquiera volver a pensar en lo que habían hecho, y las palomas, solo sintieron de repente, el Ohhhhhhhh de la plaza, que asombrados, recogieron el pequeño cuerpo y lo llevaron a enterrar en los jardines del Palacio Episcopal.

¿Sacaron algo de los celos?... No... ¿Sacaron algo de la envidia?...No...

¿Por qué entonces nos encaprichamos en algo que no nos pertenece, cuando tenemos tantas cosas que podrían ser mejores que las que tiene el otro o la otra...? Solo puedo pensar en que la gente está ciega, profundamente ciega, si vieran el corazón de aquel al que celan o envidian, sabrían que a veces ellos quisieran no llevar ¨esa cruz¨ tan envidiada, pero un buen día decidieron que si esa era la que les tocaba, la llevarían con la frente en alto, y dándole gracias a Dios por la entereza y la fuerza interior que les permitía seguir adelante, a pesar de los pesares...

Que Dios nos bendiga siempre, que nos de la entereza para seguir el camino que nos ha trazado, que cuando creamos que ya no podemos más, la oración y la fe, sea nuestra fortaleza, y que si alguien en un momento dado, nos ataca o nos critica, aunque nos cause dolor, tengamos la fuerza espiritual para seguir y seguir, Dios siempre está con todos y cada uno de nosotros, y es el único capaz de ver en nuestros corazones y perdonarnos por nuestros errores.


Mireya Pérez


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