A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

jueves, 9 de enero de 2014

El Discípulo y la Corona de Espinas




Hace tiempo que no comparto con ustedes algún capítulo de este hermoso libro que se llama El Jardín del Amado de Robert E. Way, Editorial Pomaire 1980

Un día, al cabo de una larga jornada de trabajo en el Jardín, se acercó el Discípulo al Amante y le dijo:

- Señor, deseo sufrir por causa del Amado.

A lo que el Amante contestó:

- A menudo he oído que te quejas de las espinas que rasguñan tus brazos y de las ortigas que pican tu rostro y de la pala que desuellan tus manos; ¿Qués es todo esto sino sufrir por causa del Amado?

- Eso- replicó el Discípulo-no son más que los gajes de la labor de todo jardinero. Yo querría sentir los sufrimientos que padecen los Amantes del Amado.

El Amante no le contestó sino que le miró con tristeza y le llevó a una parte amurallada del Jardín desconocida hasta entonces para el discípulo. En el medio del recinto se alzaba una cruz. Al verla, llenose de terror el Discípulo y se puso a temblar violentamente, pero el Amante le cogió por un brazo y, llevándole hasta el pie de la cruz le dijo:

-Esta es la cruz del Amado, y en ella deben sufrir todos sus Amantes.

Cayó entonces sobre el Discípulo una gran angustia y un gran temor, y no podía hablar y las piernas a duras penas podían soportarle. El Amante cogió una corona de agudas espinas y la puso suavemente sobre la cabeza del Discípulo. Tan pronto como las espinas tocaron su carne, experimentó el Discípulo un tormento de agonía como si todo sufrimiento del mundo se hubiera juntado sobre él. Tal fue su miedo y su dolor que se desmayó y no supo más de sí. Cuando se recuperó, hallóse tendido sobre la suave yerba del jardín y el Amante sentado junto a su cabeza que le miraba compadecido. Entonces, por primera vez, vio el Discípulo las heridas en las manos, pies y frente del Amante, y las manchas de sangre que oscurecían su túnica debajo de ambos brazos.

-Hijo mío- dijo el Amante- ¿Cómo esperabas soportar los padecimientos de los Amantes si aún eres incapaz de llevar con alegría las pequeñas mortificaciones que por causa del Amante te trae el trabajo de cada día? De verdad te digo que con tal suavidad puse la corona de espinas en tu frente que ni una sola llegó a herir tu piel.

Así fue como el Discípulo comprendió que el Amado permite que sobre cada Amante caiga sólo aquel sufrimiento que cada uno puede soportar y, desde ese día, el Discípulo llevó con alegría las pequeñas mortificaciones que le deparaba su labor en el Jardín.



Por eso en algunos cuentos, al principio de este periplo, yo les hablaba de que cada quien carga la cruz que puede soportar, aunque a veces nos parezca muy pesada. Cuando el tiempo pasa y las heridas y problemas pasan, nos damos cuenta de que no eran tan grandes ni tan insoportables como parecían, y aunque en el momento no lo creamos, después con el tiempo viene el remedio, la palabra amable, el cariño de un ser querido, el saludo y abrazo de un amigo, etc. Nada pasa porque sí, todo tiene un propósito aún el dolor más profundo.

Feliz día y que Dios los Bendiga

Mireya Pérez  9/01/2014



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