A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

sábado, 21 de marzo de 2015

La Humildad y la Vanidad... Un cuento sobre estos dos elementos de nuestra vida.












Cuando vemos la palabra Vanidad, nos imaginamos a alguien glamoroso frente a un espejo, observándose con satisfacción y con orgullo, pues la imagen que refleja es la de una persona, quizás vestida a la última moda o al último alarido del glamour, que se siente dueño del mismo, o por lo menos de la pequeña parcela de su mundo.

Por otro lado, la Humildad la asociamos a personas o seres que quizás consideremos inferiores, como una hormiga o un gusano, pero que sin embargo, en su ser encierran grandes milagros de la vida. La Hormiga laboriosa, trabaja en equipo para llenar sus despensas antes de que comience el invierno y las lluvias o la nieve lo destruya todo, o por lo menos no permita buscar alimentos. Y el gusano, quizás algún día se convierta en un capullo, que luego de un tiempo se transformará en uno de los seres más hermosos y prodigiosos de la naturaleza, en una Mariposa de brillantes colores.

Así que en nuestro diario vivir, estos personajes conviven y se adaptan al medio ambiente para vivir, crecer y procrearse, de manera que puedan transmitir a una nueva generación todo lo aprendido, y lo que han tenido que afrontar y a lo que han sobrevivido, se grabará en la memoria de sus genes y lo transmitirán a sus descendientes.

Pero ¿qué ocurre en el mundo vegetal?. Pues aunque no lo crean también existe ese dilema entre la Vanidad y la Humildad, y para ello me voy a valer de un cuento, que no es mío, pero que leí en un libro de Jorge Bucay titulado Cuenta Conmigo, Editorial RBA libros, Buenos Aires 2005. Y dice así:

En una vieja casona, abandonada hace ya mucho tiempo, tanto que hasta los pobladores de la zona ya no se acordaban del nombre del último habitante de la misma. Quedaban apenas tres paredes en pié, el techo de madera y teja hacía ya muchos años que se había derribado, e incluso las paredes que aún quedaban en pie, eran apenas unos escombros con restos calcinados, recuerdo de algún incendio que quizás acabara con el resto de la edificación, hace muchos, muchos años.

Los niños del pueblo solían venir a jugar, a buscar lagartijas, pero la maleza se iba apropiando cada vez más del viejo edificio, hasta que un día los niños dejaron de venir, sus padres les habían amonestado hablándoles del peligro e inestabilidad de las paredes o escombros de la casona antigua.

Así, que ya ni siquiera se oían a los niños jugar, y la casona derruida se fue haciendo cada vez más lóbrega y triste, sin embargo, su historia cambiaría, pues un buen día, del suelo cercano a una de las paredes que aún se mantenía en pié surgiría poco a poco una hermosa enredadera, joven, fuerte y vivaz, que iría cada día creciendo y extendendiéndose por todo el lugar, y cuando llegaba la primareva se llenaba de colores, exhibiendo sus flores de forma de campanilla, que se habrían de noche y daban un hermoso aroma a ese lugar. Pero estaba sola, y no tenía con quien hablar, y seguía creciendo año tras año, extendiéndose hasta cubrir casi todos los escombros del lugar...

En otro sitio, cerca de una de las paredes, un buen día un pequeño pájaro que aleteaba con mucha prisa para poder libar del dulce néctar de las flores, dejó caer de entre su plumaje una pequeña semilla, que fue directamente al suelo medio húmedo de lo que alguna vez fue un jardín desayunador...

La enredadera que vio caer la semilla, escudriñaba tratando de ver cuando ésta empezaría a brotar, contenta de que por fin tendría alguien con quien cotillear... Pero el tiempo pasaba y los años se siguieron unos a otros, hasta que después de casi cinco años, por fin, la enredadera vio con asombro cómo un pequeño brote empezaba a emerger de entre la maleza del jardín abandonado, y se puso feliz porque por fin podría hablar con alguien más, pero tendría que pasar algún tiempo más hasta que la planta, que iba creciendo se hiciera fuerte y vigorosa, pero la enredadera no se amilanaba, ella todos los días, le recordaba al recién llegado que ella era la dueña del lugar, en Primavera se pavoneaba de sus flores de colores y de su dulce aroma, en cambio el nuevo, no llamaba la atención era como otros árboles, bueno no tanto, pero no había florecido y parecía todavía débil, frente a ella, exhuberante y hermosa.

Durante veinte años, el joven árbol sufrió en silencio los devaneos y la cháchara de la enredadera, que siempre alardeaba de su hermosura y de cómo había extendido sus dominios, el árbol, si hubiera podido, habría encogido sus hombros, pero lo que tenía eran ramas, con hojas, cuyo follaje empezaba a ser cobijo de algunas especies de pájaros que felices, cada Primavera, hacían sus nidos entre sus ramas, y luego silencioso observaba el cortejo nupcial, la puesta de los huevecillos y por fin, al cabo de un tiempo, el nacimiento de los polluelos, era la parte de la vida en este jardín que más le gustaba, pero la cháchara de la enredadera, lo atormentaba, y no sabiendo cómo responderle, guardaba silencio siempre.

Una noche de invierno de repente, se destaparon los cielos y empezó a caer una pertinaz lluvia, acompañada de descargas eléctricas, que al principio se veían como resplandores en el cielo, seguidas del ruido más espantoso que hubiera escuchado alguna vez nuestro árbol, la enredadera, por el contrario, se quejaba de que esta lluvia estaba estropeando sus hermosas flores, y ahora no tendría nada que mostrar al día siguiente...

Y de repente... Un rayo calló muy cerca de la casona, y la lluvia se hizo ahora muy fuerte tanto, que de repente los muros de la antigua casona se empezaron a desmoronar, uno a uno fueron cayendo, arrastrando consigo a la enredadera que torpemente gritaba pidiendo auxilio, pero su amigo el árbol, no podía moverse, sus fuertes raíces lo mantenían en pie, y solo atinaba a sentir piedad por la enredadera, cuyas raíces aéreas, sufrían el mismo destino que los cascotes del viejo edificio, estos irían cayendo sobre ella, como en cámara lenta, arrastrándola y destruyéndola, y nuestro árbol sólo atinó a ver en el último instante, cómo una flor caía, poco a poco, hasta desaparecer entre la maleza, los escombros y la lluvia....

Este cuento, que he adaptado a mi manera, refleja un poco lo que ocurre a nuestro nivel humano, las personas a veces cometemos errores de juicio y como la enredadera del cuento, nos sentimos orgullosos de nuestros logros, y quizás hasta hayamos alardeado de ellos... Pero la vida, con el tiempo nos pone a cada uno en su lugar, y muchas veces habremos visto, cómo aquel personaje que no llamaba la atención, pero que trabajaba en silencio, haciendo lo mejor posible, un buen día, era ensalsado ante sus compañeros, por su buena labor, y aunque las mejillas se le pusieran algo coloradas y en los ojos asomaran unas lágrimas traicioneras, veríamos cómo respiraba profundo y muy posiblemente solo atinara a decir gracias, con una voz casi inaudible, muy probablemente, fuera este personaje humilde el que obtendría el puesto de mayor rango, mientras que el vanidoso, se quedaría en su mismo puesto rumiando su desgracia.

La vida generalmente le abre las puertas a la persona humilde de corazón y de acción, mientras que al vanidoso, poco a poco, hasta sus propios amigos le irán haciendo a un lado, para que no los asocien a ellos, confiando en la escasa memoria de la gente, o por lo menos es lo que creen ellos. 

La gente tiene memoria, aunque a veces tarden un poco en reconocerlo. Pero el humilde no espera recompensa alguna, es feliz sirviendo a los demás, como el árbol que disfrutaba de las aves que lo habían escogido para hacer allí su nido.

Seamos pues humildes de corazón y acción, seamos felices cuando una persona amiga logra una meta, aupémosle para que siga continuando con sus logros, y luchemos por los nuestros propios, en silencio, como las hormigas laboriosas, poco a poco con empeño, se logran las cosas, sin distraernos con vanidades, que una vez pasada la moda, ya no ocupan mas que espacio en el armario. Sin embargo, cuando la prenda es un básico, se convierte en atemporal y durará muchos años, si lo sabemos cuidar.

Que Dios nos bendiga a todos y cada uno.

Mireya Pérez.



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