A veces, sobre todo cuando somos jóvenes y todavía no hemos forjado nuestro intelecto y voluntad, nos vemos arrastrados por el viento de las ideas de otros, como veletas al viento. Y los golpes de la vida nos van enseñando poco a poco a encontrar ese camino, que es sólo nuestro, donde podemos compartir con otros que encontramos en el sendero, un tramo corto, largo o infinito. En realidad no lo sabemos, porque el camino se va haciendo a si mismo, como nosotros nos vamos forjando, moral, espiritual e intelectualmente, según nuestras experiencias e inquietudes.
Al pasar los años, a través de los distintos aprendizajes que nos va presentando la vida cada día, vemos con asombro aparecer personas, libros, carteleras, películas, canciones o imágenes que nos van llegando profundamente, a lo más hondo de nuestro ser, ese yo que nadie ve, pero que nosotros si conocemos, o estamos aprendiendo a conocerlo.
Y sin darnos apenas cuenta, ese gran maestro y escultor que es Dios, va forjando o esculpiendo nuestra alma, nuestros sentimientos, pensamientos e ideas, así como los conocimientos que se van afianzando en nuestra psique, moldeándonos de una forma particular y única.
Con el tiempo hemos aprendido y hemos valorado cada una de las situaciones que se nos han presentado, y que de una manera directa nos han ido fortaleciendo, incluso frente al dolor, porque el dolor también forma parte de nuestro equipaje existencial, pero no para hundirnos, no, el dolor aunque inevitable, se asoma a nuestra existencia, en diferentes épocas de nuestra vida, y la manera en cómo respondemos a él, será totalmente diferente ayer, como lo será hoy y posiblemente en el mañana que aún no ha llegado.
El dolor viene porque perdemos a personas importantes de nuestra vida, bien porque les toca emprender el viaje al que algún día nosotros mismos nos enfrentaremos, o porque alguien que creíamos nos acompañaría para siempre, de repente y sin aviso, se bajaron en alguna estación de nuestro tren existencial, o sin saber por qué de repente nos responden con ofensas o con palabras que creemos no merecer. Pero de cada una de esas situaciones que creíamos nos iban a destruir moralmente o físicamente, en realidad sirvieron para fortalecernos. Siempre aunque no lo pensemos, siempre de cada situación que nos mueve lo más intimo de nuestra alma, salemos fortalecidos. Un nuevo Yo aparece mucho más íntegro, más humano, más cercano y muy posiblemente más humilde.
Y un buen día, descubrimos que si hay algo importante realmente en nuestra vida, es ser nosotros mismos, con nuestros defectos y virtudes, con nuestros aciertos y nuestros errores, con nuestras luces y nuestras sombras. Y que somos fieles a nosotros mismos, que hemos aprendido a valorar a ese ser humano que cada día se despierta, abre los ojos y le da gracias a Dios por esa nueva oportunidad de vivir, de aprender, de compartir, simplemente Ser Uno Mismo, distinto y único, humilde, sencillo, pero realmente uno mismo.
No nos avengoncemos de ser nosotros mismos, no tratemos de parecer ser algo que no somos, no vale la pena, cada uno de nosotros es valioso por si mismo. Y la gente nos debe aceptar tal y como somos, la variedad es una de las características de la Raza Humana, y no tenemos por qué aparentar algo que está lejos de nuestro sentir y de nuestro parecer.
A fin de cuentas, sólo nos debemos a Dios y a nosotros mismos, pues sólo nuestra mente acompaña a ese cuerpo que nos da forma de una manera o de otra.
Debemos amarnos tal como somos, aceptarnos y estar felices, así podremos compartir nuestra felicidad y dar apoyo cuando haga falta.
Que Dios nos bendiga a todos y cada uno de nosotros.
Mireya Pérez.
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