A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

jueves, 12 de marzo de 2015

Un cachito de felicidad.....



Las cosas simples que nos rodean nos dan felicidad, aunque a veces no nos damos cuenta, porque el concepto de felicidad está errado en nuestro fuero interno. 

Quizás hayamos pensado que si alcanzamos tal o cual meta seremos felices, y sin embargo, la mayoría, una vez han alcanzado esa meta, sienten en vez de regocijo, soledad o hastío e incluso hasta desprecio, porque la felicidad no estaba ahí. 

Quizás estaba en la sonrisa del hijo que cada mañana nos despedía camino de la escuela, y ahora que ya tenemos tiempo, no está, se hizo grande y emprendió su propio vuelo.

Quizás la felicidad estaba en la sonrisa de la esposa que con amor lo esperaba llegar a casa después de un día arduo de trabajo, pero estaba tan cansado que ni siquiera la miraba  a los ojos, y siguió de largo, dejando a su paso un reguero de la americana, corbata, maletín, zapatos, y ella con lágrimas contenidas las fue recogiendo poco a poco, con un brillo de dolor en sus pupilas, pero en silencio respiró y trató de esbozar una sonrisa, para no darle paso al desánimo, al dolor, a la tristeza, pensando quizás que ya se le pasaría...

Y el tiempo que lo cura todo, pero que también es un juez implacable, al final de muchos años nos puso frente a frente, y nos encontramos con la verdad cruda y dura: Eramos felices y no lo sabíamos...

Ahora aparentemente es tarde, ya no hay sonidos de risas y alegrías en el hogar, ya no hay flores en el jarrón de la entrada, ni el olor a vainilla y canela que tanto le gustaba a ella, no, ahora solo hay silencios, rotos a veces solo por el sonido del viento entre los árboles del paseo o de la Rambla, pero dentro de estas cuatro paredes, solo hay silencio, profundo, espeso, como si en vez de un hogar estuvieras en una cápsula del tiempo, abandonado y vacío, sin sentido. Y piensas en todo lo que te esforzaste y en lo que luchaste para llegar a tener, pero tener qué, si ahora lo realmente importante no está...

Y caes en cuenta de todo lo que sacrificaste y a quienes sacrificaste por lograr algo, que te quitó lo más importante que tenías. Ninguno de ellos te exigió nada, sólo querían un cachito de tiempo para reír, para jugar, para que los ayudaras a montar la maqueta del colegio, para jugar al fútbol o para asistir al acto académico, siempre olvidaste los momentos especiales, y si no hubiera sido por ella, tampoco te habrías acordado de los cumpleaños, siempre inmerso en tus pensamientos, nunca compartiste con ella, tus ansias y tus anhelos, quizás ella te hubiera dicho que no hacía falta tanto, que ya eran felices con tenerse los unos a los otros.

Pero ella, la compañera fiel, amiga y cómplice, un buen día, en un chequeo médico le dijeron que su tiempo se había acabado, y como hizo siempre no dijo nada, los cuidó hasta que ya no pudo más, y una noche, la más larga de tu vida, se fue entre tus sollozos y tu dolor, y los chicos que habían crecido vieron a su madre, frágil y delicada que sólo atinó a abrazarlos y besarlos por última vez, y se fue, como vivió, en silencio y en amor.

Ahora que ha pasado el tiempo, y recorres las estancias vacías sin brillo de la casa, te das cuenta cuan importante era su presencia, y nunca te diste cuenta, ella solo quería que fueras feliz, y sus niños, sus chicos adorados, a quienes acariciaba y abrazaba cada vez que podía. 

Hoy hasta Honney, la mascota la llora, y es ella la que te pide que la saques a pasear, porque si no, no te darías cuenta, y mueves tus pies como si tuvieran plomo, y sales con la perra a la calle y recorres esos espacios sin ver, solo guiado por ella que busca sus lugares secretos, y tu mente en otro tiempo, y la brisa abate tu rostro y riega las dos lágrimas traicioneras que demuestran que eres humano...

Ahora en esta soledad, te das cuenta de lo importante que son las pequeñas cosas, el aroma del café recién colado en la mañana, la sonrisa de tu mujer, el ajetreo de los chicos que se vestían para ir al colegio, el beso de despedida y el saludo a la llegada. Ya no queda nada de eso, solo la soledad, y quisieras por unos minutos volver a sentir el ¨cachito de felicidad¨que tenías y no valoraste en su justa medida.

El domingo vendrán los nietos y te has propuesto comprar las flores predilectas de tu esposa, para adornar la casa, y harán una barbacoa en el patio y tratarás de capturar con la cámara momentos que no se borren, pues ahora, ahora valoras esas pequeñas cosas, y hay mucho tiempo por delante....


Dedicado a todos y cada uno de los ¨trabajólicos ¨ entre los que me cuento a mí misma, el artículo lo hice en masculino, pero yo como mujer hice lo propio, todos los días durante más de 30 años, y aunque no me perdí un partido, ni un cumpleaños, etc., si sacrifiqué lo más importante para mi, el tiempo para los míos. Sabía a que hora entraba a mi trabajo, pero podían darme las ocho de la noche y yo todavía en mi puesto trabajando, dando respuestas a gente que estaba en el otro lado del país. Me arrepiento de haberles robado a mis seres queridos esos momentos extras que eran para ellos.

Si me lees y aún estás a tiempo, cambia, dedica el tiempo a cada cosa por separado, pero que los tuyos sean lo primero.

Que Dios nos bendiga a todos, y gracias Señor por darme tantos Cachitos de felicidad, porque a pesar de todo, soy afortunada, pues pienso, siento, amo y comparto. Gracias mi Dios.

Mireya Pérez




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