Muchas veces he escrito sobre el ejemplo que damos, y la inmensa responsabilidad que pesa sobre nuestras espaldas, por ser sencillamente madres.
Hasta el día en que parimos un hijo o hija, somos una chica normal y común, como cualquier otra mujer de nuestros tiempos, pero la vida nos da un vuelco de 360º cuando decidimos ser madres.
Ahí cambia todo nuestro panorama, y lo seremos hasta el final de nuestros días, aunque en el transcurso del tiempo nos asignen además otros nombres: suegra, tía, abuela, yaya, Tati o Tata. Ya nada será igual...
¿Y saben una cosa?. Aunque duela, aunque las cosas no salgan como lo hemos esperado, valdrá la pena, y cuando miremos las fotos que con el tiempo pierden color y hasta se vuelven sepia o amarillas, sabremos dentro de nosotras mismas, que ese milagro maravilloso de vida que llamamos Hijos o Hijas, son nuestro legado, los hemos llevado en sueños, en nuestro vientre, acunado en nuestros brazos, alimentado, regañado, enseñado, hemos reído con ellos, de ellos y por ellos; pero también hemos llorado sus penas, sus fracasos también han sido nuestros, pero siempre siempre, hemos estado ahí, para aupar, para ayudar, para aconsejar, para escuchar, o simplemente ahí, sin decir nada.
Porque así somos las madres, y no hay dos que sean iguales.
Por eso, cuando me necesitan ahí estoy presente; cuando tengo que hacer mutis por el foro, como el actor que sale de escena por la parte de atrás, también lo hago. Porque no hay nada más fastidioso que una suegra que está presente hasta cuando la pareja se quiere dar un achuchón!!! jajajajaja.
Saber estar, reconocer cuando es el momento en que nos necesitan y en el que debemos marcar una distancia prudencial, para que se sientan libres, pero no huérfanos de calor, es también una tarea que vamos aprendiendo en la medida que pasa el tiempo... Si todos pasamos por eso o no?... jajajajaj
Y cuando el Señor me mande a llamar, espero poder decir que lo hice lo mejor que pude, que dejé ejemplos de vida, de calidad, de tiempo de calidad, de amor a manos llenas, de gratitud y de humildad, si así lo lograra, mi alma se iría feliz.
Pero todavía tengo cosas por hacer, esto no es una despedida, solo una toma de conciencia, de lo importante que es nuestro ejemplo de vida, y del cual a veces no tomamos conciencia.
Vivamos cumpliendo con nuestro diario deber, caminando cada día un paso más, dando a manos llenas, recordando a los que nos precedieron y siendo agradecidos con todo y con todos.
Dios nos bendiga y nos de salud, entendimiento y voluntad para hacer y cumplir con la misión que nos han encomendado.
Mireya Pérez
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