A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

jueves, 21 de mayo de 2015

Buscar la forma de curar las heridas del alma.



Relámpagos del Catatumbo, Maracaibo, Edo. Zulia, Venezuela

A menudo, a lo largo de nuestras vidas, hemos conocido a personas que sufren de un mal del alma: la cólera, la irritación... pareciera que siempre están amargados con ellos mismos, con el mundo, con la vida.

Cuando un ser humano pasa por una situación de estrés emocional, y no tiene consuelo en algo, porque no ha llegado su momento de aprendizaje, o porque ha olvidado lo que le enseñaron en casa, en la escuela, o porque ha perdido la fe: en sí mismos, en los demás e incluso en Dios. Seguramente expresan su rabia interior, con desafueros externos, que a personas sensibles, les llena de temor y hace que la gente los vayan dejando como casos perdidos, y se conviertan cada vez más en seres huraños y extraños, que nadie quiere y a quien nadie se atreve a acercarse.

Y hace falta en esos momentos, el consuelo de un alma generosa, que a pesar del miedo, busque la forma de aquietar esa alma atormentada y llenarla de paz, de nuevas ganas de vivir, que le permita reconciliarse con ellos mismos y con el mundo.

Para ello he encontrado un cuento que me parece fantástico y aleccionador:

...Cuentan que en la antigua China, en la época del Emperador Ming, un guerrero afamado por su valentía y  arrojo, volvió a su casa después de estar más de dos años alejado de su esposa y familia, peleando en alguna zona alejada, siguiendo las órdenes de su Capitán.

Cuando llegaron los rumores de que el joven guerrero volvería a su casa, la esposa loca de contenta, empezó a cocinar durante varios días, montones de platos y manjares, para que al llegar su amado, pudiera agazajarlo como merecía, y ver así, como su llegada llenaba de alegría a su familia y a su esposa.

Sin embargo, el guerrero no quiso entrar en la casa, y por el contario, prefirió dormir en el bosque cercano, con su manta en el suelo, como había hecho los últimos años, durante la guerra.

Sin embargo, la esposa no se amilanó y le llevaba todos los días, los alimentos que tan amorosamente había preparado, y todos los días, sin miramientos, el joven tiraba por los suelos, las bandejas y los manjares, negándose a hablar y comer nada de lo que su esposa le traía.

La joven apesadumbrada, buscó consuelo en la familia, y una de sus cuñadas le aconsejó que fuera a visitar a la vieja de la aldea, que seguramente ella le daría algún remedio para su amado. Corrió con alas de alegría hasta la casa de la anciana, que luego de escuchar sus penas, le dijo que ella le prepararía una medicina ancestral, pero que necesitaba las barbas de un Oso de Luna Blanca que estaba en las montañas que se veían a lo lejos, pero que debía ser muy cuidadosa, pues el camino estaba lleno de peligros.

La joven preparó un atado con algunos aprovisionamientos y salió feliz hacia las montañas, no sin antes pedir permiso a la misma para entrar en sus confines:
_ Montaña sagrada de mis ancestros, permíteme entrar en tus caminos, pues necesito curar a mi amado- y reclinando la cabeza en acto de respeto,comenzó su largo ascenso.

Cuando encontraba un riachuelo, le pedía permiso al río, para atravesarlo e ir en busca de la ayuda para su amado, y el río le respondía con el brillo de sus piedras mojadas y el murmullo de sus aguas cantarinas, y la joven seguía su camino...

Siguió ascendiendo, y empezó a hacerse el camino más difícil, pues ahora debía escalar entre piedras monumentales, y la joven pedía de nuevo permiso a la montaña para seguir su camino, y la montaña parecía que respondía, al dejar ver su clara cima, cubierta por la nieve.

Y escaló y escaló hasta que su vestido hermoso se fue haciendo jirones, y sus pies, apenas calzados con unas zapatillas, la llevaron a la falda de la montaña cubierta de nieve, y de nuevo la joven oró a la nieve para que la dejara llegar hasta la cueva del Oso de Luna Blanca, y un rayo de sol iluminó su pico, y le pareció ver una señal que le permitía seguir su camino, y no sintió como sus manos heridas por las sarzas, y arañada por las piedras, ni sus pies, mal cubiertos, se llenaban de frío...Su alma, solo quería encontrar al Oso de Luna Blanca.

Y por fin, al atardecer de aquel día tan largo, la joven llegó a la cima, y oteando el camino, encontró un pequeño saliente, donde guarecerse y esperar el día siguiente para buscar al Oso.

Durmió la joven toda la noche, sin siquiera tomar algo de la comida que había traído. Al día siguiente, cuando apenas se estaba despertando, sintió el ruido que hacían los pasos fuertes de un animal sobre la nieve, y vio con asombro, por primera vez al Oso de Luna Blanca, negro como la noche y enorme, y se etemorizó, pero de repente, pensando en su amado, volvió la cordura a su mente y enseguida trazó un plan, y lo puso en práctica.

Cuando vio que el oso se dirigía a la boca de una cueva enorme, se aprestó a llenar un cuenco que traía con algo de alimento, y lo puso en el camino, y corrió a esconderce en una roca grande, desde donde podía ver sin ser vista.

El Oso salió de la cueva y olfateó el aire, descubriendo con su olfato agudo, la presencia del alimento que la joven le había servido, se dirigió con paso lento, y dio vueltas alrededor del cuenco, olfateando, hasta que se paró al lado y se comió todo lo que había, y luego se retiró a su cueva.

Contenta, la joven volvió a su escondite y preparó un nuevo cuenco para el día siguiente.

Temprano en la mañana, se cercó de nuevo a la cueva del oso, y esta vez, se escondió detrás de unos árboles que estaban más cerca. Y de nuevo el oso salió de su cueva, olfateó el aire, y descubrió el cuenco, que estaba vez estaba más cerca, y volvió a darle una vuelta, y nuevamente comió su contenido. Alejándose de nuevo a su cueva.

Así pasaron varios días, hasta que en el úlimo día, la joven al poner el cuenco, se quedó parada a unos poco metros de él, esperando con ansias, la llegada del oso.

El oso de nuevo se dirigió al cuenco, pero esta vez, vio a la joven que tiritaba de frío, y con algo de miedo, pero que se resistía a bajar la mirada. El oso comió lentamente y luego se paró y miró a la joven y le dijo:

_ ¿Eres tu la persona que me ha estado alimentando todos los días?- le dijo a la joven.

_ Sí,_ dijo la joven_ he sido yo, Señor de las montañas.

_ Y no me tienes miedo?-

_Un poco Señor, pero tengo una misión que es más importante que yo, mi Señor.

Y la joven le contó al oso toda su pena y pesar por su amado, y cómo la vieja anciana del pueblo le había pedido unos pelos de la barba del Oso de Luna Blanca.

_ Bueno joven, pues acércate a mi, y arranca esos pelos de barba que necesites, has sido muy valiente y debes amar mucho a tu joven esposo.

La joven entre miedos y esperanzas, se acercó al Oso de Luna Blanca y agarró tres pelos gruesos de su barba y los arrancó, y sintió como su corazón se encogía al sentir el rugido de dolor del oso, quien sólo se acercó y le dijo unas palabras al oído, que sólo ella escuchó...

Contenta, con su precioso tesoro, volvió a pedirle permiso a la montaña, a la nieve y al río para travesar sus dominios, y luego de unas horas llegó a la casa de la anciana, cubierta de polvo, con la ropa hecha jirones, su cara y su cuerpo todo sucio y arañado, y la larga cabellera trenzada, toda deshecha, pero con un brillo de esperanza inusitado en su mirada.

_ Veo que lograste tu propósito, niña.

Y la joven sin aliento, le entregó su preciado tesoro: tres blancos cabellos gruesos de las barba del Oso de Luna Blanca. La anciana los miró y luego de examinarlos, los echó a la brasas del fuego de su hogar, y la joven desconsolada, vio cómo chisporroteaban y desaparecían abrazados por el fuego.

_ Ahora mi niña, vuelve con tu amado, dijo la anciana.

_ Pero no me has dado nada... dijo la joven.

Al contrario, has aprendido una gran lección, ahora corre hasta tu amado y pon en práctica lo que has aprendido...


Y ustedes pensarán _ ¿ Cual fue la enseñanza?...

La enseñanza amigas y amigos, de este cuento no es más que la Paciencia.

Cuando amamos a alguien, tanto que seríamos capaces de perder la vida para ayudarlos, podemos utilizar La Paciencia, para poco a poco lograr ese objetivo. Sólo el amor y la Paciencia, pueden lograr la cura del alma de esa persona que está herida, que sufre y que no sabe cómo pedir ayuda. Y es en el amor de aquellos que lo conocen o la conocen, cuando se puede lograr curar, poco a poco las heridas del alma, y obrar el milagro maravilloso de rescatarlos de sus miedos, sus temores y curar y cicatrizar las heridas abiertas. 

El Amor y la Paciencia, son dos remedios infalibles, y debemos aplicarlos siempre, con todos, porque a veces, nosotros también necesitamos del amor y de la paciencia de los que nos rodean, es un suave fluir en ambos sentidos, y es realmente maravilloso.

Que Dios nos bendiga siempre, que nos brinde la oportunidad de amar, de tener paciencia, de saber esperar, y de poder sanar y ser sanados, ahí reside el secreto más grande y hermoso de la vida, junto al Perdón.

Mireya Pérez. 


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