Entre los últimos libros que he leído, se encuentra este libro maravilloso MUJERES QUE CORREN CON LOS LOBOS, de Clarissa Pinkola Estés, B de bolsillo, Barcelona 2013.
Y cuando lo leí me encantó este cuento, que con su permiso, voy a compartir con ustedes.
Como su autora nos indica,antes de comenzar la narración, el cuento se basa en aquello de lo que estamos hechas, de nuestras raíces, y de la necesidad de utilizar nuestro instinto con regularidad para poder encontrar el camino a casa, a nuestro yo interior, a nuestra alma, lo que nos anima a seguir adelante con nuestro camino.
...En una época pasada que ahora ya desapareció para siempre y que muy pronto regresará, día tras día se suceden el blanco cielo, la blanca nieve, y todas las minúsculas manchas que se ven en la distancia son personas, perros u osos.
Aquí nada prospera gratuitamente. Los vientos soplan con tal fuerza que ahora la gente se pone deliberadamente del revés los parkas y los mamleks, las botas. Aquí las palabras se congelan con el aire y las frases se tienen que romper en los labios del que habla y fundir a la vera del fuego para que la gente pueda comprender lo que ha dicho. Aquí la gente vive en el blanco y espeso cabello de la anciana Annuluk, la vieja abuela, la vieja bruja que es la mismísima Tierra. Y fue precisamente en esta tierra donde una vez vivió un hombre, un hombre tan solitario que, con el paso de los años, las lágrimas habían labrado unos profundos surcos en sus mejillas.
Un día estuvo cazando hasta después de anochecido pero no encontró nada. Cuando la luna apareció en el cielo y los témpanos de hielo brillaron, llegó a una gran roca moteada que sobresalía en el mar y su aguda mirada creyó ver en la parte superior de aquella roca un movimiento extremadamente delicado. Se acercó remando muy despacio a ella y observó que en lo alto de la empresionante roca danzaban unas mujeres tan desnudas como sus madres las trajeron al mundo. Pues bien, puesto que era un hombre solitario y no tenía amigos humanos mas que en sus recuerdos, se quedó a mirar. Las mujeres parecían seres hechos de leche de luna, en su piel brillaban unos puntitos plateados como los que tiene el salmón en primavera y sus manos y pies eran alargados y hermosos.
Eran tan bellas que el hombre permaneció embobado en su embarcación acariciada por el agua que lo iba acercando cada vez más a la roca: Oía las risas de las soberbias mujeres o eso le parecía; ¿ o acaso era el agua la que reía alrededor de la roca? El hombre estaba confuso y aturdido, pero, aún así, la soledad que pesaba sobre su pecho como un pellejo mojado se disipó y, casi sin pensar, como si fuera lo que tuviera que hacer, el hombre saltó a la roca y robó una de las pieles de foca que había en la roca. Se ocultó detrás de una formación rocosa y escondió la piel de foca en su parka.
Muy pronto una de las mujeres llamó con una voz que era casi lo más bello que el hombre jamás en su vida hubiera escuchado, como los gritos de las ballenas al amanecer, no, quizás como los lobeznos recién nacidos que bajaban rodando por la pendiente en primavera, pero no, era algo mucho mejor que todo eso, aunque, en realidad, daba igual porque, ¿Qué estaban haciendo ahora las mujeres?.
Pues ni más ni menos que cubrirse con las pieles de foca y deslizarse una a una hacia el mar entre alegres gritos de felicidad.
Todas menos una. La más alta de ellas buscaba por todas partes su piel de foca, pero no había manera de encontrarla. El hombre se armó de valor sin saber por qué. Salió detrás de la roca y llamó a la mujer.
_ Mujer... sé... mi... esposa. Soy...un hombre... solitario.
_ No puedo ser tu mujer_ le contestó ella_, yo soy de las otras, de las que viven bajo el mar.
_Sé...mi...esposa_ insistió el hombre_ Dentro de siete veranos te devolveré tu piel de foca y podrás irte o quedarte, como tu prefieras.
La joven foca le miró largo rato a la cara con unos ojos que, de no haber sido por sus verdaderos orígenes, hubieran parecido humanos, y le dijo a regañadientes:
_Iré contigo: Pasados los siete veranos, tomaré una decisión.
Así pues, a su debido tiempo tuvieron un hijo al que llamaron Ooruk. El niño era ágil y gordo. En invierno su madre le contaba cuentos acerca de las criaturas que vivían bajo del mar, mientras su padre cortaba en pedazos un oso o un lobo con su largo cuchillo. Cuando la madre llevaba al niño a la cama le mostraba las nubes del cielo y todas sus formas a través de la abertura para la salida del humo. Sólo que, en lugar de hablarle de las formas del cuervo, el oso y el lobo, le contaba historias de las morsas, la ballena, la foca y el salmón...pues ésas eran las criaturas que ella conocía.
Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, la carne de la madre empezó a secarse. Primero se le formaron escamas y después grietas: La piel de los párpados empezó a desprenderse. Los cabellos de la cabeza se le empezaron a caer al suelo. Se volvió naluaq, vieja, de un blanco palidísimo. Su gordura empezó a marchitarse. Trató de disimular su cojera. Cada día y sin que ella lo quisiera, sus ojos se iban apagando. Empezó a extender la mano para buscar a tientas el camino, pues se le estaba nublando la vista.
Y llegó una noche en que unos gritos despertaron al niño y éste se incorporó en la cama, envuelto en sus pieles de dormir. Oyó un rugido como el de un oso, pero era su padre regañando a su madre: Oyó un llanto como de plata restregada contra la piedra, pero era su madre.
_ Me escondiste la piel de foca hace siete largos años y ahora se acerca el octavo invierno. Quiero que me devuelvas aquello de lo que estoy hecha_ gritó la mujer foca.
_Pero tu me abandonarías si te la diera, mujer_ gritó el marido.
_No sé lo que haría: Sólo se que necesito lo que me corresponde.
_ Me dejarías sin esposa y dejarías huérfano de madre al niño. Eres mala.
Dicho lo cual, el marido apartó a un lado el faldón de cuero de la entrada y se perdió en la noche.
El niño quería mucho a su madre. Temía perderla y se durmió llorando... hasta que el viento lo despertó. Era un viento muy raro... y parecía llamarlo..¨Ooorukkk, OOruukkk¨.
Saltó de la cama tan precipitadamente que se puso la parka al revés y se subió las botas de piel de foca sólo hasta media pierna. Al oír su nombre una y otra vez, salió a toda prisa a la noche estrellada.
_ Ooooruuuukkkk.
El niño se dirigió corriendo hacia el acantilado que miraba al agua y allí, en medio del mar agitado por el viento, vio una enorme y peluda foca plateada... la cabeza era muy grande, los bigotes le caían hasta el pecho y los ojos eran de un intenso color amarillo.
_ Ooooruuuuk.
El niño bajó el acantilado, y al llegar abajo, tropezó con una piedra_ mejor dicho, un bulto_ que había caído rodando desde una hendidura de la roca. Los cabellos de su cabeza le azotaban el rostro cual si fueran mil riendas de hielo.
_ Oooooruuuuk.
El niño rascó el bulto para abrirlo y lo sacudió...era la piel de foca de su madre. Percibió el olor de su madre. Mientras se acercaba la piel de foca al rostro y aspiraba el perfume, el alma de su madre lo azotó como si fuera un repentino viento estival.
_ Ooohh_ exclamó con una mezcla de pena y alegría, acercando de nuevo la piel a su rostro. Una vez más el alma de su madre lo traspasó.
_ Oooh_ volvió a exclamar, rebosante de infinito amor a su madre.
Y a los lejos, la vieja foca plateada...se hundió lentamente bajo el agua.
El niño saltó de la roca y regresó a toda prisa a casa con la piel de foca volando a su espalda y cayó al suelo al entrar. Su madre lo levantó junto con la piel de foca y cerró los ojos agradecida por haberlos recuperado a los dos sanos y salvos. Después se puso la piel de foca:
_¡Oh, madre, no lo hagas! _ le suplicó el niño
Ella lo levantó del suelo, se lo colocó bajo el brazo y se fue medio corriendo y medio tropezando hacia el rugiente mar.
_Oh madre!¡No!¡No me dejes!- gritó el niño.
Y de repente la madre, pareció que quería quedarse junto a su hijo, pero algo la llamaba, algo más viejo que ella, más viejo que él, mas viejo que el tiempo.
_ Oh madre, no,no,no- gritó el niño.
Ella se volvió a mirarle con unos ojos rebosantes de inmenso amor. Tomó el rostro del niño entre sus manos e infundió su dulce aliento en sus pulmones una y otra vez, tres veces. Después, llevándolo bajo el brazo como si fuera un valioso fardo, se zambulló en el mar y se hundió cada vez más hondo. La mujer foca y su hijo respiraban bien debajo del agua y nadaron hasta llegar a una ensenada submarina, la ensenada de las focas, en la que toda suerte de criaturas comían, cantaba, bailaban y hablaban. La gran foca macho plateada que había llamado a Ooruk desde el mar nocturno lo abrazó y lo llamó ¨nieto¨
-¿Cómo te fue allí arriba, hija mía?_ preguntó la gran foca plateada.
La mujer foca apartó la mirada y contestó:
_Hice daño a un ser humano, a un hombre que lo dio todo para tenerme: Pero no puedo regresar junto a él, pues me convertiría en prisionera si lo hiciera.
_ ¿ Y el niño?_ preguntó la vieja foca_ ¿ Y mi nieto?_ continuó la vieja foca macho.
Lo dijo con tanto orgullo que hasta le tembló la voz.
_ Tiene que regresar, padre. no puede quedarse aquí. Aún no ha llegado el momento de que esté aquí con nosotros.
Y se echó a llorar. Y juntos lloraron los dos.
Transcurrieron unos cuantos días y noches, siete para ser más exactos, durante los cuales, el cabello y los ojos de la mujer foca recuperaron el brillo. Adquirió un precioso color oscuro, recobró la vista y las redondeces del cuerpo, y pudo nadar sin dificultad alguna. Pero llegó el día del regreso del niño a la tierra. Aquella noche el viejo abuelo foca y la hermosa madre del niño nadaron flanqueando al niño. Regresaron subiendo cada vez más alto hasta llegar al mundo de arriba. Allí depositaron suavemente a Ooruk en la pedrosa orilla bajo la luz de la luna.
Su madre le aseguro:
_ Yo estoy siempre contigo. Te bastará con tocar lo que yo haya tocado, mis palillos de encender el fuego, mi cuchillo, mis nutrias y focas talladas en piedra para que yo infunda en tus pulmones un aliento que te permita cantar tus canciones.
La vieja foca macho y su hija besaron varias beses al niño. Al final, se apartaron de él y se adentraron nadando en el mar.Tras mirar por última vez al niño, desaparecieron bajo las aguas. Y Ooruk se quedó porque todavía no había llegado su hora.
Con el paso del tiempo el niño se convirtió en un gran cantor e inventor de cuentos que, además, tocaba muy bien el tambor, y decía la gente que todo se debía a que de pequeño había sobrevivido a la experiencia de ser transportado al mar por los grandes espíritus de las focas. Ahora, en medio de las grises brumas, se le puede ver a veces con su kayak amarrado, arrodillado en cierta roca del mar, hablando al parecer con cierta foca que a menudo se acerca a la orilla. Aunque muchos han intentado una y otra vez cazarla, no han podido. La llaman la resplandeciente, la sagrada, y dicen que, a pesar de ser una foca, sus ojos son capaces de reproducir las miradas humanas, aquellas salvajes, sabias y amorosas miradas.
Este hermoso cuento del norte de Alaska, de los Inuit, nos alerta de la importancia de mantener nuestra individualidad, porque muchas veces, quizás demasiadas, nos hemos dejado influenciar por el medio ambiente que nos rodea, por la gente, por la pareja, por los miembros del equipo, etc. Dejando a un lado nuestro ser, nuestra esencia, para tratar infructuosamente de mimetizarnos, y es algo imposible, se los digo yo...
El hecho de que formemos parte de un equipo, de una pareja, de una organización, etc., no implica que debamos perder, ni mucho menos, menospreciar nuestros orígenes, nuestras creencias, ni nuestro parecer. Cada ser humano es único, e importante, y cada uno tiene algo interesante y valioso que aportar al conjunto, no debemos nunca olvidarlo. Porque de lo contrario, con el paso del tiempo, iremos perdiendo energía, vitalidad, luz en la mirada y sobre todo habremos perdido las ganas de vivir, de luchar, de seguir nuestros sueños, y seremos como la mujer foca que perdió su piel.
Podemos convivir, tener pareja, hijos, amigos, grupos. Pero nunca, nunca debemos perdernos a nosotros mismos, no es justo y tampoco honesto que dejemos perder u olvidar lo que nos alienta, las ilusiones, las ideas, que nos diferencian, que nos animan, que nos dan vida.
Sumemos, pero no restemos parte de nuestra vida, sacrificando nuestra alma, creyendo que así seremos mejores personas, no, solo seremos un imagen de algo que no es, y no podemos ni debemos jamás dejar de ser nosotros mismos. Tenemos una responsabilidad inmensa con nuestro Creador que nos hizo a su imagen y a su semejanza, con energía vital, con emociones, con risas, con canciones que sólo puede cantar nuestra alma, no la dejemos marchitar como la joven mujer foca.
Tenemos la valiosa e inmensa tarea de ser nosotros mismos, con nuestras luces, con nuestras sombras, pero al fin y al cabo, únicos.
Dios nos bendiga siempre.
Mireya Pérez.
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