Con el transcurso del tiempo y los años, cada ser humano va experimentando en su vida cambios importantes, que los van moldeando como si fueran una escultura que emergiera de la fría piedra, cobrando sentido y en la mayoría de los casos, se vuelven una obra maestra...
Se dice de Miguel Ángel Buonarotti, que cuando terminó de esculpir el David, dijo a los elogios de su mesenas, que ¨él sólo había sacado el alma que tenía la piedra dentro....¨. ¿Era un ejercicio de modestia o en verdad así lo sentía?. Yo personalmente creo, que él así lo pensaba. Intuyo que llegó un momento en su creación en la que, las manos tomaban casi vida propia y esculpían al son de su mirada interior, y salieron así obras tan maravillosas como el David o La Piedad...
Y nosotros, sin ir más lejos, hacemos eso cada día de nuestras vidas, pero el secreto estriba en ¿qué es lo que pensamos o sentimos?. ¿ A qué experiencia de la vida nos agarramos?¿ Al dolor? ¿Al rencor? o nos vamos al polo opuesto y decidimos ser agradecidos con la vida, a pesar de todo y sobre todo. Yo, un buen día decidí, que a pesar de todo lo que me hubiera ocurrido en la vida, tenía que darle las gracias por todo lo demás, y de ese tren no me he bajado, ni pienso hacerlo.
Se por propia experiencia, que la vida no es un lecho de pétalos de rosas, que por el contrario, hay momentos en que el tallo de esa flor tan maravillosa, está lleno de espinas, incluso inmensas, que hieren y duelen. Pero se también, que en la medida en que me olvido o aparto de mí el dolor, y me quedo sólo con el recuerdo de la dulce sensación de su aroma, soy mucho más feliz, y las cosas empiezan a tener diferentes significados para mí.
Por propia decisión dejé de pensar, o por lo menos lo intento, en las cosas negativas o menos afortunadas que ocurren, cada día. Y sobre todo, no le echo la culpa a nadie. Cada momento de nuestra existencia es producto de nuestras decisiones, de nuestros sueños y de lo que realizamos consciente o inconscientemente. Yo me hago responsable de ello, no me escondo en excusas, y asumo mis errores, como lo que son, errores, pero de los cuales voy sacando también un aprendizaje, importantísimo para mi vida presente y futura.
He aprendido a restarle importancia al qué dirán, que fue siempre el talón de Aquiles de mi madre, que estaba más pendiente de lo que opinaban otros, que de sus propios pensamientos. Más adelante la vida, como siempre ocurre, le demostraría, que esa opinión no está contigo en los momentos difíciles, ni toca a tu puerta para darte consuelo, o para alimentar tu alma. No, en los momentos difíciles, todos aquellos que estuvieron pendientes para criticar, se alejan como espantados, creyendo que así evitarán el curso del destino, que a todos nos alcanza en un momento u otro de nuestras vidas. No porque esté escrito, no, simplemente porque la vida da muchas vueltas, y el mundo es redondo, y a veces, los que estaban arriba, se precipitan hasta el fondo, y los que estaban en el fondo emergen como el Ave Fénix y relucen cual brillantes en la oscuridad.
Por ello es muy importante centrarnos en lo que pensamos, en lo que sentimos, en agradecer cada día, esa luz maravillosa que nos alumbra, la alegría de los niños, su inocencia, su candidez, esa ternura con que te invitan a ser partícipe de su mundo de juegos, de risas y de felicidad. Los niños no tienen espacio en su mente para la venganza, la tristeza o el dolor, somos nosotros los que en nuestra ignorancia o en nuestro egoísmo, perturbamos lo que debería ser sagrado para todos nosotros, la paz y la alegría de los niños. Si así hiciéramos, estoy segura de que habría más adultos serenos, felices, en paz con sigo mismos y con los demás, dedicados a crear y no a destruir.
Hoy los invito a encontrar ese niño interior, que todos llevamos dentro, a amarlo, a perdonarlo, a darle calor, a hacerle sentir valioso y a que tratemos a nuestro ser como la obra perfecta que es, no tienen idea de la cantidad de millones de reacciones y funciones que hace nuestro organismo, cada minuto de nuestras vidas, para hacer que funcionen en forma armónica y en orden, ese orden magnífico con el que nos ha dotado Dios, desde el momento de la creación.
Evaluemos nuestros talentos y pongámoslos a funcionar, no sólo para nosotros mismos, sino también en pro de los demás, porque el dar es algo maravilloso, parece una caricia que recibe el alma con regocijo, nos hace sentirnos útiles, a cambio de nada, y se siente una alegría y una paz inmensa. Cuando damos a cambio de nada, todo parece brillar más, los colores son más brillantes, y a nuestra vida se asoman muchas melodías y situaciones perfectas, que vienen solas, sin que nuestro loco afán las persiga.
Sin embargo, cuando lo hacemos tras alguna recompensa, esta se aleja cada vez más de nuestras vidas, hasta hacerse casi un imposible, porque sencillamente aquello que nos afanaba no era lo que en verdad nos hacía falta, o no estaba preparado para nosotros o nosotros para ello.
Siempre pienso que lo que ha de ser será, si no, es porque no estaba para mí. A veces queremos algo, y tratamos de alcanzar una meta, para la cual, en este momento no estamos listos, ni preparados. Si quiero algo, trato de pensar en qué me va a ayudar, y me lo planteo como una meta a mediano o largo plazo. Se que hay cosas que me gustaría alcanzar, pero también se que en estos momentos no serían adecuadas para mí, porque necesito el tiempo para acompañar, de otra manera tendría que delegar en otros esa responsabilidad y dejaría de cumplir mi promesa. Así que me sereno y dejo en manos de Dios, lo que mejor me convenga, el tiempo de Dios es perfecto y maravilloso, y confío en que las situaciones, personas o cosas, irán apareciendo en mi vida, en el momento perfecto y maravilloso, que me corresponden.
Dediquemos nuestras energías a trabajar en aquello que nos gusta, disfrutemos de las cosas, las personas y del tiempo que se nos presenta cada día. Seamos agradecidos siempre, no demos por sentado nada. Y miremos el mañana con optimismo, cada día es una nueva oportunidad y debemos valorarla y aprovecharla al máximo. Hagamos el bien y no miremos a quien.
Que Dios nos bendiga cada día de nuestra vida, que nos de la serenidad para afrontar los problemas, la paz para vivir conforme a nuestros preceptos y creencias y el amor para compartir con los demás.
Mireya Pérez
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