Hoy rebuscando entre mis libros, he encontrado uno, que leí por lo menos hace 40 años, se llama Mon Amour, Diario de un enamorado, de Franz Weyergans, Ediciones Sigueme, Salamanca 1969.
En este libro el escritor nos habla del amor conyugal, de la familia, del hogar, y de lo que representó para el protagonista la presencia de su esposa en su vida, y ya que estamos en vísperas de Navidad, donde todos o casi todos, regresan o regresamos al hogar, al sitio donde toda la familia se reune para celebrar estas fiestas tan especiales, quiero compartir con ustedes, unas líneas del mismo, espero que les guste como a mí.
..... Un día dijiste delante de mi a una visita: - ¨Le he dado a mi hija mayor la cómoda que estaba en el descansillo delante de la habitación de los niños. Cuando eran pequeños en ella guardaban todos sus tesoros. Cada uno tenía su cajón. Cuando vi salir este mueble de casa, no sé que me pasó, soy incapaz de decir la pena que tuve¨-
Quizás no sean las apalabras exactas. me sentí trastornad al saber que estabas disgustada y sólo recuerdo esta revelación: estabas apegada a las cosas, no por sí mismas sino por lo que significaban. Todavía más: una parte de tu vida, consagrada a tu amor maternal, acababa de cerrarse y yo no me había dado cuenta.
Sabía, que igual que yo, tú habías con dolor alejarse a nuestros hijos. Como yo, debías empezar a amarlos de otra manera y estabas convencida de que era la única solución. Debíamos transformar su ausencia en presencia. Pero no teníamos la certidumbre de su calor, de sus sonrisas, de su vida, de esta vida que cada uno alimentaba y a la que cada uno aportó un fragmento.
Yo desconocía la separación que puede sufrir una madre. No sabré jamás lo que representan, para una mujer, los seres salidos de ella, y a los que ella no cesa de tener entre sus manos hasta el momento de la partida. Y entonces la madre se encuentra con sus manos apretadas en torno al vacío.
Pero, en estos años de partida y dolor transformado, quiero tratar de encontrar lo que has perdido, más exactamente lo que has dado, lo que dejaste ir con los hijos que se fueron.
Lo que hace la felicidad de la madre, a mí me parece, es dar, y ver que al mismo tiempo que da recibe. Es la libertad en el don. Ella es dándose.
¿Igual que el padre entonces?. No, pues el padre se despega del hijo, retrocede ( y tiene que luchar contra este retroceso que tiene el peligro de llevarle demasiado lejos). La madre queda atada. Libre en su atadura, pero atada por mil lazos invisibles. Yo no los veía, es ahora, mucho después, cuando lo percibo.
Tus hijos son felices, en sus matrimonios, apasionados y apasionantes. lo serían menos, si no hubiesen conocido, en una casa ordenada y singular, esta presencia soberana, próxima y distante, siempre dispuesta a escuchar pero nunca a la escucha, incluso hasta prevenir al padre. Agente del exterior y agente del interior, estando constantemente presente en los dos niveles, esto es lo que sin duda fue tu vida de madre.
Sabías siempre lo que eran y lo que hacían tus hijos, qué esperaban y en qué confiaban. para mí eran una interrogación, en cambio tu lo sabías todo. ¿En esto consiste la diferencia entre el padre y la madre?
Una parte de ti misma me ha quedado oculta. Como gracias a Dios el tiempo no cuenta para nosotros,comprendo o trato de comprender hoy a través de los hijos, de qué manera has sido madre. Vivo el presente, el pasado, no es pasado, y jamás lo será, puesto que es.
Nuestro amor es el anuncio de la eternidad. Puedo revivir un día determinado a mi gusto, un día del tiempo en que los niños eran pequeños. Durante mis largas ausencias, te veía en la casa rodeada de niños. Me acuerdo muy bien. Recuerdo cómo en aquellos tiempos, íbamos a misa a pie, el domingo por la mañana, a través de la pradera desnuda: Había que pasar junto a un roble verde, contando por los campos de tomillo, cerca de la carretera, y desde el roble verde todo recto hasta una granja aislada, dejándola a la izquierda, descendíamos hacia Aurel, el pueblo del viento, enclavado en un pequeño valle, sobre la roca. Recuerdo todo perfectamente, el café con leche que mandabas preparar, las advertencias que hacías a cada uno, desde la hija mayor hasta la pequeña.
Tu encontrabas la falda de flores que se había perdido por guardarla demasiado bien, cepillabas el cabello y lo trenzabas, eras la que dabas con la crema para los zapatos, te preocupabas de colocar los sombreros, vigilabas este mundillo hasta el momento de la salida. A continuación una hora de camino bajo el sol que hacía relucir las ramillas bajo nuestros pies, entre el olor del tomillo, la lavanda, la menta. Ibas de uno a otro. después de la misa comíamos galletas sentados en círculo en el atrio, luego íbamos a beber limonada al café donde la sombra de los árboles dibujaba graciosas imágenes en los cristales. después la consabida visita a los ultramarinos ( especie de estancos o abastos) y nos volvíamos a pleno sol.
Como ves, recuerdo todo, hasta la felicidad que se cernía sobre nuestro fatigado silencio. Jamás te he preguntado ni tu lo has hecho conmigo. Vivíamos. estábamos preocupados por vivir y por vivir lo mejor posible. Los niños formaban parte de nuestra vida puesto que eran nuestra vida.
Tu maternidad es una presencia, una presencia que no elige, que actúa por instinto donde se la necesita: Pero el instinto no es´sólo un don, se ha ejercido,vivido, desarrollado, por la meditación y por la vida, y por la reflexión que es tu vida. Hacer día tras día, gesto tras gesto, convencida que es lo que conviene hacer para continuar dando al mundo aquellos a los que tu has puesto en él, esa es sin duda toda tu acción. Quizás me equivoque y quizás no profundice bastante, pero yo te veo así.
No hablo del pasado, porque tu has conservado tu disponibilidad, tu manera de estar en el centro, aún cuando te mantengas apartada, y sonríes todavía más ahora viendo a tus hijas rehacer con su hijos los gestos que tu hiciste con ellas.
.... Yo me pregunto, si la edad adulta no es la infancia reencontrada, asumida conscientemente: Me pregunto si la perspectiva de ser todo para una persona y esperarlo todo de ella impide relacionarse con el mundo, impide ser responsable y tener plena conciencia de sí mismo. No lo creo. Sencillamente, si lo espero todo de un ser, quiero decir que espero que todo pase por él, que todo adquiera su colorido, su calidad humana, su sentido. La mujer es la mediadora.Las manos de mi esposa, su mirada, su cuerpo, hacen que me sienta unido a otros hombres, desde el más desconocido al amigo más querido, y a las cosas, desde las gramíneas a las galaxias. puede suceder que su manera de presentarme el mundo me apene o me encolerice. Claro está que entonces me pondría en guardia. Pero aunque un día me ofreciese el mundo de las personas y de las cosas equivocadamente, sería ella la que me lo habría dado y ella misma la que me obligaría a descubrirlo como realmente es. Lo bueno de un ser no consiste en la debilidad de la infancia, sino en la capacidad de admirar. Pero los habitantes de las mazmorras o de las casas públicas han perdido la capacidad de admirar. La civilización a base de descapotable y muchacha de ocasión la ha suplantado por la posibilidad de aburrimiento ( Y no es lo mismo aburrirse que dificultad de comunicación, que todavía conserva la virtualidad de preguntarse por el amor.)
...... Nuestros hijos guardarán un recuerdo de la casa muy distinto del nuestro. La querrán más o menos suntuosa, más o menos habitada, con cierto empaque o sin importarles el techo o las paredes, el orden o el desorden. Qué más da. pero, de esta o aquella manera, les pasará lo que a nosotros. Conservarán eso si, tu sello, tu impronta. lo esencial no radica en que coman dentro o fuera, en que estén reunidos una o varias horas juntos en verano, o separados en invierno. Importa poco la propiedad de aquella admirada cómoda de fina línea o la lámpara estilo italiano expuestas en una tienda de antigüedades, de junto al lago Gard. Ojalá si teniendolas disfrutan tanto como nosotros acariciándolas con la mirada. Porque la verdadera alegría no consiste en eso.
Te estoy viendo en nuestra casa, en nuestras casas, en tus casas. Y te veo llenandolas de pequeñas cosas, tú.
Porque lo que te preocupaba, lo que te preocupa, no es presumir de ellas, sino hacer que sean. Ser, no tener. Tu eres de tal manera, de tal manera estás presente, que allí donde tú estás, allí está la casa, allí está la luz, la palabra, la seguridad...... El Hogar.
Notas: Creo sin temor a equivocarme que es la mejor definición que se puede hacer del hogar, si nosotras hemos logrado que nuestros hijos, amigos y gente que venga a nuestra casa se sientan como en la suya propia, con ¨azúcar¨, habremos convertido cuatro paredes en algo precioso, el Hogar.
Con Cariño y respeto
Mireya Pérez
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