A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

viernes, 31 de julio de 2015

La peor cárcel del mundo... nuestra propia mente...




A medida que los seres humanos van creciendo, aprendiendo, evolucionando, son sometidos a diferentes experiencias y situaciones que los hacen enfrentarse a sus miedos, creencias y circunstancias. Sin embargo, el éxito depende únicamente del esfuerzo y la capacidad de respuesta y adaptación al medio que los rodea.

Pero ¿Qué sucede cuando esa persona se encierra en sí mismo?, cuando es incapaz de comunicarse y de pedir ayuda e incluso de aceptar la ayuda que tanto necesita... Pues dependerá de la enseñanza o la lección que deba aprender en esta vida.

Jorge Bucay en su libro Cuenta conmigo, de la editorial RBA libros 2005, nos brinda la oportunidad de conocer este cuento edificador. 

Disfrútenlo!!!.

El Hombre y su cárcel

La guerra concluyó dejando tras de si, entre otras cosas, paredes desmoronadas y destruidas. Como a muchos otros, la muerte y la destrucción me liberó de todo. Por primera vez tras muchos años me quedé sin referencias, sin obligaciones, sin condicionamientos.

Y después de unos días me sentí oprimido por una libertad insoportable.

No sabía qué hacer con ella.

Ahora que, finalmente, podía ir donde quisiera, no iba a ninguna parte.

La gente era en general muy amable conmigo, quizás porque yo le gustaba, por mi manera de ser o por alguna otra razón desconocida. Pero de todas maneras yo no aceptaba ninguna invitación. Temía que eso me quitara libertad y por eso no me atrevía a concertar ninguna cita.

Yo podía ir y venir a mis anchas. Podía hacer todo lo que se me ocurriera...

Y quizás por esa misma causa, no hacía nada.

Me sentía perdido entre las casas abiertas y la gente ocupada.

El largo día me parecía una terrible cárcel de libertad.

El hastío me devoraba.

Mi mañana comenzaba muy tarde. Acostumbraba salir a la calle con la idea de visitar a algún amigo, pero irremediablemente, yendo hacia su casa, me arrepentía hasta detenerme y ponía en duda la importancia de la visita o el sentido de hacerla. Pero sobre todo me generaba inquietud predecir lo que habría de seguirla.

Tomaba una dirección determinada con la convicción de que algo me estaría esperando pero de pronto, me encontraba parado en la esquina de una calle, desesperado del todo, hastiado de todo y oprimido por este libre albedrío y por las numerosas posibilidades que se me presentaban.

Así caía la tarde, sin haber abierto un libro y sin haber tomado en las manos mi violín.

Quería hacer algo. Quería que algo me importara. Pero nada en la vida me era demasiado querido ni suficientemente odiado.

Hasta que cierto día, cuando creía no tener otra alternativa que la muerte, decidí encerrarme en mi cárcel. Dentro de ella encontraría alivio a mi corazón, como me había sucedido otras veces.

Abrí mi armario secreto, que cerraba bajo llave, saqué la llave y me dirigí a la cárcel.

Mi cárcel se encontraba en el centro de una de las calles más concurridas de la ciudad y en la puerta colgaba un letrero que decía:

Cárcel Privada
Entrada prohibida a extraños.

Los transeúntes no le prestaban atención, puesto que sobre muchas otras puertas de la ciudad colgaban carteles similares.

La llave abrió la cerradura y la puerta se abrió con el quejido familiar.

Entré prescindiendo de la mirada de los que espiaban y cerré rápidamente la puerta tras de mí.

Apenas traspasé el umbral, se apoderó de mí una gran tranquilidad y mis pasos, hasta ahora dudosos, se hicieron firmes y seguros.

Me acerqué a las rejas de la ventana, tomé con manos trémulas de felicidad las barras de hierro y un segundo después tomé la llave y la tiré por la ventana hasta la acera.

Me senté junto a la mesa. Sabía que algo faltaba en mi vida: un horario.

Tomé una hoja de papel y comencé a escribir:

Horario
  • Despertarme a las 6:00
  • Aseo, ejercicio físico, limpieza habitación, desayuno, música:    ( de 6:00  a 10:30)

  • Mirar por la ventana de 11:00 a 13:00
  • Almuerzo, acostado inmóvil, movimientos y alaridos, muecas ante el espejo, estudios, mirar por la ventana, escribir cartas a mi mismo, cena, leer cartas, pensar sobre el exterior, plegarla y aseo ( de 13:00 a 22:00)
  • Recogimiento: 22:30
Pegué entonces el papel sobre la pared.

Los días me empezaron a llenar de seguridad y observé mi horario con maravillosa puntualidad. Estaba seguro de experimentar la sensación de plenitud que embarga al hombre ocupado.

Sin embargo, pese a la magnificencia de la satisfacción de los primeros días y el absoluto asentamiento en mi cárcel de olvido, comencé repentinamente a echar de menos el mundo de fuera de las rejas de mi ventana.

Noté que comía poco, que dejó de interesarme el violín y que me absorvían cada vez más los pensamientos sobre el exterior y mirar por la ventana.

Debo confesar que comencé a traicionarme.

Mientras hacía ejercicios, echaba una ojeada a pesar mío, hacia la ventana, después de dos meses me levantaba más temprano y saltaba el desayuno para mirar más tiempo por la ventana.

Empecé a experimentar una horrible sensación de desarraigo, mucho más intensa que antes. y me di cuenta de que en el exterior, fuera de mi ventana, bullía la vida mientras yo estaba en la cárcel, aislado de todos y rodeado de murallas, la mayor  parte de las cuales había levantado con mis propias manos.

¡ Qué difícil resultó enfrentarme a la verdad!

Quería regresar a todo aquello que había despreciado, a la vida y a los seres humanos. Quería salir. Juro que lo quería. Pero me acordé de que la llave estaba afuera, lejos del alcance de mi mano, todavía tirada junto al cordón.

En realidad, pensé, bastaba pedirla a uno de los transeúntes para encontrarme de nuevo entre seres humanos.

Primero rogué con voz baja, luego en voz alta y finalmente a gritos, pero nadie prestó atención a mi pedido. La gente caminaba apresurada, como si no me viera, como si no supiera que mi libertad se encontraba en sus manos.


Jamás sufrí tanto. Mi cárcel, refugio ideal de otros tiempos, me había aislado de la vida.

De pronto, pasos irregulares se dejaron oír a la izquierda de mi ventana. Una anciana se acercó lentamente y se detuvo... justo al lado de la llave de mi prisión.

Mis sentidos estaban tensos hasta estallar. Era indudable que había visto la llave. Seguí su mirada...con tal de que no la coja y desaparezca con ella para siempre, pensé...

_ Eh...Oiga...Usted...La llave es mía..._ le grité_ Si me abre le regalo este lugar...¿ Me escucha?

Pero ella no me escuchaba.

Muy despacio tendió la mano, como yo temía, hacia la llave.

Antes de alcanzar a tocarla, se tropezó y se cayó en la calle golpeándose la cabeza.

_ Socorro_ gritó_ No puedo levantarme.

Solo yo podía socorrerla. No pude dominarme. Corrí hacia la puerta y, aunque sabía que mi cerradura era inviolable, arremetí contra ella con todo el peso de mi cuerpo.

Antes de captar qué sucedía, me encontré tendido en la acera.

¡ La puerta jamás había estado cerrada con llave!

Yo nunca había intentado abrirla... me limité a pedir ayuda de afuera...

Los quejidos de la anciana y sus suspiros me despertaron de mis pensamientos. Me acerqué y le ayudé a levantarse. La senté sobre las escaleras de la cárcel y me apresuré a llevarle un vaso con agua.

Apenas hube terminado de vendar sus heridas, la anciana se recuperó, me agradeció besándome las manos y se fue.

La calle comenzó a poblarse.

Los automóviles circulaban velozmente tocando el claxon.

Saludé a alguien y me estrechó la mano.

Diversas personas notaron mi presencia y me sonrieron.

Arranqué el cartel de mi cárcel y coloqué en su lugar un anuncio que escribí:

SE ALQUILA ESTA SALA PARA FARMACIA

Me quedé sólo un momento y luego me puse a andar.

De repente me acordé de que era imposible cerrar con llave desde dentro y a partir de allí, me di cuenta de muchas cosas:

La puerta de mi cárcel sólo se abrió cuando  estuve dispuesto a dar a otro lo que necesitaba de mí; pero permanecía cerrada cuando yo sólo gritaba lo que necesitaba.

La cárcel la había cerrado mi mente al encerrarme exclusivamente en mis propias necesidades.

La cárcel era el encierro en el que me aislaba cuando creía que no tenía nada para ofrecer.

Me apresuré un poco...Estaba ocupado.

¿ Encerrarme otra vez?

¿Castigar al mundo con mi ausencia?.

¿Hacerme un horario repleto de ocupaciones que me mantengan alejado de la ventana de la vida...?

No era ni fue, ninguna solución.

La razón de sentirme mal en casa no se debía a que ese fuera el lugar donde habitaban mi dolor, mis recuerdos y mis sentimientos; era porque ahí vivía mi incapacidad de pensar en otra cosa que no fuera mi propio sufrimiento y mi frustrada necesidad de alguien más en la vida...


Esto, amigas  y amigos lectores y seguidores, es lo que ocurre cuando nos encerramos en nosotros mismos. A veces, sin darnos cuenta, por motivos diferentes y por propia ignorancia, nos encerramos a pensar en lo que nos pasa, lo que nos ha sucedido o en lo que ocurrió. En vez de pedir ayuda, de compartir con alguien cercano, nuestras inquietudes, nos vamos metiendo en nuestra propia coraza, hasta el punto en que un buen día, vemos con terror y desconsuelo que estamos enteramente solos. 

Aquellos que quisieron ayudarnos, y a los que les dábamos vanas respuestas, se fueron, pues sentían que no les necesitábamos y por más que lo intentaron, un buen día dejaron de hacerlo y lastimosamente, nos quedamos solos...

En algunos casos, esa soledad devenga en estados de tristeza y melancolía profunda, que llevan a la persona a dejar de comer, de vestirse y asearse y ya no se comunican, ni siquiera con su mascota.

Posiblemente algún familiar los haya llevado, con la mejor de las intenciones, al médico familiar, y éste les haya dicho que lo que padecen es Depresión, y les recetan unas pastillas, que los va minando poco a poco... hasta que un buen día... sencillamente desaparecen... no físicamente, pero si su mente, y se convierten en una sombra de la persona que algún día fueron. Y es una verdadera pena!!!

No debemos confundir, sin embargo, el tener una vida interior, hacer retiros espirituales, hacer meditación, etc., con la cárcel interior, son cosas totalmente diferentes. 

A través del cultivo de nuestro Yo interior, podemos ser mejores seres humanos, entregarnos más a ayudar a los demás, porque descubrimos que el secreto de la verdadera felicidad está en dar, en servir, en ayudar, en tender la mano, nuestros oídos y la palabra, a todo aquel que necesita de unos minutos de atención, amor incondicional e incluso a veces de un abrazo de corazón a corazón, para mitigar el dolor de la soledad auto impuesta, o la soledad del que se siente perdido y no sabe cómo pedir ayuda.

Con el tiempo, las heridas del alma se curaran, así como las del cuerpo. No hay mejor medicina para el alma que la oración, la meditación y el encontrar el camino para servir a los otros. 

Ahí encuentran, la razón por la cual hemos venido a este mundo, lo que conocemos como la misión de nuestra vida y con estos conocimientos, el camino escogido se hace más dulce, a pesar de los contratiempos, porque ya no se revelarán nunca más contra el ¨destino¨, sino que entienden que son uno con el Creador y se entregan con Fe ciega y renovada...

La vida, que en algunos es larga y fructífera, y en otros corta, no significa que tenga que estar totalmente llena de sacrificios y sufrimientos, como tampoco ser una fiesta eterna. Aunque a veces creamos que las personas que vemos tienen una vida mejor, quizás lo sea en algunos aspectos, pero si pudiéramos ver su alma, veríamos que hasta esa vida aparentemente perfecta, tiene sus momentos de tristeza, dolor profundo y largas noches de oscuridad. 

Lo que sí cambia, es la actitud que tienen ante esos momentos, y muy posiblemente, no se dejen abatir, luchan y lo consiguen, por salir adelante de nuevo, incluso cuando lo han perdido todo. Saben que las cosas materiales no los representan, y salen adelante libres ya de aquello que los ataba.

Todos, absolutamente todos, hemos tenido momentos de encierro voluntario, y también momentos de inmensa alegría y de compartir con propios y extraños esa alegría. Por tanto, no podemos ni debemos dejarnos abatir por el dolor, el desencanto, la desilusión o el sufrimiento... 

Debemos mirar a nuestro alrededor y pedir o buscar el punto de apoyo que necesitamos. Estoy totalmente segura de que lo vamos a encontrar. A veces ese apoyo estará en alguna lectura, otras en un rato de interconexión con los amigos, etc. 

Dios tiene infinitas formas de hacernos llegar la ayuda que necesitamos, cuando estamos preparados para recibirla, y siempre debemos estar agradecidos por ello. No dejen perder su Fe, es lo último que podemos perder y es muy importante...

Que Dios nos bendiga a todos y cada uno de nosotros, nuestro hogar, nuestra familia, empleo, etc.

Mireya Pérez



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