A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

viernes, 7 de marzo de 2014

El perdón y el rencor... uno gana el otro pierde.




Hace muchos años atrás escuché a un grupo de médicos hablar sobre las piedras en la Vesícula biliar y achacaban  este mal, a personas que solían ser rencorosas o que agarraban tal nivel de ¨sulfurina¨cuando se enfadaban, que eso les hacía producir más bilis y a la larga se formaban los cálculos o piedras en la vesícula.

Y esta reflexión va de Piedras... sí así de claro, porque yo asocio los cántaros, piedras, arenita en los pies, etc., con las piedras en el camino o con un cuento que he escuchado muchas veces...

Había una vez  un hombre que se enfadaba de nada, y cada vez que se ponía colérico, agarraba la primera piedra que encontraba en el camino y se la metía en el bolsillo, al pasar un rato, se volvía a molestar y agarraba otra, y así estuvo todo el día, hasta que en la noche ya cansado de caminar, cuando quiso acostarse, el peso de las piedras en sus bolsillos no le permitía moverse, eran tan pesadas, que sus pies no se movían y su cuerpo no podía hacer nada, el peso de las piedras lo inmovilizaba...

Estaba muy cansado, pero se metió la mano en el bolsillo y sacó la primera piedra que rosó sus dedos, y al instante vio en su mente el momento en que lleno de rabia porque un vehículo se le había atravesado, había agarrado la piedra y la había guardado. La miró y la tiró lo más lejos que pudo, después metió de nuevo la mano, y sacó otra piedra y recordó que la había agarrado cuando el señor que le vendía el periódico todas las mañanas le dijo que ya había vendido el último que le quedaba y ciego de rabia había agarrado esta piedra, la sopesó y pensó- ¡que tontería!- podía haber caminado una calle más y comprar en el otro kiosko donde había montones...la miró por última vez y la lanzó lejos. 

La siguiente piedra era un poco cortante, tanto que le arañó la mano, la miró y a su memoria vino el pobre chico del colegio de enfrente que venía distraído y le había botado sin querer el café encima, claro que estaba caliente, pero el aprovechó para enviarle saludos a toda su parentela... y de nuevo había agarrado la primera piedra que había encontrado y se la guardó en el bolsillo, ahora que ya habían pasado muchas horas, no veía el caso de haberse enfadado tanto, pero es que habían pasado muchas cosas hoy...al final la miró y la lanzó de nuevo y oyó un chasquido, y pensó hay alguna charca cerca... veamos cuantas piedras logro lanzar hasta allí. y asi estuvo un buen rato, atinando a veces, recordando otras, hasta que por fín sus bolsillos estuvieron vacíos y de repente se sintió liviano y ligero como una pluma, nada le impedía caminar, podía incluso correr y así lo hizo para ir hasta la charca que había escuchado, pero que ahora ya no era una poza de agua, el lugar se había quedado sin agua, producto de todos los impactos de las piedras que había lanzado y que había echo saltar el agua y ocasionado que esta corriera camino abajo.

El hombre caviló un rato sobre esta sencilla moraleja, el rencor y la rabia lo hacía incapaz de moverse, pero si dejaba de darle importancia a las cosas que en realidad no la tenían, su paso sería ligero, nada impediría que avanzara y se dio cuenta que las piedras en el camino, debían quedarse ahí, en el camino y solo servir para que tomara decisiones de cómo avanzar a través de ellas, pero no con ellas.

De ahí en adelante el hombre decidió sonreír más, ofrecer un - No hay problema- y seguir hasta el otro kiosko, si ya no había periódicos y si tampoco había, no era un problema, podía leer las noticias en el café de la esquina o en Internet. Se dio cuenta que se había convertido en un hombre resentido y amargado por cosas sin sentido, y empezó a valorar más las pequeñas grandes cosas de la vida, y notó de repente que la mirada de su familia cambiaba, ya no había esa especie de temor receloso, porque ya no saltaba gritando por nada, al contrario, les daba una palmada en la espalda, les sonreía o los abrazaba... Y descubrió que abrazar era mejor que gritar, que hablar era mejor que gruñir y que no había nada más hermoso que el rostro de un niño cuando le acariciabas la cabeza y le decías te quiero.

Nuestro hombre cambió y descubrió que el perdón es la llave que abre las puertas al amor, a la alegría, a la unión de la familia, a los amigos, todo se lo había perdido por su afán de no perdonar lo más mínimo, descubrió que el perdón libera el alma, le da alas al espíritu y te deja caminar como si caminaras entre nubes de algodón...

No guardemos rencor, no vale la pena, la vida es muy corta, y se va cuando menos lo esperamos, al contrario, sonríe, dale gracias a Dios de que estás vivo, que la vida te ofrece cada día nuevas oportunidades, que si una puerta se cierra, se abren mil ventanas, que vale la pena vivir, y que el amor lo cura todo.



Que Dios los Bendiga.


Mireya Pérez.




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