A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

lunes, 31 de marzo de 2014

Un amor de novela....




Aunque hoy tenemos muchos instrumentos para estar en contacto con la familia, los amigos, conocer a nuevas personas, etc. hace 60 años, solo teníamos el telégrafo, el correo y poco más. Y la historia que voy a contar hoy es sobre el amor de dos personas muy especiales para mí, mis padres, cuyo noviazgo y vida de pareja, no estuvo llena de grandes logros, ni de riquezas, pero sí de un amor profundo, que ha perdurado a pesar de la distancia que les impuso la vida, al fallecer mi padre hace 43 años.

Su historia de amor, surge como tantas otras, de las casualidades, mi padre un joven pinturero y guapetón, de Linares, Andalucía, y lo mandan a hacer la mili, como le decían antes al servicio militar, a Canarias, de donde es mi madre, y por casualidad el cuartel del ejército donde él tenía que hacer la mili quedaba a escasas cinco calles de la de mis abuelos.

En casa de mis abuelos había seis chicos que alimentar, y las hermanas mayores salían todos los días con los cántaros de leche hacia las lecheras, y por supuesto tenían que pasar frente al cuartel, me imagino que los chicos que estaban haciendo la mili, cuando estaban de guardia en la época de verano, pues se lo pasaban bastante mal, o por lo menos eso creía yo, pues no, los chicos se avisaban unos a otros cuando venían las chicas de las lecheras, mi madre entre ellas, la apodaban la rubia, porque es rubia y de ojos azules, es la del medio, la mayor, era casi pelirroja con ojos verdes y la menor con los ojos verdes más fantásticos del mundo y una cabellera negra azabache. Pues creo que las chicas juntas llamaban la atención, y más si venían riendo despreocupadas, sin pensar que las observaban, tan atentamente.

Un día al pasar mamá, oyó que decían - Mola apúrate que viene la rubia- , y conociendo a mi madre, se debe haber puesto roja hasta la raíz del pelo, así que se dio medio vuelta y caminando lo más aprisa que su dignidad y la premura le daban, regresó a casa sin el preciado líquido, por supuesto fue el punto de atención de las dos  hermanas, las que no paraban de reír, diciendo que mi madre tenía un pretendiente, y ella insistiendo que no, que ni siquiera sabía quien era el chico, y que dejaran de fastidiarla, ella tenía que vestirse para ir al trabajo  y debía ponerse su uniforme de cajera. Era 1944, la II  Guerra Mundial no había terminado, pero España estaba saliendo de la guerra civil, y todavía había mucha pobreza, más en las islas, que vieron cómo sus hombres jóvenes y no tanto habían sido enrolados para la guerra, y luego, los más afortunados, tenían de vuelta a sus hijos, esposos o padres, pero habían pasado por experiencias difíciles de olvidar.

Mi madre siempre ha sido una gran devota, y mi padre también era un creyente y practicante muy fervoroso, todos los domingos, iba a misa con sus compañeros, pero siempre era el que más destacaba por la forma de caminar y la forma de llevar el uniforme, muy bien planchado, los zapatos relucientes, y su altura, pues un hombre de 1,75 en aquella época era un hombre alto, con respecto a los isleños, que tenían menos altura, o por lo menos la mayoría de ellos.

En una de esas misas se encontraron frente a frente, y a mi madre la mirada de papá la dejó clavada en el piso, esos ojos negros profundos, las cejas tan perfectas para ser un hombre, el cabello con la gomina de la época, y el aroma a colonia, todo un Barón Dandi, como lo apodaba mamá, por supuesto, ella casi se atraganta con la hostia consagrada que le acababa de dar el párroco y mi padre viéndola en ese apuro, esbozó una sonrisa que la terminó de completar, pobre mami, le habían dado el flechazo de su vida, y lo peor es que no sabía cómo se llamaba, porque Mola no podía ser un nombre, y de hecho no lo era, era su segundo apellido.

Así que ahora el chico que aguardaba a verla al pasar junto a sus hermanas tenía rostro y unos ojos pícaros, que la dejaron tonta de remate, creo que suspiró porque su hermana mayor le dio con el codo, para que viera que mi abuelo la miraba con el ceño fruncido, y si algo tenía Don Timoteo, era carácter, han escuchado el dicho que dice que ¨en frasco pequeño, viene el perfume pero también el veneno¨, pues mi abuelo era bajito de estatura, pero tenía un carácter que dominaba a toda su familia, incluyendo a su esposa, que también tenía lo suyo, pues así, mi madre ahora al pasar por el cuartel trataba de hacerlo por la acera de enfrente, no fueran a pensar que ella estaba buscando lo que no se le había perdido.

Pero el destino es algo muy singular, mientras más distancia trataba mi madre de poner en sus caminos, el destino se empeñaba en que no, y cual sería la sorpresa de mi madre, que un día el párroco en una reunión con las chicas de la Acción Católica Femenina, se le ocurrió que podrían hacer una gala benéfica para obtener fondos para las acciones benéficas que llevaba la asociación, y puesto que el Comandante del Cuartel era amigo del párroco, le había dicho que había algunos jóvenes, que con gusto colaborarían con ellos en lo que gustaran mandar, y al párroco se le ocurrió hacer una obra de teatro, y como mi madre estaba en el coro, y era una de las más dispuestas, pues el creía que tendría las dotes para hacer algún papel en la obra de teatro que había escogido: El Genio Alegre, de los Hermanos Alvarez Quintero.

Y a que no adivinan quien era uno de los jóvenes solícitos que se había ofrecido a participar en la obra benéfica, pues nada más y nada menos que el  guapetón de mi padre. Que ni pintao, me imagino los nervios de mi madre durante los ensayos, ella pendiente de que él le dijera algo, y él que ni pendiente, la tenía en un hilo de angustia, así estuvieron los primeros ensayos, hasta que uno de los compañeros de papá los presentó formalmente, aún así, mamá siempre estaba angustiada, era tan distinto a todos los que estaban a su alrededor, pero bueno, de vez en cuando él se acercaba al grupo de chicas, las saludaba a todas, le sonreía en especial a ella, o así lo creía, hasta que ya comenzaron los ensayos con más orden, no les tocó hacer de pareja, pero mi madre no se perdía un ensayo, así tuviera que llegar a casa a las diez de la noche, siempre acompañada por sus hermanas o por alguna amiga.

Un buen día mi padre se armó de valor y la invitó a ir al cine y mamá le dijo que sí, pero que tenía que ir con sus hermanas y una amiga, y papá compró las cinco entradas del cine, y cuando cansado de esperar en la puerta del cine a que llegara mi madre, recibió una nota de ella, en donde le explicaba que su padre no les había dado permiso, y Mola tuvo que ir al Cuartel e invitar a los compañeros para no perder el dinero que le habían costado, por supuesto le estuvieron echando bromas hasta el cansancio, pero creo que para él fue la señal de que esta chica era la que el quería para compañera de vida y madre de sus hijos.

Un buen día, papá le mando un mensaje diciéndole que la mili  terminaba y él debía marchar a Madrid a estudiar, que le diera sus señas para escribirle, y mamá desconsolada se las dio pensando, ni siquiera me ha dado la mano una sola vez, y ya se va.

Y se fue, y durante un año, no tuvo noticias suyas, después empezaron a llegar las cartas, hasta que eran semanales, las cartas iban a Madrid y de Madrid regresaban las respuestas, pasaron así cinco años, debieron ser cartas muy hermosas porque los unió de una manera que nada en el mundo, solo la muerte los podría separar. Por carta vino la petición de mano, hecha por mi abuelo Don Fulgencio a Don Timoteo, y un buen día martes 30 de Noviembre de 1950, mi padre llegó a casarse, habían pasado 6 años sin verse, se dieron el primer beso en ese u otro día, y el sábado 4 de Noviembre se dieron el sí quiero en la Iglesia de San Francisco.

Su amor duraría vivo durante 21 años, luego la viudez y el día a día ha sido la dulce espera, han pasado 43 años desde que él se fue, y todavía lo extrañamos, lo amamos y esperamos reunirnos todos de nuevo en el momento que Dios nos tenga destinado a cada quién.

De ellos aprendí a amar, a ser generosa, a no guardar rencores, a pensar primero en el otro antes que en mí, a que los hijos son lo más importante del mundo, a que se puede ser la esposa pero sin dejar de ser la novia, porque siempre debe haber ese halo de misterio y de descubrimiento en el otro, para que la pareja no caiga en la costumbre, que nunca debemos pelear delante de los hijos, y nunca pero nunca acostarnos enfadados.

Gracias papá por ser tan especial y generoso, por haber sido además de padre, amigo, por escucharme cuando tuve mi primera ilusión, y gracias a Dios porque no viste el dolor del desengaño, te hubiera dolido más que a mi. Te perdiste el vernos crecer, no me pudiste llevar al altar, lo hizo mi hermanito con 14 años, tuviste dos nietos preciosos y ahora tienes dos bisnietos que serían la locura de tu vida.

Te amamos, y te amaremos siempre.


Tu hija que te adora.


Mireya Pérez.






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