Cuando escuchamos la palabra sembrar, nos imaginamos inmediatamente a un agricultor arando la tierra, abonándola, para luego con mucha paciencia ir sembrando una a una las semillas, que luego de ser regadas, cuidadas y mimadas, darán al cabo de unos meses sus frutos: calabazas, tomates, pepinos...infinitas propuestas...
Si les dijera que lo que ese agricultor siembra es un árbol... Ahí ya nuestra mente piensa en un proceso muy largo, de años quizás. Porque hay árboles que empiezan a florecer después de veinte o treinta años de sembrados: el aguacate, por ejemplo, las palmas datileras del desierto... y tantos otros.
Las personas que un día sembraron estos árboles pensaron no en ellos, sino en los hijos y nietos que algún día disfrutarían de la sombra de estos árboles y de la dulzura de sus frutos. No pensaron en ellos mismos, muy posiblemente recordaron a otros, que como ellos, sembraron con pasión y amor, para que al cabo del tiempo, otros recogieran esos frutos.
Con ese mismo amor, nosotros debemos sembrar en otro tipo de sustrato o suelo, me refiero a nuestros niños, ellos representan la tierra fértil, abonada y con buen drenaje, que la vida nos ha puesto en las manos a fin de hacer de ellos, los hombres y mujeres del futuro.
Como todo agricultor sabe, no todas las semillas germinan, y por eso hay mujeres que no pueden tener hijos propios, pero que sin embargo, al tener tanto amor para dar, se dedican a cuidar y ayudar a criar a los hijos de otros. Para algunos son nuestras nanas, nuestras maestras, nuestras madres del colegio, que por votos de castidad y obediencia, se dedicaron al Señor.
Otras mujeres en su afán de ser madres, adoptan niños que han quedado en estado de orfandad,o son voluntarias en algunas ONG que se encargan a lo largo y ancho del planeta de la niñez abandonada.
Hay filósofos que han construido teorías sobre qué le ocurriría a los niños si los ubicaran en una situación u otra. Sin embargo, como siempre, las teorías no pudieron convertirse en leyes, porque la misma Vida, les demostró que el medio ambiente influye, pero no es determinante, así vemos como niños que crecieron en zonas de extrema pobreza y donde había ¨malos ejemplos¨ para no pormenorizar, y sin embargo, salieron de esa situación, estudiando y trabajando, vendiendo periódicos, acudiendo a escuelas nocturnas, y luego trabajando como mensajeros, limpia botas, etc., sacar su bachillerato y llegar a la Universidad. De esos ejemplos, en Latinoamérica hay muchos, gracias a Dios. E Incluso han llegado a ser líderes y Presidentes de sus países.
Las personas que sembraron en ellos el ansia por aprender, por leer, por capacitarse, por trazarse metas y luchar por alcanzarlas, quizás no vivieron los 20 o 30 años que ese joven o mujer necesitó para surgir y brillar como una manzana roja en el árbol de la Vida. Pero estoy segura, de que esas semillas, recuerdan con afecto a los maestros, maestras, profesores, profesoras, madres de colegios o sacerdotes, que los ayudaron, que los guiaron con amor, con paciencia infinita y con una inmensa ilusión.
Yo fui uno de esos agricultores, y tengo la inmensa dicha de ver que esos brotes que ayudé a cultivar, son hoy hombres y mujeres profesionales, exitosos, valiosos y generosos con los que les rodean. Quizás tuve suerte porque empecé muy joven y mis alumnas, las mayores, tienen hoy entre 40 y 46 años... Son mis hijos putativos... y estoy inmensamente agradecida a la Vida y a ellas, por haberme permitido compartir parte de su camino, y hoy gracias a la redes, ver sus progresos, que no son por mi mérito, es de ellas absolutamente, yo sólo represento a uno de los tantos agricultores que las cuidaron, mimaron, protegieron y le dieron calor y luz para convertirse hoy en lo que son.
En mis recuerdos tengo guardados, sus rostros, sus miradas, sus picardías, sus juegos, su alegría. Gracias, muchas gracias por haberme permitido ser parte de ese mundo tan hermoso.
Dios me las bendiga y me los bendiga.
Mireya Pérez
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