A los compañeros del tren especial que es nuestra vida

miércoles, 12 de agosto de 2015

Cuando las cosas no suceden como esperábamos...








Todos, sin excepción, hemos tenido un sueño, algo que queríamos conseguir, bien fuera de carácter espiritual, monetario, sentimental, etc. A muchos, les habrá costado alcanzarlo, y a otros, sin embargo, no se les cumplió... En ese momento quizás hayan pensado que el destino intervino, o que Dios los había castigado, pero no, Dios no castiga, es simplemente que a veces, las cosas ocurren para enseñarnos una lección, porque no era ese el camino que nos convenía, o porque la vida tenía otros planes para nosotros.

Sin embargo, sin importar el resultado, y a pesar del dolor y la decepción, siempre, siempre nos ha llegado la cura con el tiempo, y también la enseñanza que esa lección, a veces amarga, tenía para nosotros.

De eso trata este post de hoy, y qué mejor forma de exponerlo que servirme de las palabras del Dr. Jorge Bucay en su libro Cuenta Conmigo, editado por RBA Edipresse, S.L. 2009. 

El cuento de Harald. de la tradición nórdica escandinava.

Había una vez un músico joven, llamado Harald, que,ansioso de labrarse un futuro, decidió dejar la granja de sus padres en Noruega para buscar fama y fortuna en el más próspero reino de Suecia. En la despedida, lo más doloroso de separarse fue su novia Ruxanda, la hermosa muchacha con la que habían sido novios desde la escuela primaria. Con el último beso, Harald le prometió que mandaría a alguien por ella o vendría él mismo a buscarla para pasar juntos el resto de sus vidas, como se lo había prometido 10 años atrás.

Pronto y debido a su gran talento artístico, Harald se transformó en el músico preferido del Rey Sigur.

El músico tenía un hermano menor, Sverker, que ciertamente había tenido una existencia difícil al lado de Harald. Era sumamente irritante ser el hermano pequeño del que descollaba, del que triunfaba, de aquel a quien todos y todas preferían.

Sverker, lleno de envidia y de celos, le imploró a a Harald que le consiguiera también trabajo como músico en la corte. Su hermano mayor renunció durante meses a todos los pequeños gastos superficiales que tenía y se dedicó a ahorrar el dinero que necesitaba para pagar el billete de Sverker.

Cuando lo hubo reunido, pidió al rey que contratara también a su hermano en la orquesta de la corona sueca (¨lo necesito aquí para mi inspiración¨, había mentido). El rey, que amaba la música de Harald, temió que una negativa pudiera afectar la exquisita sensibilidad de su músico, y sin pensarlo demasiado dio orden en palacio de que se le incorporara.

Sverker utilizó el dinero que su hermano mandó para viajar junto  a él, pero a pesar de la alegría del reencuentro, a las pocas semanas empezó a decir que se sentía incómodo, que echaba de menos a sus padres y que quería volverse a Noruega.

Otra vez Harald ahorró dinero, ahora para pagar el regreso de Sverker a su patria. No le hizo ningún reproche, sólo le pidió que llevara una nota para Ruxanda, donde le recordaba a la joven su mutuo compromiso y le pedía que tuviera paciencia y esperara su retorno.

_ Dentro de muy poco tiempo_ le escribía_ estaré allí y te volveré a preguntar si todavía quieres casarte conmigo.

Sverker aceptó el encargo y partió.

Al llegar a Noruega fue a ver a la joven, pero en lugar de entregar el mensaje recibido le entregó otro que decía:

_ Tengo demasiado éxito aquí como para volver a ese pueblecito miserable. Me imagino que tampoco tu te habrás quedado atada a nuestros sueños de niños. Mi hermano Sverker te ama en secreto, él te puede hacer feliz: Te sugiero, que si él te lo pide, te cases con él.

Sverker le pidió a Ruxanda que se casara con él, y ella, después de decir que no durante meses, al final lo aceptó.

El día que Harald se enteró del casamiento de su hermano menor con Ruxanda sintió que se quebraba en dos. No se quejó, no escribió una lista de insultos, no gritó ni juró venganza, pero sintió como si la música lo abandonara para siempre.

Una noche, después de un banquete, el rey, adolorido por el silencio de las sobremesas mandó a llamar a Harald y le dijo que quería hablar con él.

El rey preguntó:

- ¿Qué es lo que pasa que desde hace días tu música no se escucha en mi palacio?.¿ Te sientes mal?¿ Estás disconforme con tu paga?.

Harald contestó:

-Nada de eso, mi señor. Me siento pagado mas que generosamente.

_ Entonces es que no te sientes cómodo en mi reino. Quizás echas de menos a tu tierra.

_ ¿ Mi tierra?_ dijo Harald_ Yo ya no tengo otra tierra en el mundo que no sea la del palacio real de su Majestad, aquí en Suecia. No, no es eso.

El rey intentó adivinar de nuevo:

_ Si no es dinero, ni salud, ni desarraigo, entonces debe ser una mujer...

Harald se decidió a sincerarse.

_ No, Majestad...lo que sucede es que ella ya está casada.

_ Ve a buscarla...Enamórala con tu música... Huye con ella...Traela a palacio...

_ No es posible, Alteza... su marido es mi propio hermano.

El rey sintió en su pecho el dolor de la pena del joven.

_ En ese caso hay poco que pueda hacer...¡Ya lo sé!_ dijo el rey, guiñando un ojo con complicidad_ de ahora en adelante vendrás conmigo cada vez que salga de incógnito por las ciudades del reino. Daremos serenatas y encontraremos muchas mujeres jóvenes y bellas. Ellas te harán olvidar tu dolor...

Harald suspiró.

_ Se lo agradezco, pero estoy seguro de que no serviría_ Explicó Harald_ desde el primer día que dejé Noruega el rostro de cualquier mujer que me cruzo me trae el de ella...Y donde quiera que voy llevo su recuerdo conmigo...

El rey no sabía cómo ayudar a su músico y tampoco se resignaba a perder el placer de su arte. Después de un rato de pensar, se sentó a su lado y le dijo:

_ Harald, hay una sola cosa más  que yo puedo ofrecerte. Es pequeña en realidad, aunque quizás te ayude. Ya que no puedes hacer otra cosa más que pensar en ella, cántame sobre tu amor perdido.

_Pero Alteza, aburriría mucho a todos y hasta quizás traería la tristeza a sus comensales y a usted mismo con mis penas.

_ No importa_ dijo el rey_, prefiero música triste de una marcha fúnebre antes que el silencio de las tumbas frías. Canta Harald, lo que sea que venga a tu corazón, canta. Eso a ti te dará alivio y a mi me dará consuelo.

Y así fue. Durante semanas y meses Harald se acercaba a la mesa real después de la cena, aunque a veces no tuviera ganas, le cantaba a Sigur, y a sus invitados las canciones sobre su amor fallido una y otra vez...

El rey escuchaba la música de Harald sin demandas, sin preguntas, sin críticas. A veces con una sonrisa, otras con una lágrima, pero siempre con renovado interés.

Una tarde mientras yacía en su cuarto mirando el techo en silencio, como cada día, un paje llegó a avisarle que esa noche estaba invitado a la cena el famoso Ingling.

Ingling era el más conocido de los músicos de Escandinavia y el más reconocido de los maestros de música del mundo.

Harald pidió audiencia con el rey para solicitarle que lo liberara de su compromiso esa noche.

_ Bastante me aflige sentir la responsabilidad de cargarle con mis penas como para correr el riesgo de aburrir a Ingling con mi tediosa música.

_ No. Me pides algo que no puedo aceptar. Te ruego que confíes en mí y que, de todas maneras, nos regales tu música esta noche y aunque sean tristes tus melodías, quiero que nos cantes tus palabras y que nos dejes escuchar las notas que salgan de tu laúd. 

Harald no podía negarse. El rey le había pedido claramente que tocara para Ingling.

Unas horas antes de bajar a la sala real, intentó arrancar a sus instrumentos algunas notas más alegres, pero era inútil. Haría lo que pudiera para cumplir con el rey.

Las canciones fueron similares a las de cada noche: melodías tristes que sostenían las pequeñas frases que lloraban a la ausencia de la persona amada.

Después de la cuarta tonada, harald fue llamado a compartir la mesa con el rey y éste le presentó al mismísimo Ingling.

_ Lamento mucho maestro, haberos condenado a la fealdad de mis canciones. Esto es todo lo que puedo hacer por el momento. No acuséis a mi rey, que solo quería agasajaros.

Ingling levantó la vista hacia el joven y casi increpándole le dijo:

_ ¿ Fealdad?. Yo no he presenciado ninguna fealdad esta noche. He visto, he sentido y he vibrado alrededor del dolor de una herida abierta en el corazón de un músico entre la belleza de sus melodías.

Harald no podía desconfiar de las palabras de Ingling. Si él decía que había podido ver la belleza en sus canciones era porque había regresado a su alma, o quizás nunca se había ido. La tristeza podía robarle la alegría, pero no podía arrebatarle la música...

Pasó mucho tiempo antes de que Harald volviera a tocar aquellas alegres danzas que hacían que todos empezaran a mover sus cuerpos sin quererlo, pero mientras tanto, todos aprendieron a disfrutar de sus tristes canciones de amor, cada vez menos tristes y cada vez más con amor.

Un día Harald pidió permiso al rey Sigur para retornar por unas semanas a su casa en Noruega. Cuando estuvo allí visitó a sus padres, a sus amigos y, por supuesto, a su hermano Sverker y a su ahora cuñada Ruxanda.

En Harald ya no había rencores ni mucho que decir. Al verla se dio cuenta que cantar su historia cada noche, hablar de ella en tantas canciones, llorar y enfadarse enlazando cada nota, le habían ayudado a cicatrizar la herida.

El día que regresaba a Suecia, toda su familia fue a despedirlo. Al mirar a Ruxanda quizás por última vez, Harald hizo mucho esfuerzo para recordar la pena, pero solo vino a su mente una triste canción de amor, ya no había dolor.


La enseñanza de este hermoso cuento nos trae a colación otro libro precioso del mismo autor El Camino de Las Lágrimas, el cual les recomiendo totalmente. Porque, aunque no estén viviendo un duelo como tal, el hecho de tener que decir adiós a una ciudad, la patria, la familia, un trabajo, el mudarse a otro sitio, la pérdida de un amigo/a, o la de un amor, necesita de las etapas de evolución del duelo, y aunque no lo crean, todos, absolutamente todos, en algún momento, tenemos que enfrentarnos a ellos.

Sólo espero que al final de esa etapa, puedan ver hacia el horizonte y ver que más allá de la línea del mismo, no existe un final, sino un nuevo comienzo.

Mañana volverá a salir el sol, las flores nos brindarán sus hermosos colores y la vida nos sonreirá de nuevo. Solo necesitan tener Fe en sí mismos y en Dios que todo lo puede...

Que Dios nos bendiga a todos y cada uno de nosotros.

Mireya Pérez.


1 comentario:

  1. Gracias por este bonito cuento de Jorge, cuanto enseñan y nos preparan para las pérdidas. Las cicatrices cierran tarde o temprano y ese tiempo de dolor nos hace luego mas fuertes. Un gran abrazo. Tienes un blog muy interesante.

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