Había una vez en un país muy lejano, una niña cuyos padres habían emigrado a otro país, buscando mejor fortuna, pues el suyo había pasado por una cruenta guerra civil, y no había empleo, ni cultivos,ni nada, la gente deambulaba de un lado a otro tratando de sobrevivir, y esta pareja que tenía a su niña de cuatro años, descubrieron un día pasando por el muelle, que un barco buscaba gente que quisiera irse a las Américas, pero no podían llevar niños, pues la condiciones para los pasajeros de tercera eran muy duras, los hombres pasaban las noches en cubierta, para permitir que las mujeres pudieran descansar algo en las cientos de literas que había en tercera, pero no era un viaje para niños tan pequeños.
La pareja preguntó, indagó, y escogió el país que les parecía les daría más oportunidades de encontrar un empleo, la chica cocía, y el era delineante, algo podría hacer, si no, podría trabajar en el campo o la construcción. Así que hablaron con sus padres, le pidieron ayuda para que cuidaran de su pequeña Luna, que así se llamaba la niña, y viajaron hacia las Américas.
Como la niña era tan pequeña, los abuelos pensaron que no se daría mucha cuenta, pero los niños son muy intuitivos, y claro que sabía que algo había pasado, porque su padre siempre jugaba con ella, la llevaba en los hombros y decía que era una niña muy alta, y su madre le cantaba hermosas canciones de cuna,a la hora de dormir.
Los abuelos paternos, también querían cuidar a la niña, así que se pusieron de acuerdo, para que un año la tuvieran unos y al año siguiente los otros. Pero cada casa era como comparar el sol con la luna.
En la casa de la madre,el abuelo era muy estricto y los niños, sus tíos y ella misma, a pesar de lo chica, no podían acostarse hasta que llegara el abuelo del campo, pues trabajaba con los hijos varones en arar el campo de un señor para prepararlo para la siembra, había que hacerlo antes de las lluvias, para poder sembrar y que la naturaleza hiciera su labor, decían que sería la primera cosecha en mucho tiempo, y hasta que no llegara el abuelo, pues nadie cenaba.
Cuando el llegaba, con los chicos, se lavaban las manos y la cara y devoraban todo lo que la abuela y las otras hijas habían preparado.
Sus tías eran ya mocitas de 14 y 16 años y la niña les parecía un estorbo, porque lo preguntaba todo, y a ellas no les gustaba andar respondiendo cosas tontas.
Tía Eulalia-¿ Por qué crecen los pollitos y luego los matan?- decía la niña- yo le tenía cariño a panchito, y ahora ya no lo encuentro.
Ellas se miraban y reían,porque el pobre panchito había sido parte del puchero que cenaron anoche.
- Tía Laura, y los conejos, me dijeron que cuidara a pablito y hace días que no lo veo- y ellas respondían- seguro que agarró para el monte y no supo regresar, pero juega con otras cosas- ponte a contar las estrellas-le dijo la tía- segura de que con eso se entretenía y las dejaría tranquilas por un buen rato.
- Pero tía, las estrellas salen solo de noche y cómo las voy a contar si solo sé contar hasta 10- dijo la niña con mucha lógica.
Las tías se miraron entre sí, y resignadas, trataron de darle una respuesta que satisfaciera a la niña, y que no le remordiera la conciencia a ellas, porque en realidad no eran muy cariñosas con la niña, que se había quedado sola, pero es que en casa no había ese tipo de tonterías de ¨cariño¨¨mi niña¨. En casa no había palabras de cariño como en la novelas cursis que vendían en la plaza, ni en las película de cine de Rodolfo Valentino o de Chaplin..
A la tía Eulalia se le ocurrió algo, agarró un guijarro de arcilla,lo probó en el piso del patio a ver si rayaba, y al comprobar que sí, le dijo- Luna, agarra este guijarro, y anota en esta piedra del patio, cada día cuántas estrellas has contado,y lo haces de 5 en cinco, así- y le mostró que haciendo una rayita por cada estrella, las podía apilar por grupo de cinco, y así hasta que se acabara el espacio de la piedra.
Luna no se lo podía creer por fin podría contar las estrellas, y esa noche emocionada mientras esperaban al abuelo, comenzó sentada en el patio a contar estrellas: una, dos, tres, cuatro, cinco y empezaba una nueva cuenta: una, dos, tres, cuatro,cinco. La primera noche estaba tan emocionada y concentrada que poco faltó para que el abuelo la descubriera, pero cuando se fue a acostar esa noche, había hecho casi tres hileras de grupos de cinco.
La niña pasaba todo el día haciendo las pequeñas cosas que su abuela le ordenaba, pero estaba pendiente de que el sol se fuera para que aparecieran sus amadas estrellas: una, dos, tres, cuatro, cinco y así noche tras noche.
Un día mientras la abuela regaba las plantas del patio se fijó en los dibujos en las piedras del patio y llamó a todos para ver a quien se le había ocurrido hacer aquella travesura, las tías sonreían pero no dijeron nada, y Luna se atrevió a contestarle- abuela, soy yo, que me pongo a contar estrellas y mira abuelas !cuántas hay! .
Pero la abuela, lo que vio es que habían ensuciado su precioso patio y le dio un cepillo y un cubo a Luna, para que ella misma limpiara de nuevo las piedras y que quedaran de nuevo como estaban y de paso, le decomisó el guijarro.
Luna lloraba, paradita, enfundada en el overol que le ponían todos los días, hecho con los restos de las perneras de los tíos, y sus botitas ortopédicas, porque tenía los pies planos y siempre debía usar esos zapatos, además eran los únicos que tenía.
Nadie en ese patio le dio una palabra de consuelo, sus lágrimas corrían por sus mejillas, pero no se atrevía ni siquiera a sonarse,no fuera que la abuela le diera una bofetada, tampoco se podía mover, debía esperar a que le entregaran la cubeta y el cepillo.
Pasó buena parte de la mañana,bajo el sol lavando sus amadas cuentas de estrellas, de vez en cuando su pecho emitía un pequeño suspiro, pero siempre con miedo de que la descubrieran expresando sus sentimientos,porque si se daban cuenta, su castigo sería mayor.
Cuando el sol ya estaba en la mitad del patio, Luna había terminado,puso el balde en un costado y el cepillo, y busco a la abuela para decirle que lo había hecho. La abuela la miró y pensó que se parecía mucho a su hija, pero también en el carácter, y debía aprender desde pequeña, que las mujeres no teníamos tiempo para esas cosas,había que limpiar, lavar,planchar, hacer la comida, alimentar a la familia, y al día siguiente vuelta a empezar. ese era el destino de la mujer, la gente pobre no podía darse el lujo de aprender sino las cuatro reglas básicas, de sumar, restar, multiplicar y dividir, para que el tendero no te robara y a leer y escribir, aunque la letra no fuera bonita, tampoco había libros en esa casa, pero no se iba a lamentar, a esta niña había que criarla, hasta que sus padres la vinieran a buscar y nada más.
El verano pasó, y en otoño, vinieron sus abuelos paternos a buscarla, eran muy diferentes, mayores que sus abuelos maternos, pero sonreían más, además su padre era la adoración de su abuela y pensar que iba a tener a esta niña tan rubia y de ojos azules,con ellos por todo un año, sería para su corazón una alegría. Pero Luna,la miraba detrás del delantal de la abuela materna, y miraba a estos señores que no conocía, sin embargo, en la mirada de los dos, descubrió algo, que le hizo pensar que a lo mejor con ellos, su vida sería diferente, y vaya que sí,pues apenas se despegó de su abuela, la otra la cargó en brazos y le dio un achuchón y la besó montones de veces, ¡qué rico se sentía!... y a la niña le asomaron unas lágrimas que enseguida escondió para que su otra abuela no se enfadara y pensara que no sabía criarla bien.Los abuelos se estrecharon la mano, y le dieron un pequeño bultito con la ropa de la niña, un oberol para el cambio, y su traje del domingo para ir a misa.
Los abuelos paternos se miraron extrañados, pero no dijeron nada, estaban tan contentos de tener a su nieta,que no se iban a preocupar por nada,había que agarrar la gua gua que los llevaría a la terminal del tren, y luego viajar en el tren por 6 horas, hacia el norte,
Luna sólo miraba la ventana del tren, el paisaje parecía que corría y que quería alcanzarlos, pero no, poco apoco el sueño la fue venciendo, y terminó acunada en los brazos de su abuela, que bajito susurraba una canción de cuna....
Cuando Luna despertó, ya habían llegado a la estación del tren del pueblo de su padre, y su abuelo la tomó de la mano y comenzó a caminar con ella, y a medida que avanzaba iba saludando a los vecinos y presentándole orgulloso a su nieta Luna María- la niña no sabía que tenía un segundo nombre, pero le gustó más que solo Luna, y así fue el trayecto hasta la casa de los abuelos paternos. Una reja enorme de hierro franqueaba la entrada de la casa y daba a un patio lleno de flores y plantas de muchos colores, y en el medio del patio una fuente cantarina,con sus aguas cristalinas, que servía de abrevadero a los pájaros que en ese momento se acercaban a tomar agua y oh sorpresa también a bañarse, la abuela al ver el desconcierto de la niña,le dijo que esos bribones se bañaban en la fuente todos los días, pero era un pequeño precio a cambio de el canto tan hermoso que les regalaban desde la mañana.
La casa, sin ser grande era acogedora, había retratos de su padre y de sus abuelos,en algunos muebles, y en un rincón un pequeño estante lleno de libros, y Luna los miró como quien descubre el cielo,sus abuelos se miraron, y la llevaron al estante, y la abuela sacó uno en especial y le dijo- Luna María sabes leer?- y ella les dijo que no- pero que sabía contar estrellas- aunque ya no la dejaban- la abuela la alentó para que le contara más sobre eso, y los abuelos se rieron al imaginarse a esta niña tan rubia,contando estrellas,sola en un patio, a escondidas para que no la regañaran. Le acarició el pelo, y le dijo que si el tiempo lo permitía le enseñaría a leer en el mismo libro con que había aprendido su padre, que era el que ella tenía en las manos, y los ojos de Luna brillaron esta vez de alegría.
El abuelo dijo entonces- bueno mis chicas- vamos a merendar, que seguro tendrás hambre- veremos que nos ha dejado Francisca en la cocina. Y subieron a la cocina, que tenía un fogón antiguo,con leños de madera ardiendo,y la habitación era calentita,en el centro había una mesa con 4 sillas y estaba cubierta con un mantel blanco, después sabría que era una de las aficiones de la abuela, que le gustaba bordar y se pasaba horas bordando,tejiendo o ayudando al párroco a zurcir la sotana o el faldón de dar misa, porque la guerra había hecho estragos en todas partes, pero unos habían tenido más suerte que otros.
Merendaron, y luego de recoger la mesa, llevaron a Luna María a lo que sería su habitación, que aunque pequeña, tenía una camita para ella, una mesilla de noche, una silla y una pequeña cómoda donde guardar sus cosas, que eran tan pocas... pero no importaba,a lo mejor si tenía suerte la abuela le volvería a cantar esa canción de cuna, y así fue,mientras el abuelo fumaba en su pipa,veía la escena que tenía ante sus ojos, esa pequeña niña, tan tímida, era la hija de su hijo, el más estudioso, y más colaborador de los 4 que habían tenido, uno se lo había llevado la guerra, porque era el mayor y lo alistaron,y murió en una trinchera, su única hija ya se había casado y vivía en otro pueblo e iba a tener familia, uno pequeño lo perdieron porque le dio el tifus y no lo pudieron salvar, y luego les quedó este chico tan alegre, que se había lanzado a hacer las Américas y les había dejado este regalo del cielo,su nieta Luna María.
Durante el año y pico que Luna María vivió con los abuelos del Norte, la niña fue cambiando, se le notaba más alegre, cantaba las canciones que Francisca la cocinera o su abuela le enseñaban, iba a misa y rezaba todas las noches de rodillas en su cama por el pronto regreso de sus padres, y le daba gracias a Dios por sus abuelos. La niña había agarrado un poco de peso, se le notaba más feliz, y hasta a los vecinos les parecía que había vuelto la alegría a la casa de los Malvarrosa, que así se llamaba la familia. Luna entusiasmó a la abuela con el hecho de contar estrellas, y hasta el abuelo a veces cuando no había mucho frío jugaba con ellas a ver si había descubierto tal o cual estrella, Luna María crecía por días, y la abuela había poco a poco cambiado el limitado vestuario de la nieta por lindos vestidos sencillos, hechos por ella misma, pero que le daban la sensación de que la niña apreciaba con candor.
Aprendía a leer y acariciaba el libro de su padre, y le pedía a los abuelos que le contaran como era de niño, que si ella se les parecía, y aunque era una mezcla de los dos, sí tenía ese genio alegre y la sonrisa en los ojos al mirar, ¡qué distinta era esta niña de la que habían ido a buscar hacía ya un año!.
Hablaron con el párroco y aconsejados por él, le escribieron a los otros abuelos,pidiéndoles que por favor, ya que ellos eran tantos, y ellos apenas tres, le dejaran la niña un tiempo más, que la niña le enviaba todo su cariño,pero que la habían apuntado a clases y como era pequeña,venía un maestro dos veces por semana a darle clases, y sería una lástima que perdiera esta oportunidad.
Para los abuelos maternos, fue un alivio, pues trabajaban mucho y aunque le tenían cariño a la niña, había 7 bocas que mantener y no era fácil. Así que Luna María, se quedaría con sus abuelos, hasta que su padre viniera a buscarla.
Cuando Luna María iba a cumplir 7 años, sus abuelos recibieron con alegría la carta de su hijo que les decía que llegaría en dos meses a su tierra a buscar a su hija, les contó que había sido duro al principio,pero que aunque no eran ricos, vivían en un pisito pequeño, que trabajaban y ahorraban y que pronto Luna María tendría un hermanito, y que extrañaban mucho a su niña,y que siempre les estaría eternamente agradecido por el amor y el cuidado que le habían dado a su hija. Las lágrimas de doña Consuelo, que así se llamaba la abuela, eran mitad de alegría, mitad de tristeza, pero sabía muy bien que los hijos deben estar con sus padres, así, que haciendo acopio de entereza, salió al patio a buscar a su marido y a la nieta y a contarle las buenas nuevas. El marido la miró y ella le hizo un gesto,como de no te preocupes, y agarrados de la mano cantaron alrededor de la fuente...
Esa noche Luna María le rezó al Señor para que su padre llegara pronto,para que cuidara a sus abuelitos cuando ella se fuera, y porque su madre le diera un hermanito para poder jugar. Doña Consuelo, la arropó y le cantó esa nana tan especial, que a Luna María le gustaba tanto, y se quedó poco a poco dormida, abrazada a una muñeca que le habían mandado sus padres desde América.
El tiempo pasó rápido, y por fin,el abuelo, la niña y una nerviosísima doña Consuelo, se dirigieron a la estación del tren para esperar la llegada de su hijo tan amado, los minutos se le hicieron eternos, hasta que el a fín,llegó el tren de las doce, puntual como siempre, y entre el trajín de maletas y viajeros, doña Consuelo logró ver a su hijo, ya no era el mozalbete de 27 años que se había ido para conquistar las Américas,en su lugar había un hombre fuerte, de andar dinámico, pero con una sonrisa que brillaba como dos luceros.... corrió y la levantó en vilo y dio vueltas con ella, quien hacía aspavientos para que la bajara, mientras el abuelo y Luna María esperaban espectantes- Luna María , pensaba -¿ese hombre tan guapo es mi padre?, ¿se acordará de mí, me querrá todavía?. Y no había terminado de pensar su última frase cuando su padre la cargaba como una pluma y se la comía a besos literalmente, y sus besos hacían cosquillas, porque tenía bigote y picaba, pero la sensación de estar en puerto seguro,no se le olvidaría jamás. Luego fue el turno del abuelo, que había mantenido el tipo, pues era el patriarca, pero era su hijo,el sueño de su vida, la ilusión, y le gustó lo que vio,notó las pequeñas líneas de expresión en los ojos y alguna que otra cana en su espesa cabellera,pero en lo demás era su chico, y vaya si quería a su chico. Doña Consuelo, se enjugaba las lágrimas, mientras cogidas de las manos, nieta y abuela se dirigían al camino hacia la casa.
La noche se hizo larga mientras el padre contaba cómo era América, sus paisajes, sus selvas, sus montañas, sus mosquitos, y los hizo reír un sin fin de veces con las anécdotas y experiencias varias que contó. Al final, cuando ya era hora de acostarse, la abuela dejó que fuera su padre quien la acostara y le contara un cuento, y la niña poco a poco se durmió con una sonrisa.
Su padre había calculado estar apenas tres semanas, porque su mujer salía de cuentas en dos meses y el viaje por barco duraba casi 15 días, y no quería que estuviera sola,aunque habían hecho amistad con otra pareja que habían conocido en el barco, y vivían cerca los unos de los otros, Luna María estaba extasiada ollendo a su padre, y le parecía mágico todo lo que le contaba.Un día los llevó a todos a una feria que había llegado al pueblo, y montó por primera vez en un caballo, e hizo que le sacaran una foto,para que después la viera mamá. Doña Consuelo,fue preparando poco a poco las cosas de la niña,dos o tres vestidos que le había hecho para el viaje,un jersey y un abrigo para el frío,los calcetines y pijamas, y el libro de cuentos de su padre, con el que le había enseñado a leer.
Cuando llegó la fecha de la partida, había alegría por un lado, pues los abuelos entendían que la niña debía estar con sus padres, pero también tristeza porque estos dos años y medio que había estado con ellos, sería siempre un recuerdo dulce en los años por venir.
Para el viaje,le pusieron una falda escocesa con un suerte tejido de lana, que la abuela había hecho con tanto primor y el abriguito rojo que hacía juego con la falda, la niña rubia con ojos azules,más que una norteña parecía una inglesa, pero la picardía y la alegría solo era característica de esta zona de donde ellos eran. Luna María, se fue despidiendo de cada planta del patio,de los pájaros que se bañaban en la fuente del patio, de los vecinos y del párroco don José que la había estado preparando para hacer la primera comunión,pero la haría en América, si Dios quería.
El abrazo a sus abuelos, fue el más difícil de dar, con ellos conoció el afecto, la ternura, la bondad, la caridad y le devolvieron la alegría, siempre tendría una deuda moral con ellos. Su padre dijo que pronto los volverían a ver, y entre sollozos y muchos besos,Luna María y su padre comenzaron el viaje hacia las Américas....
Este cuento lo he escrito en memoria de tantos niños como yo, que tuvimos que esperar a que nos vinieran a buscar a casa de los abuelos, cuando en España en los años 50, muchos españoles emprendieron un viaje incierto,con la ilusión de hacer las Américas: Isleños, Gallegos, Asturianos, Catalanes, algunos andaluces, y tantos otros,emprendieron este viaje, sin poder regresar muchos de ellos de nuevo a su tierra,como mi padre; pero él si logró tener a toda su familia consigo en América.
precioso cuento....siempre cuento estrellas....Linda canción de cuna....recuerdos mi momentos maternales....se la cantaba a Mi hija Marién.... Gracias por traer a mi mente lindos y hermosos instantes.....Ánimo y sigue escribiendo....
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