Hace mucho tiempo atrás, eones en el tiempo...me entró una locura por los zapatos, y para mi locura perfecta encontré al encargado de la tienda perfecta y maravillosa de calzado de aquella época: La tienda Nardi, en Sabana Grande, el encargado, el afable Sr. Antonio. Los zapatos eran ¡maravillosos! cada uno con la cartera que hacía juego, los colores ¡sublimes!... y me quedaban ¡ perfectos!...
Era una combinación muy peligrosa para mí... tanto que el Sr. Antonio muy servicialmente me llamaba cuando llegaba una nueva colección de zapatos, y yo no me podía resistir... iba el viernes en la tarde y me podía comprar hasta tres pares de zapatos de un tirón y por lo menos dos bolsos a juego!!!!. Era una época loca, también tenía apenas unos veinte y pocos años, y quizás estaba cubriendo una etapa de carencia de mi infancia, no lo sé.
Nunca había contado el número de zapatos que tenía, ni los bolsos, sólo se que cada día muy elegantemente vestida acudía a mi colegio a dar clases a mis alumnas de tercero y cuarto año. Generalmente a la hora del receso, yo hacia mi cola en la cantina para comprar algún jugo y completar la merienda de media mañana, cuando una de mis alumnas se me acercó y me dijo:
- Profe ¿Cuántos pares de zapatos tiene?- y me quedé perpleja, y le dije- Pues no lo sé- y ella riendo me dijo- Nosotras hemos contado y le hemos visto unos 36 pares de zapatos!!!-
Si les digo que me quedé de piedra, es poco, ¡cómo me había vuelto tan loca y había comprado tantos pares de zapatos!!!!.
Por supuesto que dejé de comprar zapatos, o por lo menos, sólo a hacerlo cuando era estrictamente necesario, hasta tal punto que hoy nos los tengo de todos los colores, sólo uso zapatos negros, marrones, a veces algún azul marino y si acaso un color neutro como el oreja de ratón. Pero puedo pasarme dos o tres temporadas sin comprarme un par de zapatos y no me siento para nada en desventaja, al contrario, estoy más tranquila. Claro es, que uso zapatos de cinco centímetros como máximo de tacón, y siempre tipo mocasín o zapatilla de salón, que son clásicos y no pasan tan rápido de moda. Por supuesto no uso las plataformas que están de moda ahora, pero también es cierto que a mi edad no son muy cómodas o fiables que digamos, jajaja.
Un buen día, entre tantos libros que he leído, encontré una respuesta que me pareció plausible, a esa incógnita que mi alumna había sembrado en mí ¿ Por qué había comprado tantos zapatos?. Y la respuesta me llenó de asombro y esclarecimiento: Para afianzar mi realidad. Y tenía sentido, porque los pies son los que nos ponen en contacto con el suelo, con el camino, y desde tiempos inmemoriales el calzado ha estado ligado a la figura de autoridad, prestigio, valor social, etc. Pues sólo tenían calzado las autoridades o los dueños de esclavos, mientras que el esclavo iba descalzo. Y en alguna parte de mi vida, yo me había sentido descalza, desprotegida, y los zapatos, una vez que empecé a comprarlos con el fruto de mi trabajo, es decir, mi sueldo, llenaron ese vacío en mí. Ni duda cabe que siempre le voy a estar agradecida a esa alumna curiosa, que me hizo tomar conciencia del mal ejemplo que les estaba dando, y que hizo que frenara de repente y en seco, esa carrera sin sentido... Al que no le gustó tanto fue al pobre Sr. Antonio... jajajajaj.
Hoy en la Web hay infinitas páginas sobre calzados de muy variadas formas, colores, texturas, usos, etc. Y cuando alguna de mis amigas cuelga en su portal una de estas páginas, me acuerdo de aquella jovencita que fui, y en lo absurdo que era esa posición que yo tenía. Aunque reconozco que hay bellezas, no producen en mi ninguna tentación, sólo los libros son capaces de que yo me vuelva loca, pero hasta eso he logrado controlarlo con el tiempo, gracias a Dios.
Si les gustan los zapatos, si se los pueden comprar, y les quedan maravillosamente bien, comprenlos, afiancen su realidad, no hay nada malo en ello, no le hace daño a nadie. Sólo que, cuando ya no les gusten, o se hayan ¨aparentemente¨ pasado de moda, busquen alguna institución a quien regalárselas y así tengan una nueva vida. Lo que no nos hace falta, es el tesoro para otra persona.
Que Dios los bendiga
Mireya Pérez.
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