Si existe en la naturaleza algo que nos sirva para hablar de lo continuo, de lo que discurre eternamente, es el cauce de un río.
Los que hemos tenido la suerte de ver el nacimiento de un río, desde el momento que brota de entre las piedras, a través de la montaña, o por el deshielo de las nieves de la cordillera, hasta el mágico momento de su desembocadura en el mar. Se habrán quedado enamorados de esa maravilla de la naturaleza, siempre corriendo, siempre hacia abajo, llenando con su riqueza y minerales, los diferentes sitios por donde va surcando, y va ayudando a que la vida se desarrolle, porque sin el agua que lo conforma, no habría vida en este planeta que llamamos Tierra, cuando más del 75% de su superficie está cubierta por el agua. Nosotros mismos, los seres humanos somos 75% agua, en nuestras células, en nuestros músculos, en nuestra sangre...
El río de la vida, es una hermosa metáfora de la naturaleza, porque las grandes civilizaciones antiguas, surgieron alrededor o a lo largo de las grandes corrientes de ríos, tan conocidos en la antigüedad como El Nilo, El Eufrates, El Tigris, etc. Los arqueólogos han llegado a descubrir distintos asentamientos humanos que surgieron , se desarrollaron, y algunos desaparecieron, en los márgenes de estos ríos tan famosos.
Del Nilo se dice por ejemplo, que cuando habían las crecidas del río, e inundaba los pueblos y ciudades, el limo que luego dejaba a su paso, era de tal calidad que hacía más fértiles sus tierras, y la riqueza de su trigo y de los cereales, el campo, la agricultura y la ganadería, los hacía inmensamente ricos. De ahí, la gloria y el esplendor de la era faraónica.
También en cierto que a veces los ríos anegan e inundan todo, y destruyen todo, sobre todo cuando lo hacen en zonas que están por debajo del nivel del mar, y producen tal devastación, que los pueblos a veces desaparecen, y sólo después de un tiempo, cuando el río vuelve a su nivel y los campos están en condiciones, el hombre vuelve y trata de recomponer y sembrar de nuevo, es el ciclo de la vida. Y el hombre de esas tierras entiende que es así, que el río es amigo, pero que también se puede convertir en un enemigo, que hay que cuidar su cauce, que no se puede ni se debe contaminar, porque del mal uso que hagan del mismo, depende la subsistencia de su pueblo y de su raza.
A veces el hombre en su afán de poder, de dominio, en su avaricia, cambia el curso del río, e impide que los pueblos que están más abajo, hacia la desembocadura no les llegue este preciado tesoro, pero la naturaleza, que es muy sabia, un día, se arrebata y vienen los aguaceros, las inundaciones, y se dice que el río vuelve a correr por el cauce original, anegando, lo que el hombre le había robado. Tenemos muchos ejemplos en la actualidad, sobre todo en aquellas zonas donde los urbanistas o constructores, se han adueñado de zonas que eran lechos de ríos, para construir y luego, al cabo de 25 o 40 años, con una tormenta, se destruye todo lo hecho en esa época. Lo malo, son los inocentes que pagan por este delito ecológico y urbanístico.
Para mí, la vida y la salud de un río es importante, sobre todo cuando transcurre a través de diferentes zonas y alimenta a tantas y tantas criaturas.
Ojalá el hombre entendiera la responsabilidad de cuidar los recursos naturales que tenemos, que de nuestro accionar hoy, depende el futuro del planeta mañana.
Siempre recuerdo el cuento de José y sus hermanos, de la Biblia, cuando el faraón le dio a José la potestad de gobernar y administrar los bienes de Egipto durante los años de vacas gordas, y el buen hacer de José, al administrar el trigo y los cereales, en la época de las vacas flacas...
Lástima que muchos de nuestros gobernantes, se hayan leído más a Maquiavelo y El Príncipe, y no a José y sus hermanos en la Biblia. Quizás la historia de nuestros pueblos sería diferente.
Hagamos buen uso de nuestros recursos naturales, demos gracias a Dios por todas las maravillas que nos ofrece cada día, y ayudemos en lo posible a no contaminar el medio ambiente, si todos ponemos un poco de nuestra parte, haremos una gran diferencia.
Que Dios los bendiga.
Mireya Pérez
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