La vida en las vueltas incesantes que da, nos otorga parabienes, pero también pruebas y tristezas. Para una madre, la más dolorosa de ellas es la ausencia del hijo, o la pérdida definitiva del mismo. Porque parte hacia otra dimensión antes que nosotros, que en nuestra ignorancia humana, entendemos que el orden natural sería que fuera primero la partida del padre o madre, y luego la de los hijos. Pero la vida tiene otros planes, como millones de seres humanos hemos comprobado a lo largo de la historia de nuestra mal llamada humanidad.
Nada, absolutamente nada, nos prepara para la pérdida de un ser querido, pero si se trata de un hijo, ese ser maravilloso que llevaste en tu vientre durante 8 o 9 meses, que te llenó de inmensos ratos de alegría y alguna que otra lágrima, no hay palabra de consuelo alguno. Ni siquiera el pensar que dejó de sufrir, que su alma descansó en paz. Pero ¿Y tu Paz?. ¿Quién te la da?. ¿Dónde hayas el consuelo, para esa madre, que siente su nido vacío, sus brazos vacíos?....
La experiencia nos dice que ese consuelo se encuentra en la Palabra de Dios, en la Fe, en la promesa de que mañana será mejor, de que nada en este mundo ocurre de forma gratuita, que todo tiene una razón de ser.
Yo encontré consuelo a mi dolor, a mi lucha por salvar a mi hijo, en mi libro Mi Hijo Pródigo, editado por PINGUIN RANDOM HOUSE EDITORIAL. Y por supuesto en la oración, sin la Fe no hubiera podido sobrellevar este camino.
¿Fue fácil escribirlo?. No. Absolutamente no. Desnudar el alma, no es fácil. Contar tu secreto, eso que te avergonzaba, no por el qué dirán, sino porque fuiste señalada y juzgada por personas que no tenían ni la más remota idea del dolor, de la lucha incesante, de la búsqueda de una cura, para alguien que tomó una decisión, que nunca entenderás.
No fue fácil y no es fácil vivir el cada día, de esta verdad que forma parte de mi historia como madre y como ser humano.
De lo que sí estoy orgullosa o tranquila, es de que no hubo sitio a donde no acudiera, puerta que no tocara o apoyo que no buscara. Donde me decían que había una institución que me podría dar apoyo o luz para encontrar el camino hacia su recuperación, hacia allí corría con alas en los pies y con el alma ilusionada porque en esa puerta encontraríamos el camino para su curación definitiva.
No fue así, mi hijo no está, ni siquiera se donde está, no porque no lo haya buscado, sino porque desapareció de la faz de la tierra, sin dejar huella, como si nunca hubiera existido. Como si yo fuera una pobre mujer loca, que sueña con algo que no existió, pero yo se que si existió. Porque lo abracé y acuné en mis brazos millones de veces. Porque me dijo mamá, millones de veces. Y millones de veces le dije que lo amaba y lo amo. Siempre lo amaré. Nunca lo olvidaré. Dios sabe que sólo espero el momento de poder volar a buscarlo, de empezar esa búsqueda aplazada por un tiempo...
Pero mi libro también habla de esperanza, porque la hay, si sabemos descubrir las claves de este entramado tan difícil, porque si estamos a tiempo, y ellos quieren, se pueden curar, porque hay instituciones maravillosas donde buscar ayuda:
Reto a la Esperanza, Hogares Crea, Fundación José Felix Rivas, Proyecto Hombre, Madres Coraje, Mediterraneum, etc.
Miles de ellas, a lo largo y ancho del planeta, se encargan de brindar apoyo y ayuda a cientos de miles de jóvenes y padres y familiares, que buscan en la sombra un faro de luz que los lleve a encontrar el camino de regreso al hogar, al amor, al perdón, a la alegría, a los brazos de la familia que los quiere sanos y felices. Porque la familia solo quiere eso, que nos devuelvan al hijo o hija al seno familiar, al amor que nunca les ha faltado, pero que ellos, no sabemos por qué, no se han dado cuenta que tenían a raudales.
Por todo ello, hoy hago publicidad a mi libro, en la certeza de que muchas personas encontrarán en él la clave para ayudar y ayudarse. Siempre hay una esperanza. Aún yo la tengo, sueño con que esté en algún sitio apartado, con algún grupo de Testigos de Jehová o Evangélicos, que en latino América dedican tiempo y esfuerzo en ayudar a estos jóvenes.
En mi corazón, abrigo la esperanza de encontrarlo, de abrazarlo... pero si no es así, espero de todo corazón, que haya encontrado la paz para su alma atormentada.
Dios bendiga a todos y cada uno de los hijos e hijas de nuestro corazón, a los que son sanos, a los que están enfermos, no nos importa, los amamos tal como sean, sólo queremos que sean felices, que estén en paz consigo mismos, y que sean útiles para ellos mismos. Ellos siempre tendrán nuestro amor, hasta que ya no estemos en este plano.
Que Dios nos de fortaleza, voluntad y amor, para seguir este camino, y ojalá en algún momento podamos decir:
...¨Hagamos una fiesta, porque mi hijo estaba muerto y ha resucitado...¨
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